jueves, 1 de septiembre de 2011

Prendidos de un hilo.

(Nota del 10 de Agosto). Acudo a la nave sin voluntad de hacer. Un manto de ardiente calima nos envuelve. Un calor punzante, abrasivo. Me refugio en las tres rutinas a que hay que hacer frente. Lleno el bidón de agua y efectuo un riego de mantenimiento. Luego, como desobedeciendo a otro que me lo ordenase, displicentemente, me siento a mirar la imagen que se me ofrece. Una cualquiera y todas, como si tampoco tuviera voluntad para mirar algo concreto. Hay días en que, allí sentado, traficando con mi mala conciencia, miro todo lo que he pensado hacer y me digo: "otro día, a mejor hora, empezaré". Cuarenta días de contemplativo le ponen a uno en situación de no querer inmiscuirse. Ante los ruidos del laborar ajeno me siento empequeñecido, mostrenco, débil. Los golpes cantarines, artísticos, de la paleta del albañil añadiendo un ladrillo a su pared. El ruido agrio de la amoladora del metalúrgico. El rumor del tráfico. Las voces calmadas, atenuadas por la distancia, que hasta aquí llegan.
Como un resto de algo hecho de una materia muy ligera, una hoja seca, un papel, nuestra voluntad es arrastrada a la insipiencia, a la vaguedad más absoluta. Esos ruidos nos atan, nos condenan a sufrir leves colisiones, instintivos desórdenes, con un aturdimiento que nos impide adormecernos y caer por entero en el vaho de nuestras flaquezas.

No hay comentarios:

Publicar un comentario