Todos estos montículos que asoman por aquí parece que no
tienen nombre. El mapa que he leído antes de salir no los recoge. Aparecen los
nombres de los parajes. Doña Inés, Los Guindos, El Valle, Valdecasilla, El
Zauceral, Rompemarcas. Ha habido mucha generalización a la hora de hacer los
mapas de esta zona. Fatiga la falta de rótulos, como en otras partes marea el
exceso. Quizá los conozcan los nativos y los cartógrafos no hayan querido
anotarlos. La superioridad en que está instalada la gente de oficina, el
licenciado en algo, es proverbial. No digamos ya si pertenecen al Catastro. Anotan un nombre mal, lo estampan en el
plano y eso reza con el titulo cambiado
durante décadas. Aquí mismo, a esta altura de la carretera hay uno equivocado.
Pone en el mapa Arroyo de Vando Lázaro, y también Casas de Vando Lázaro. En el
triturado que uno va haciendo de todo lo que ve en estos viajes en coche, los
nombres son lo que más da que pensar. A este
de Vando Lázaro le he dado unas cuantas vueltas cuando lo he visto en el
mapa. Podría perfectamente ser un nombre propio cortado, como el de Servando,
pero si uno se tira al monte, como era hoy nuestro caso, aunque sea de manera
provisional, esta predispuesto a tomar el camino difícil y yo he estado
fantaseando con que ese nombre viniese de bandolero. Estas regiones han
conocido toda clase de bandidaje. Golfines, comuneros, guerrilleros de varias
adscripciones, maquis, gente esquinada y bravucona, que vivía asaltando y
robando a todo el que se cruzaba en su camino. ¿A quién extrañaría que quedase
rodando por estos fuertes y fronteras la mítica de alguno? Este tal “Vandolero” Lázaro verbigracia.
No muy lejos de aquí, a una ruta senderista que discurre
junto al arroyo de Las Lanchas le han puesto el nombre de Blas Romo, un
guerrillero carlista que tuvo en jaque a todos los pueblos de la zona. Lo
acribillaron a tiros en la naciente de ese arroyo, que tiene unas chorreras muy
vistosas, donde estaba refugiado. El cadáver lo llevaron a exponer a Navalmoral
del Pino (tal vez Navalpino), “como trofeo de tan señalada victoria” decía la publicidad de la
época. Cuando el cadáver del malhechor deja de oler queda la leyenda, o el
nombre, para ser usado discrecionalmente por los vivos. A Vando Lázaro podía
haberle sucedido algo así en un tiempo anterior. Esa era mi novela.
Más vale no mirar demasiado detenidamente un mapa o acabará siempre llevándonos
adonde no queríamos ir. La imaginación se deja embaucar con facilidad. Cuanto más
si el mapa esta confundido.
Según parece el nombre de verdad es Valdolázaro, que suena mucho más creíble.
Ese es el título al menos que tiene puesto una Casa Rural que esta situada a esta altura del camino. No es la que está pegada a la carretera, con su montón de estiércol y
todo, esta es la casa rural de verdad, la turística está unos cien metros más
adentro. Rm. la había sugerido, cuando hacíamos planes, para que tomásemos allí
el menú. Yo he mirado en el ordenador y he visto: “El sabor autentico de nuestra tierra. Matanza propia. Gallinero.
Huerta rural propia de verduras y hortalizas”. Me repatean estas
publicidades en las que se ven los entresijos del tinglado. Lo de la matanza
propia y el gallinero pueden ser dos alternativas adecuadas para pasar el rato,
y hasta llevar a confusiones inauditas, ya que en salón de la casa, según se ve
en una fotografía de la propaganda, hay dos soberbias cabezas de ciervo
disecadas, pero lo de la “huerta rural propia de verduras y hortalizas", es un
potaje que se atraganta. ¡Huerta rural! Vaya cosa. ¡Huerta de verduras y
hortalizas! ¿A qué viene tanto redundar? A los huéspedes no se les puede contar los mismos cuentos que al
funcionario lila que expende los certificados de “rural autentico y típico”. O
quizá la experiencia dicte que es eso lo que gusta. Vaya usted a saber.
En el camino que lleva a la casa turística, cuando nosotros
pasamos por allí, está aculado el camión de una contrata, con la cabina naranja.
Parecía de telefónica. Estarían instalando en la casa alguna otra autenticidad
gloriosamente genuina.
Cuando estoy pasando a limpio estas notas, encuentro y releo unos
viejos papeles fotocopiados de una revista, en los que Jiménez de Gregorio,
estudioso de este reducto geográfico, recopila las actas del Ayuntamiento de
Toledo relacionadas con estos Montes, de los que la ciudad era propietaria
desde el siglo XIII, correspondientes a los años procelosos que duró la guerra
llamada retóricamente de la Independencia, 1808-1814. Esa cosa tan seca que es un acta, algo aparentemente tan insignificante, y cuántas cosas se ven al trasluz. En el año 1814,
el Ayuntamiento pide informes de la extensión y el estado en que se hayan las
dezmerías, el terreno que cada uno de los diecisiete pueblos instalados en esta gran finca tenía asignado para su
uso de acuerdo a las reglas del propietario. El informe lo realizan los cinco guardas, un Guarda Mayor y otros cuatro Menores,
encargados de esta enorme extensión de tierra. Es una larga lista de hermosos
nombres que describen los límites y dan noticia de la vegetación que contiene
cada área, y el estado en que se halla el monte, poco halagüeño, por lo que
dicen los guardas. En la descripción de la frontera de la dezmería de
Navalucillos, la reseña más sumaria y raquítica (junto con la de Navalmoral de
Toledo y Navahermosa) de cuantas se recogen en estas actas, (tendría esta
demarcación un guarda abúlico), puede leerse: “Da principio esta dezmería desde el Cornejal del Olivar de la Media
Legua de Navalmoral, Piedra de Lucillos, Vado
de Lázaro, Vega de la Claudia, Rincón de Martín Gómez, Vega de las Becerras,
Collado de la Ermita, los Robledos, Nava de Don Diego, Marillán, Río Frío, La
Rebollera, Collado del Castañuelo, Torre del Majano, Boca de la Hoz de Muelas,
Collado de la Talega, Palancarejo, Cedena, agua abajo Malamoneda, el Almendral,
Raña del Buey, Sierra del Cuervo y cierra dicho Olivar de la Media Legua”.
Ahí está: Vado
de Lázaro. Sirva de desmentido a las anteriores versiones. He dado
una gran vuelta por culpa de este maldito nombre, aunque ha merecido la pena
devolverle a Lázaro su Vado. Es distinto, pero suena igual que si le hubiera dicho: "levántate y anda".
(Creo que continuará, aunque no sé si acabará).