domingo, 11 de septiembre de 2011

IN TABERNA QUANDO SUMUS.

Se me ha acabado el tabaco a deshora. Cinco de la tarde. En el bar más cercano quedaban dos o tres grupos de rezagados que habían pasado de la cerveza a la copa, dándose por bien comidos con los aperitivos, y quizá, para tener clara noción del cambio de tercio, poniendo un café de por medio.
Nos conocemos todos. Tres mil habitantes es la población justa para saber las vidas ajenas. No obstante sabemos poco. Exudaciones confusas.
He pedido el tabaco en la barra, la máquina estaba rota. La mirada del camarero, recelosa, discriminatoria, de los que se toman como una ofensa que no visites el establecimiento más a menudo. Todo lo contrario que el entusiasmo mostrado por uno de los componentes de un corrillo. Gritaba con un brío desatado mi nombre y mis dos apellidos levantando una mano por encima de la cabeza, como si estuviese arengando a las masas. Me hacía gestos para que me acercase. Le he dicho que no con un dedito. Una negativa muy floja. Ha venido a por mí para llevarme del brazo. En el corrillo había gran parsimonia. Él quería a toda costa que me tomase algo, por lo visto teníamos mucho de lo que hablar. Uno de los acompañantes se ha quedado fijo mirando el paquete recién comprado.
–¿Fumas rubio?
Les he dicho que no tomaba nada, y que si, que fumaba rubio.
–¿Desde cuándo fumas rubio?
–No llevo la cuenta, pero desde hace bastante tiempo.
–Tú siempre has fumado negro.
–Hasta la última vez que tú me viste fumar –le he dicho– fumaba negro, luego después siempre rubio.
Cuando han visto que era tan fácil de convencer me han dejado ir sin insistir. Llevarían ellos allí más de tres horas dándose la razón y que viniese otro de fuera a hacer lo mismo les habrá parecido una tomadura de pelo. No sé por qué se creen tan superiores. Yo podía haber ido bebido de casa.

No hay comentarios:

Publicar un comentario