domingo, 24 de noviembre de 2013

Paradojas.


Mi vecino cazador, que salió de su casa a las siete de la mañana y regresa a las cinco de la tarde diciendo:
– Nada de nada de nada, pero nada. Nada. No he visto nada. Cero.
Mostrando satisfecho su zurrón repleto de ese vacío.
 
                                                          ***** 

Mi cuñada C., sentada a la mesa tras una cena normal, acaso afectada por aquellos cuerpos extraños que habían llegado al interior de su estomago acostumbrado al ayuno nocturno, moviendo la cabeza con vehemencia para los lados como la niña del exorcista y diciendo en un obstinato cada vez más impetuoso:
–Miento, yo miento mucho, miento siempre, miento, miento, miento, miento todo el rato.
Intentando que creyésemos que estaba diciendo la verdad.

(Nota al margen. He tenido que pensar despacio en la frase "miento siempre" para darme cuenta de que  presenta uno de esos infernales contrasentidos de los que es imposible escapar. Si  alguien "miente siempre", miente también cuando está diciendo que "miente siempre" y por tanto sería verdad que "miente siempre", pero si es verdad que "miente siempre" nos esta mintiendo cuando dice que "miente siempre", y por tanto sería verdad.....etc. y así hasta el fin de los tiempos. Por tanto es imposible "mentir siempre" y es imposible, claro está y por muy buena fe que se ponga, creer a nadie que quiera hacernos comulgar con esa paradoja. Advierto ahora, de pasada, la gran facilidad que tiene esta rama femenina de la familia F., las hermanas C. y R., para producir paradojas, si jugasen al ajedrez serían especialistas en ahogarse el rey, siempre que no les estuviese permitido darse jaque mate con sus propias piezas.)

viernes, 22 de noviembre de 2013

Octeto.

Preguntan en Pasapalabra:
–Comienza por O. ¿Conjunto musical compuesto por ocho voces?
El trío que mira, repantigado en el sofá y junto al fuego, este concurso tan “guionizado” y previsible, pero pacífico, contesta a coro:
–Octeto.
Pausa valorativa. Puntualización:
–Quizá estemos incurriendo en lenguaje sexista. En realidad octeto debería servir para  designar  sólo a una formación compuesta por voces masculinas.
Risas. La única mujer del grupo se cuestiona si sería oportuno aplicar la corrección lingüística a este caso:
– Llamarlo octeta no creo que este muy de acuerdo con los mandamientos feministas.
Nueva puntualización:
 –Y tendrían razón, habría una clara minusvaloración de género, para formar una octeta sería suficiente con cuatro mujeres.
Más risas.
–Lo estás arreglando.
Nuevas puntualizaciones.
–Aunque octeta se presta a confusión. Podríamos entender que estamos refiriéndonos a un ser definido por ese número de glándulas mamarias.
–Eso debería llamarse octoteta.
La conversación se anima.
–¡Qué difícil!
–Tendría que tratarse de glándulas con poco desarrollo y poca base, más o menos como el cucurucho de un helado.
–¡Estaríamos bonitas! Íbamos a parecer estrellas de mar.
–Sí, sería un caso similar al de esas cajas de galletas que tienen escrito en la tapa “gran surtido”.
Carcajeo aparatoso.
 
Esta humorada de la octeta, me hace recordar que en este pueblo, hace años se puso de moda en los ambientes futbolísticos calificar a los jugadores poco aguerridos o huidizos, “que no metían la pierna”, con un superlativo del vocablo  “madre”, muy común en tantos giros del habla cotidiana para expresar blandura. “Soy una madre”. “Eres una madre”. “Pareces una madre”. Etc.. A estos jugadores se les decía que eran “unas madres con siete tetas”. Y no en privado, sino desde la grada y gritado a pleno pulmón por aficionados de potente vozarrón. El grito “sois unas madres con siete tetas” también se ha oído en nuestro graderío cuando el equipo naufragaba, pero lo más común era no dejar que esta fórmula perdiese fuerza, se diluyese en generalizaciones como esa. Solía aplicarse a un jugador concreto, para lo cual, primero se nombraba al futbolista, bien por su nombre: “¡¡Fulano!!”, bien por su dorsal: “¡¡Siete!!”, se dejaban pasar unos segundos para que el berrido lograse su total expansión y alcanzase el suspense necesario (en ese silencio todo el mundo oía un “¿qué?” no pronunciado por el jugador) y luego se le dejaba caer encima aquel hermoso sambenito, “¡¡Eres una madre con siete tetas!!”. Felicísima frase que denota los grandes logros expresivos a que puede llegar  una lengua cuando los hablantes la recrecen y retuercen tratando de ampliar su significación