(Reflexiones dislocadas e irónicas de un padre a la hora del desayuno delante de un frutero.)
De nuevo amontonados en el frutero unos cuantos plátanos con la cáscara negra.
Pasados. ¿Cuántas veces ha visto repetida la maniobra? El niño o la niña no
quieren fruta, pero saben que esa declaración frontal chocaría contra la reglamentaria dieta que deben seguir los niños y las niñas. Por tanto si hay peras, manzanas
o naranjas, a la hora de la fruta, preguntan: "¿no hay plátanos?" Es
tremendo que en la casa no haya plátanos, la fruta que a él o a ella le gusta.
Generalmente basta con que se entreabra esta puerta al victimismo tramposo, un
truco tan utilizado hoy día para reivindicarse, (y del que siempre se saca agua
por muy gastados y viejos que estén los arcaduces del artefacto) para que se acabe
produciendo un empate técnico: el niño no comerá fruta para compensar el fallo,
el descuido, de que no haya plátanos, precisamente la fruta que a ellos más les
gusta.
Para la siguiente comida ya habrá plátanos en el frutero.
Quizá desaparezcan del racimo una o dos piezas, como le faltan al que tiene allí
delante. El resto quedarán en el frutero ennegreciéndose hasta que vayan al
cubo de la basura. Cuando el niño tiene plátanos a su disposición, decide comer
yogurt, o comer fruta en otro formato, por ejemplo, el trozo de guinda que
traen como adorno algunas galletas.
Si eres un reaccionario y mal padre, la segunda vez que los
plátanos se ponen negros en el frutero, decides no comprar más plátanos con lo
que el hijo obtendrá el doble placer de no comer fruta y de sentirse una
víctima crucificada, con certificado de calidad. Si eres un padre consentidor
(¿tolerante?) seguirás tirando plátanos a la basura de por vida y tu hijo
tendrá que seguir fingiendo que le gusta la fruta y será un ser sin futuro. Sin
un expediente de agravios que le avale, su vida tendrá una tonalidad muy tibia,
le faltará combustible. Y más vale que aprenda a disimular entre los de su
cuerda, ya que si llega a saberse que es un ser comprendido, se convertirá en
un auténtico apestado.
¿Por qué todas las tendencias pedagógicas y educativas
siguen esta tendencia del padre lacayo? Tal vez se crea, y esto es lo que se pregona, que este método tiene
como finalidad suprimir de la vida humana la mayor cantidad de infelicidad
posible (como si un buen berrinche no proporcionase un excelente y
satisfactorio momento de placer), pero no es así. Son los mercados que también
mandan en esto. O la sociedad de consumo que se decía antes, cuando la palabra
mercado significaba civilización y no carroñerismo, depredación, o todos los
demás baldones que la patrulla mediática le ha tirado encima.
El padre reaccionario que dejara de comprar plátanos se
convertiría en un obstáculo en la dinámica del comercio. Pues como consecuencia
de su negativa el hijo no tendría que fingir que le gusta la fruta, podría ser
él mismo, él en su más pura autenticidad, algo con lo que los adolescentes (esta adolescencia indefinida y transversal que en nuestro mundo infiltra tantas edades)
disfrutan como monos, y además podría presentar credenciales de perseguido e
incomprendido, que es el súmmum de la realización personal. Estos adolescentes
que se sienten realizados al sufrir la incomprensión de sus padres necesitan
menos mercancías para sobrellevar sus vidas que los adolescentes frustrados por comprendidos, a
los que hay que consolar con subproductos que sustituyan el odio a su
progenitor y el jugo de autenticidad que produce la conciencia, tanto da si
real o inventada, de sentirse marginados.
Por lo que se refiere a los padres consentidores,
desde el preciso momento en que intentan huir de la infelicidad con estos
procedimientos tan equivocados, se les queda incorporado ese sistema de drenaje
y suelen llevar existencias basadas en ortopedias muy caras: alcohol, bricolage,
turismo, actividades reivindicativas de todas las injusticias mundiales,cirugía
estética, pasiones hipocondríacas, coleccionismo etc.
La sociedad necesita este tipo de educación. Por eso saca del arsenal los calificativos más gruesos a la hora de neutralizar a los padres que no se atienen a la didáctica programada. La
sobreabundancia de mercancías y la necesidad de consumo respaldan este
procedimiento educativo. Nuestras sociedades, supuestamente ricas, son sólo
artilugios donde el dinero se mueve mucho para que lo parezcan.
No es por casualidad que en las sociedades pobres, si es que
puede decirse que lo son aquellas donde no hay esta necesidad compulsiva de consumir, se
dé poca o nula cabida a estos postulados educativos de la "tonterancia” y
surja con extraordinaria naturalidad el padre espartano.
Y aquí se le acabó el café a este padre madrugador, y también las ganas de seguir dando palos de ciego a cuento de aquellos plátanos tan negros. Aunque, con una ligera sonrisa en los labios, aún tuvo espacio para pensar (ninguna locomotora frena en seco) que había oído decir alguna vez que el plátano era la única fruta que no podía licuarse, a la que no podía extraérsele el zumo. Puede que eso ocurra cuando se emplean métodos científicos poco eficaces, y no este método de los palos de ciego, que tan buenos resultados le ha traído a la humanidad desde el principio de los tiempos. Y ya con esto, definitivamente, el padre reflexionador abandonó la cocina llamado por obligaciones de categoría menos escurridiza.