domingo, 5 de octubre de 2014

Prótesis.

R. ha ido a hacer una visita a su hermana P. al "barco del amor", que es como llamamos en clave interna al Asilo de Alcaudete. En la última visita encontró a P., que ha cumplido ya los sesenta, convertida en una Julieta con bastones, sentada en un banco y dada de la mano de su Romeo, un hombre de salud deshilachada, pero todavía, según las muestras que viene dando, con suficiente coraje para afrontar lances de esta clase.
A R. le sentó muy mal contemplar la escenita. Con discreción, las dos a solas en el cuarto de baño, le rogó a su hermana que no diese el espectáculo. Cuando recordaba la escena mientras nos lo contaba se señalaba el brazo con un dedo y decía: "¡Mira, mira, sólo de pensarlo se me ponen los pelos como escarpias!".
Hoy no ha se ha repetido la escenita. R. ha venido contenta de ver la felicidad que irradia su hermana, sin tener  que ver el manantial del que brota esa felicidad. Nos ha dado algunos detalles del ambiente que se respira en el Asilo, una balsa de aceite, y luego, sin darle mucha importancia, ha comentado que uno de los viejos al pasar le había dado a ella un ligero toque con la garrota en el culo. La he preguntado cómo había respondido al toque y ha contestado con una evasiva. Parece que se lo ha tomado a broma. "¿El viejo te da con la garrota en el culo y tú te haces la simpática? No me lo puedo creer". "Y qué querías que hiciera, ya le ha reñido su mujer que estaba allí sentada".
—¿Su mujer? Como los viejos de aquí, los de la plaza, se enteren de que eres tan condescendiente con esta clase de jueguecitos tendrás un carrusel detrás de ti intentando darte con la garrota. Algo pasa en esa Residencia.... Y lo sospechoso es que no les pasa sólo a los residentes, sino también a los visitantes. Lo tendrán todo rociado de oxitocinas o algún sucedáneo sintético que haga el mismo efecto. Tu en condiciones normales no hubieras actuado así.
—¿Y qué iba a hacer?
—Te daré una idea. Quitarle la garrota y partirla en dos. Acabar con la falocracia senil de una manera drástica.
—La cara que se le quedaría al pobre.
—Si, una cara digna de ser inmortalizada. El próximo día me voy contigo y me llevo la cámara, y, como es impepinable que ese viejo volverá a repetir la acometida, tu le coges la garrota y se la partes, diciendo: "¡Deja ya la puta garrota, tío sátiro!", que sería tu modo de proceder normal. Yo procuraré obtener primeros planos para verle la cara de estupefacción.
R. se ríe:
—Si, se iba a quedar mamao. Aunque también te digo que esa garrota no se rompe fácil. Era bastante gorda.
—¡Joder! ¡Cuánto detalle fuera de lugar! No importa que sea gorda. Te llevas la estraleja en el cinto y.........
—....se la hago cachitos y se la pisoteo, llamándole "viejo verde".
—Exacto. Lo dejaremos de una pieza. Haremos una copia del video y se lo regalaremos a la residencia para que amenicen las veladas viendo a este viejo atrevido transformado en un puro escalofrío. Quizá la idea les sirva para encontrar otro entretenimiento que no sea sólo el desenfreno orgiástico. Y, desde luego, si se sirven en sus orgias de las garrotas, habremos conseguido relajar el ambiente durante unos cuantos días.
R. se desternilla de risa. Con las palabras metidas entre las carcajadas va diciendo:
—Con las garrotas.....si, claro......tiene que ser con las garrotas......eso seguro......porque allí aunque les pongan agua bendita en la sopa, no creo que hagan muchos milagros.
Más vale que nos vaya quedando humor para ir pasando el rato. De las cosas que leo y anoto, o se me ocurren y creo que he leído, vaya usted a saber, tengo por aquí escrita esta frase atribuida a una madame, de la que desconozco el nombre, que dice así: "la risa es un placer semejante en todo a un orgasmo, con la ventaja de que al acabar no hay que limpiarse". Yo no lo he dicho. Ahora bien, se me ocurren otras muchas ventajas además de esta. Entre ellas, la que aquí viene más a cuento, que no son necesarias garrotas ni otras prótesis aún más risibles y estrafalarias. 

jueves, 2 de octubre de 2014

Morbo estático.

Lo decía mi amigo Belmonte y yo lo suscribo:
—No viajo porque sufro la enfermedad de encontrar novedoso lo repetido.
Quizá mi caso sea un poco más grave, pues  padezco también el proceso inverso de esta misma enfermedad: suelo encontrar tediosamente repetido lo novedoso.

Evolución a la remanguillé.

Esas hijas tan guapas, tan compuestas, tan explosivas, como venidas de otro mundo, viéndolas pasar por la calle junto a sus tronchadas madres . Incrédulas de que a ellas les vaya a pasar lo mismo. Firmemente convencidas de que ellas serán la primera camada que quedará sin merma, sin evolución, con su apariencia de ahora mismo. Definitivamente así para siempre.
Siempre. Una tras otra, las generaciones, con el modelo a la vista, y repitiendo sin embargo la cara de inmutables, de que de ahí no hay quien las mueva.
¡Y que esta obsesión tan marcada no haya servido para reconducir nuestras células hacia el ansiado estancamiento en la perfección estatuaria, y sí, sin embargo, para incrementar esta yerma fe, esta credulidad empachosa, esta ilusión desnortada que hace que sea tan frecuente ver, a esa edad hecha para la gracia y para la risa, a tanto joven de cara fotocompuesta y entrecejo airado! ¡Inacabable muestrario de maniquís sin pasarela!