sábado, 30 de marzo de 2024

Ya dijo Pessoa que la literatura es la prueba de que la vida no basta.

 "Se me quedaban fríos los pies y por eso me he puesto las botas. Sólo por eso". Le he dicho a mi cuerpo, acostumbrado, como caballo de tiro, a emprender camino cuando le colocan los arreos.

"A esta hora todavía no voy a ningún sitio", me digo a mí mismo  como si hablase a otro. Voy a leer y escribir aquí bien quieto, delante del fuego. Voy a aprovechar las deshoras, los madrugones, las entrevelas, para que parezca que soy algo, para que el alentar se vea, como ese vaho que los días fríos nos sale por la boca, esa niebla exhalada que tantas veces de pequeño, tratando encajar lo que me enseñaban en la doctrina, imaginé que era el alma, y que, ahora, a la vuelta de los años, despejadas tantas incógnitas y enquistadas otras, va a resultar que ese es, ni más ni menos, el alma que nos queda.

miércoles, 27 de marzo de 2024

L. y yo. (Borrador de una felicitación traspapelada).

Digo que me voy. Con esa forma de irme que tengo, un poco de repente, porque aún no he logrado saber exactamente cuál es el instante adecuado para abandonar una reunión, y, al tener que elegir uno cualquiera, no hay más remedio que hacerlo de esta manera, como quién salta de un tren en marcha.                                              

Me levanto, pues, de un salto de la silla y dando la espalda a los presentes, cuando ya casi he traspasado la cortina  digo adiós con la mano.

Justo en ese momento oigo detrás de mí la voz de L. diciendo:

—Un beso, un beso, un beso.

L. (4 años) está sentada acabando su cena, la mesa le llega a la altura de la barbilla. Parecemos franceses L y yo. Hemos ritualizado las despedidas de tal modo que cualquiera diría que en la puerta de la calle me espera un transatlántico para llevarme a otro continente. 

L. me da un beso y yo a ella otro ( dejo aquí escrito para que ella pueda algún día desengañar a cualquier engreído que se le acerque, que por mucho que ellos se crean, al hombre que más besos ha dado L. — fuera de los que reparte a su familia— ha sido a mí).

Cada beso de despedida que yo le doy a L. o L. me da a mí lleva añadido un comentario sobre el estado de mi cutis, más exactamente de mi afeitado.

 "Pinchas. No pinchas". Suele decir.

Yo suelo contestarle con frases corteses y un poco rimbombantes que a ella le gustan mucho. 

—Lo lamento señorita, la próxima vez procuraré estar perfectamente rasurado. 

Cuando oye estas gentilezas le entra una risa que le conmueve, que le hace quedarse sin fuerza ni para sostener el tenedor.

Hoy ha dicho:

—No pinchas.

He contestado:

—Hoy no. Pero mañana pincharé. Soy un cactus al que le crecen las espinas.

Aunque lo he dicho con voz alegre, e incluso he guiñado un ojo, L. no se ha reído esta vez.

¿Por qué? No lo sé. Quizá la palabra espina, esa cosa que se clava y duele, la haya alertado.

He enfilado el pasillo y, desde el fondo, cuando ya tocaba el pestillo de la puerta de la calle, he oído a L. decir:

—Bueno, si pinchas no te preocupes.

Su abuela, que ha salido a despedirme, dice riendo y con cierta musiquilla:

— Ya sabes, no te preocupes.

Me encojo de hombros como he visto hacer a aquel negro que cantaba "don't worry be happy".

A R., la abuela, le da un retortijón de ternura y dice:

—¿No me digas que no es para comérsela?

L. cumple hoy (27-3-2022) 8 años. Creo que se le va pasando la edad de prohijar monstruos. Ahora a los monstruos los estudia. Tiene un hermano de un año, lo que justifica el empeño. Es muy aficionada a hacer dibujos, y a construir maquetas con cartón y pegamento. Todos sus proyectos van acompañados del correspondiente manual de instrucciones. L. es muy previsora, piensa en los torpes que no entienden el manejo, y en las posibles averías. Otra manera de decir, a los que somos susceptibles de padecer esos ahogos, que, si pinchamos, no nos preocupemos.

domingo, 10 de diciembre de 2023

Lechugas.

(20130719). Hay un momento de la vida en que se nos revela nuestra dimensión irrisoria, y también la de todo lo que nos rodea. Puede que en ese momento, si tenemos un trozo de tierra en el que crezca algo, una triste maceta valdría, nos abandonemos a la tentación de relacionarnos preferentemente con el género vegetal. Las plantas tienen esa clase de vida que nos permite movernos entre ellas sin perder la serenidad. A cierta edad estos periodos de alejamiento son muy recomendables. La irrisión general queda bastante aquilatada cuando comenzamos a mirar a los demás como si fuesen lechugas o, lo que también serviría como efecto terapéutico, intentando adoptar nosotros mismos el punto de vista de una lechuga.

jueves, 8 de junio de 2023

Residuo y forma. (Legado Belmontino)


(20120803)Decía mi amigo Belmonte, tallista aficionado y reconocido aforista, que él barría su taller muy de tarde en tarde, no porque como pensábamos algunos de sus allegados fuese alérgico a la escoba y al orden en general, sino porque cuando la gente miraba sus obras, (así llamaba él, iluso creador, incluso a las cucharas de palo que tallaba o a unas tablillas con esbozos muy rudimentarios), unos admiraban los trazos de la figura y otros quedaban extasiados ante la cantidad de viruta producida. Y, humorísticamente, añadía: “hay que reconocer que las virutas son una expresión abierta de la obra, la parte de la obra con más posibilidades de interpretación, mientras que la figura ofrece su faceta más castrante, imponiéndonos represoramente la voluntad del artista”. Estos tiempos nuestros, le parecía a él, estimaban más la viruta que la figura. Pero ante la duda de qué parte convendría desechar para estar a la altura del gusto imperante, él había optado por una estrategia reconciliadora. Metía en una bolsa de plástico negro la forma y el residuo, y así acostumbraba a entregar sus obras. Si el comprador era un espíritu libre y componedor podía exhibir la viruta, si era más tolerante con las iniciativas del autor podía presentar la figura. Aunque Belmonte aconsejaba, sarcásticamente, presentar la obra  compuesta por los dos elementos, es decir, plantar la figura y derramar la viruta alrededor, a imitación de lo que hace la naturaleza cada primavera con la caída de los pétalos alrededor del árbol, o con la hoja en el otoño. Esta guasa y largueza acabó por jugarle una mala pasada. En la única exposición que participó en su vida, una exposición local  promovida por la mujer de un alcalde con inclinaciones artísticas, el empleado público al que encomendaron la misión de repartir las obras por el habitáculo que servía de sala de exposiciones, al cual habían aleccionado para que fuese especialmente respetuoso con el material aportado por los artistas, se atuvo tan estrictamente al mandato que dejó la bolsa sin abrir sobre el soporte que le habian asignado. Impresionaba el nombre de la talla clavado en la pared junto a la bolsa: "Sansón vence a los filisteos". Todo el mundo se dió por aludido. 



Yo soy aforista rural, decía mi amigo Belmonte, porque mi intelecto no da para otra cosa, cuando echo a rodar una frase, imagino que es un asno al que conduzco por un camino, si le aguijo y acelera el paso, eso es sólo una idea. Si me da una coz, eso es un aforismo

lunes, 13 de junio de 2022

Ola de calor.


La ola de calor me ha revelado el símbolo apropiado para lo masculino en esta época confusa.
No hubiera encontrado este símbolo, ni acaso habría sido consciente de que había otro viejo símbolo obsoleto, por demasiado osado, para la actual circunstancia psíquica del varón, si no hubiera tenido que comprar un coche de segunda mano. Así de poco heroicas suelen ser estas cosas.
Pero hablemos un poco del coche antes de revelar el hallazgo. Tenía pocas referencias del coche que iba a comprar. Sabía que era un Volvo, pero ni siquiera conocía el modelo. Miré en Internet  las características del vehículo después de identificarlo por la fotografía. Al contrario de lo que les ocurre a los expertos, tan abundantes en el mundillo de la automoción, saqué poco en claro de la lectura de aquellos datos. Me dan envidia los expertos, tan numerosos en el sector de la automoción, capaces de imaginar las partes íntimas de la máquina a través de conceptos y números. Aunque también digo que si hubiera sabido interpretar los datos tal vez me hubiera quedado en eso y no hubiera atendido a las informaciones más superficiales que me condujeron al sustancioso hallazgo que según mis cálculos podría reconducir (seamos modestos) los destinos de la humanidad.
En aquella página de Internet, como información añadida meramente anecdótica contaban algunas curiosidades sobre la historia de la marca. Contaban que el nombre venía del latín, del verbo “volvo”, que significa rodar. De manera que, debidamente traducido y conjugado, el nombre de estos coches sería “yo ruedo” o, simplificando, “ruedo”. Era un nombre excelente para un coche. Más que un nombre una actitud vital, una personalidad bien resumida, mitad voluntarioso empeño de seguir adelante: ruedo, ruedo, ruedo; y otra mitad nostálgico designio, como el de la tantas veces cantada piedra en el camino, cuyo destino era rodar, rodar y rodar.
También hablaban del logo de la marca. Los fundadores de la empresa, un tal Larson y un tal Gabrielsoon, debieron ser tipos de una pieza, gente concienzuda, y buscaron un emblema que representase la solidez. Lo encontraron en el símbolo del hierro, un círculo con una flechita en diagonal. Este era también, en tiempos de los romanos, el símbolo de Marte, Dios de la guerra, y, viniendo a lo presente, ay, el símbolo que representa el sexo masculino. Parece que por este motivo algunas asociaciones feministas hicieron manifiestos acusando a la marca de machismo. Corren malos tiempos para la lírica.
En el sitio donde leí estos datos decían que, a pesar de las protestas feministas, la marca no había modificado su emblema. Pero si se realiza un examen de la evolución del logo se puede observar que la flecha se ha ido acortando con los años. Tanto da que se aleguen razones estéticas para el encogimiento.
 Desde que leí aquello, hace ya más de tres años, me quedó la vaga sospecha de que el viejo símbolo del hierro, por mucho que le acortásemos la flecha, no representaba al nuevo tipo de varón dubitante y aturullado que va configurándose  a resultas de las cortapisas, censuras y sospechas que el feminismo más furibundo le va echando encima.
Percibí de inmediato el desajuste. De un lado las falanges femeninas bien pertrechadas de símbolos, consignas, manifiestos y banderas y de otro el varón reducido a la insignificancia y a la inexpresividad bajo sospecha de machismo, 
La percepción de un desajuste de este tipo hace que queramos encontrar algo sin ser muy conscientes de que lo estamos buscando. El animal humano tiene estas habilidades inasequibles a la máquina mas dotada. Encontrar sin saber siquiera que uno busca algo. Esa vendría a ser la definición de hallazgo. Y, como bien sabemos todos, el hallazgo esta regido por la suerte, la casualidad, la chamba.
Y no otra cosa que la suerte ha sido la que ha querido que hoy yo encontrase el simbolito que de ahora en adelante podría servir de bandera a la causa masculina. Miraba el "tiempo" en el teléfono. Iba a ver los grados que alcanzaríamos en nuestra sesión diaria de horneado, cuando he visto en la parte baja de la columna el aviso por “ola de calor”.  El dibujo que utilizan para esta alerta parece la caricatura de un termómetro asustado, pero es talmente el ideograma de un pequeño falo estupefacto. Un falo desbordado por su circunstancia, incrédulo y completamente ruborizado.
Un sector de la sociedad representado por emblemas desajustados se convierte en inoperante para reclamar derechos, hacer proclamas y reivindicar que, al menos, nos tapen los ojos en el paredón, ya que ese es el lugar en que, acaso por carecer de un simbolo ahormador, nos ha colocado la ley.
Ea, pues, amilanados compañeros, ya no serán ellas las únicas inquilinas de las barricadas. Desde ahora, cuando las mujeres, rebosando desacomplejada certidumbre y autoestima, tomen las calles haciendo con las manos levantadas la figura del triangulo, que representa su campanuda vulva, podrán ver a los hasta ahora desperdigados varones unirse llevando al frente en una cartela este dibujito irrisorio. Y, por lo que hace al gesto, a la figura que habremos de componer con las manos, para estar a la altura que exigen estos ritos, creo podría servirnos  la típica señal de la peineta, solo que para quitarle agresividad, prepotencia o cualquier sesgo insultante, en el enarbolado dedo corazón llevaríamos pinchada una nariz de payaso.




jueves, 29 de abril de 2021

Sublimarse.

Un gusano inteligente aprende muy rápido, y lo que primero aprende es, por pura constatación de lo evidente, que es un gusano. A partir de ahí toda su inteligencia la emplea en no parecer lo que es: un gusano. A lo resultante de esta trabajada elaboración lo llamamos mosca.

sábado, 10 de agosto de 2019

Venas de agua.

Es muy difícil no desarrollar un cierto escrúpulo hacia los agoreros. Aunque los agoreros de aquí tengan una base. Nunca llueve. Nunca. Los arroyos no corren. Los “maniantales” se secan. Y las aguas de abajo, “dime tú cómo van a reponerse, si de arriba no cae”. Casi parecen científicos nuestros agoreros.
Yo entonces recurro a la teoría de las venas de agua.
¿De dónde vendrá esa agua, dicen nuestros agoreros, esa agua que sale de cien o doscientos metros bajo tierra?
Me aprovecho de su desconcierto ante el misterio y les lanzo un guijarro con la honda entre ceja y ceja, como David a Goliat. Los agoreros toman un porte gigantesco, descomunal, revestidos de profetas.
Les digo:
—Esa agua del subsuelo es lluvia caída en otro sitio.
—Más vale que sea así, amiguito, más vale que sea así.
Se retiran moviendo la cabeza, como los bueyes uncidos, de un lado a otro.
Se me retuercen las tripas ante esta canalla incrédula. Que tenga yo que vender esperanza, sin tenerla.