domingo, 25 de septiembre de 2011

Pasadizos tres.

Las crisis contemplativas de mi amigo Belmonte adquieren un cierto paroxismo hipnótico que a veces le juegan muy malas pasadas.
Hoy, nos ha contado, ha estado absorto sentado en el pretil de un puentecillo, contemplando una hermosa vista durante más de dos horas.
–Era una pequeña línea de tierra, manchas ocres y rojizas, con pequeñas sombras de vegetación, sobre las que crecía una inmensa porción de cielo.
Un cielo, nos ha dicho él, después de agotar otros muchos matices, "velazqueño".
Se lo estaba aprendiendo, estaba, como quien dice, dándole ya los últimos retoques, cuando inopinadamente…
–Ha aparecido por un confín –es su manera de hablar– un hombrecillo paseando que lucía unos calzones sicalípticos. No me preguntéis de qué traza pues he retirado la vista cuanto antes.
No lo suficientemente rápido, por lo que nos ha hecho entender, ya que aquel cielo "velazqueño", ha tomado de pronto un abigarrado tono color "Torremolinos".
Estaba cabreado. O, como dijera el clásico, tenía en la cara el sabor de la lanzada. Pero como es un hombre piadoso, ha dicho:
–¡Con qué facilidad le hacen viajar a uno a donde no quiere!


No hay comentarios:

Publicar un comentario