sábado, 24 de septiembre de 2011

Piel de elefante.

(Nota del 9 de Junio). La dependienta no esperaba encontrarme hoy de nuevo. Tampoco tenía por qué acordarse de mí. Mi aspecto es demasiado rural. Una complexión un tanto basta para ser diferenciado a simple vista como un buen aficionado a la lectura. Aunque también podría ser que su cerebro no se rigiese por esos estereotipos, y ni siquiera se haya molestado en valorar mi aspecto, el de un cincuentón un poco abotagado, de color atezada y manos recias. Quizá sólo esperase que hoy volviese a comprarle otros cuatro o cinco libros.
Ayer deposité en su caja ochenta euros. Ella me premió con un vale descuento para gasolina. "En cualquier gasolinera Repsol". Me dijo. No creo que ese vale descuento significase nada, pero mi aspecto de hombre que se relaciona con maquinaria pesada se resintió.
Había estado recorriendo los estantes durante más de dos horas y creía haber hecho una selección lo suficientemente buena para que ella se apercibiese de que no era un simple aficionado, sino un lector afinadísimo. Creo que eso hubiera debido influir en el modo de ser mirado.
Debo confesar que yo a ella también la he mirado con cierto aire de superioridad mientras esperaba en el mostradorcillo, junto a la caja registradora. Ella hablaba con unas amigas de aspecto un tanto desconcertante, cada una de las cuales parecía haber querido imitar el maquillaje y peinado de alguna diva y haberse cansado antes de completarlo. La dependienta les contaba que iba todos los días a hacer un circuito en bicicleta. Les explicaba con gran detalle el recorrido, incluso especificaba algunas partes del itinerario que podían resultar peligrosas. El cuerpo de la dependienta era bastante proporcionado con su tamaño, pero tenía dos poderosas ancas dignas de una auténtica velocista.
Antes de hacer pasar mis libros por la lucecita roja para descifrarlos, le he dicho que aún había otro libro que teníamos que encontrar. Ella se ha puesto tras la pantalla y ha tecleado: "Asuntos Propios. Rafael Chirves".
–¿Eso qué es? –Ha dicho.
–Son artículos, ensayos… –le he dicho yo–.
Ha buscado por los estantes poniéndose un dedo en los labios.
–Desde luego ahí me sale que tengo uno.
–Debe haberlo, porque lo tengo encargado.
–¿Encargado? –Me ha mirado–. Acabáramos, si lo tienes encargado estará aquí.
Se ha dirigido a unos cajones que tenía a ras de suelo tras el mostrador.
–¿Recuerdas cómo era la chica que te atendió?
La pregunta me ha dejado patidifuso. Y, desguarnecido, me he puesto a contarle mi vida.
–Bueno, en realidad, de esto hace treinta o cuarenta días. No soy de aquí y suelo venir una vez al mes…
–¿Pelirroja o morena?
La he mirado a su pelo, bastante grasiento por cierto, quizá a causa del tinte. No hubiera sabido decirle tampoco de qué color tenía ella el pelo.
El objeto de la pregunta era hacer más fácil la búsqueda. Por lo visto cada una de ellas tenía asignado un cajón para las reservas. No había muchos encargos y lo ha encontrado rápido.
–Pelirroja–. Ha dicho sonriendo de un modo tan seductor que yo he tenido que apartar la vista.
Me ha dado el cambio y el vale descuento sin dejar de sonreír de manera muy pícara.
Hoy, como ya he dicho, he vuelto. Cuando he ido a pagar, para evitar equívocos, he dado una explicación absurda que nadie me había pedido. Así somos la gente de los pueblos.
–He tenido que venir a traer a mi hija al examen de selectividad.
La dependienta ha hecho un gesto de no entender.
–Claro, no vas a haber venido a verme a mí.
–Claro, claro. –He dicho yo.
No he querido recordarle que yo era ese del que ella estuvo enamorada ayer durante un instante. Total, lo mismo no se dio ni cuenta.

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