jueves, 22 de septiembre de 2011

Pompas culturales.

El ocio veraniego cae sobre los pueblos como una nube de langosta. Cualquier cosa que invente un edil "imaginativo", ya sea mercadillo medieval, feria de artesanía, verbena, día de la tapa, ginkana, o concurso de gazpachos; cualquier concurso, por insólito que parezca, será devorado sin distinción por la plaga.
Los movimientos de masas son muy interesantes, y conviene echarles una miradita de vez en cuando, no porque uno sea un lince en esta clase de análisis, ni porque crea que conducen a ningún sitio, sino por curiosidad malsana.
Así pues, me he detenido a echar una ojeada a este batiburrillo de actividades lúdicas veraniegas y he podido ver que en la mayoría de ellas no había más que un nombre al que se le habían insertado cuatro ocurrencias. De hecho, básicamente, consiste en eso, en agregarle un nombre a una cosa cualquiera. Resulta curioso ver hasta qué punto algo que nadie haría ni muerto, basta con que se le dé un nombre, con la palabra "jornada", "demostración", o "fiesta" delante, para tener compuesto un sabroso acto cultural con un buen montón de gente involucrada. Es un viejo truco que por lo visto sigue funcionando incluso en sociedades tan maceradas publicitariamente como la nuestra. La palabra, el título, a través de la cual lo banal e irrelevante adquiere un rango de mayor jerarquía y nos impide ver su burda procedencia.

Por si alguien duda de esto que digo, o no lo hubiese expresado bien, haré yo mismo una demostración de cómo puede fabricarse una actividad cultural de las que se usan en nuestros pueblos. Ni que decir tiene que, siguiendo estos pasos, cualquiera puede inventar las suyas con un mínimo esfuerzo.
Para empezar obsérvense los tres o cuatro objetos que se tengan a la vista y tómese nota. En mi caso: "huevo duro", "pelo suelto", "sorbo de gaseosa" y "colillas apagadas". Insisto, no hay que pensarlo, ni hacer selección alguna, tan sólo anotar lo primero que nos venga a los ojos.
A continuación elaboresé la lista, aleatoriamente también, (no hay que olvidar que estos actos suelen ser promovidos y aventados por los ayuntamientos, que no se distinguen por estar nutridos de gentes muy despiertas –"espabilados" si, pero eso es otra cosa–, ni grandes amigos del trabajo elaborado). Así pues, aquí va la mía.
–Día del huevo duro.
–Jornada del pelo suelto.
–Fiesta de la colilla apagada.
–Demostración del sorbo de gaseosa.
Y ahora, desarrollemos las actividades correspondientes a uno de estos temas. Por ejemplo, y para que no digan que andamos eligiendo, el primero: Programa de actos del Día del Huevo Duro.
Uno.– Se harán recetas con huevos duros en los bares. Se ofrecerán en forma de tapa y se premiará la mejor. Un premio meramente simbólico, puesto que el premio real ya lo habrían obtenido todos los bares haciendo que la gente entrase en ellos.
Dos.– Concurso nocturno de aplastamiento de tartas con los huevos. Se exigiría el uso de tanga y, para no caer en el sexismo se ofrecería al género femenino la posibilidad de la degustación de las tartas chafadas. Se entregarían dos premios, uno al mejor aplastador, y otro al más seductor, este último sería el pastel que más bocados hubiese recibido.
Consustancial con este tipo de actividades es el empleo en los juegos de los excedentes agrícolas, que pueden conseguirse a buen precio e incluso regalados. Este año, por ejemplo, ha habido una gran producción de sandías (si fuesen ecológicas la actividad ganaría muchos enteros). Por tanto nuestra próxima actividad sería:
Tres.– Refrescante juego de lanzamiento de sandías pintadas de blanco. En tres modalidades. Primero, un concurso para niños: una simple competición para ver quién la lanza más lejos. Segundo, un concurso para adultos: arrojar sandías pintadas de blanco a los viandantes desde terrazas, ventanas y balcones. Y tercero, con la sandías que sobren, ya que acabará no habiendo viandantes, y para no discriminar a ningún sector de la población, se jugaría en el asilo a hacerlas rodar por los pasillos, ganaría el concurso el anciano que más sandías esquivase.
Cuatro.– Otras actividades que podrían llevarse a cabo dependiendo de los horarios serían, el concurso Luke Jackson al mayor comedor de huevos cocidos, en homenaje al protagonista de "La leyenda del indomable". O bien, construcciones de pirámides con huevos duros. O ejercicios de equilibrio, carreras o saltos, con un huevo en la frente etc. etc.
Con idéntica facilidad podrían inventarse innumerables actividades para el resto de los temas, lo que no haremos para no cansar.

Más o menos nos hemos hecho una idea de lo que contiene el plato: cualquier cosa guisada de cualquier manera. Averiguar las causas para que estos comistrajos despierten tanta glotonería es mucho más difícil. Podríamos enumerar algunas que, por tontas, tal vez no sean las acertadas, pero que dejaremos aquí como meras ocurrencias. En primer lugar estaría la gratuidad, es decir que los gastos del evento corran por parte de un organismo público. En segundo lugar el ánimo exhibicionista, ver y dejarse ver, connatural con la especie humana, pero incrementado en estos últimos tiempos por los ardides de lo virtual. En tercer lugar el tedio consuntivo, esa extraña dificultad que parece tener el individuo contemporáneo para entretenerse. En cuarto lugar y derivado del anterior, creer que puede ser divertido cambiar de sitio, algunos llegan a considerar que incluso lanzarse al vacío puede ser fascinante. Y quinto y fundamental, que se presente el acontecimiento desde un principio como una "actividad colectiva"; la entrega acrítica por parte de la muchedumbre exige que antes de que nadie se haya planteado la pregunta: "¿A qué vamos?", tenga ya la respuesta: "Va todo el mundo".

No obstante, no tengo nada que objetar a que las gentes se reúnan y se diviertan como buenamente quieran, y sea el que fuere el motivo de partida. Egoístamente, además, puedo decir que los acontecimientos multitudinarios me resultan muy agradables, siempre que yo no me halle en ellos. La gente reunida y percibida de lejos hace un ruido muy bonito.

El problema estaría en el modo en que los poderes públicos (los cocineros, según nuestra didáctica metáfora) se relacionan (e incluso dirigen y fomentan) con esta clase de eventos. Uno diría, viendo el incremento de actos públicos de esta naturaleza (en poco más de una década hemos pasado de una tímida semana cultural en el verano a tener un verano cultural completo con sus correspondientes Navidades y Semana Santa culturales, eso sin contar una innumera cantidad de jaimitadas interpuestas), que a nuestros pobres dirigentes les ha caído una maldición. Una multitud ansiosa de ser entretenida, como una bestia hambrienta, clamaría a sus puertas pidiendo ser nutrida, del mismo modo que reclamaría un servicio primario, una escuela o un hospital.
Esa es la idea que intentan trasladarnos cuando se les pregunta por los recursos públicos empleados en esto. Pero no. Que el común esté aburrido no implica que pida que nadie le entretenga. Jamás he visto, como no sea por parte de los entretenedores oficiales (actores y artistas), ninguna reclamación de este tipo. Existe una industria del entretenimiento, pero surge, no porque haya sido reclamada, sino para aprovechar esa brecha de abulia colectiva e implantar allí sus artículos de consumo. Crear necesidades es la función primordial de esa industria. Para luego vender, claro. Ahora bien, ¿qué querrán vendernos nuestras autoridades públicas para necesitar esa gigantesca envoltura de celofán? Suponemos que querrán venderse ellos, su fatuidad y fantochería. Aunque uno mira dentro del envoltorio y no ve sino sus tristes espectros de gentes necesitadas de acatamiento y reverencia. Si no fuera por lo que gastan y lo que enredan uno diría que lo que pretenden es dar pena. Y, francamente, para eso no hacía falta tanta pompa de jabón.

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