domingo, 4 de septiembre de 2011

Resucitar ranas.

Hay un borracho en la plaza voceando todo el rato. Está con otros a los que no se les oye, sin embargo él se desgañita y va de un lado a otro con un vaso en la mano. A su alrededor trotan unos cuantos niños, ignoro si son sus hijos, que juegan a desafiar sus feroces amenazas.
–Me cago en Dios, Paquito, no me mojes que te ahogo, te lo juro.
Él corre de medio lado tras ellos en torno a la fuente. Unas veces giran para un lado y otras para el otro, según se le vean las intenciones al borracho.
Luego la diatriba surge a causa de una rana. Una rana que debe de estar dentro del pilón.
–No toquéis esa rana, no toquéis la rana que os mato, os ahogo aquí mismo a todos.
Los niños no cesan de dar vueltas, y el borracho, inextinguible, durante más de dos horas arrojando amenazas tridimensionales que rebotan en las paredes.
Al final se ha quedado él solo, sentado en el muro del pilón, jugando con la rana que flotaba en el agua boca arriba, con las ancas extendidas y asomando su gran panza blanca. En su delirio, el borracho, le ha dado a beber a la rana de su vaso y, al no querer resucitar esta, le ha dado la espalda y no ha vuelto a dirigirle la palabra.
De haber sido rana, yo habría hecho lo mismo.
Se apetecía un poco de silencio.

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