sábado, 10 de septiembre de 2011

El descaste.







(Nota del nueve de Julio). El conocimiento tiene maneras caprichosas de llegar a nosotros. Tres hechos aislados me han hecho saber que estamos en tiempo del "descaste" del conejo. Primero, el coche que viene a buscar a primera hora de la mañana a mi vecino cazador y a su perro bigotudo. Segundo, los conejos de campo desnudos y enroscados en el plato que he encontrado en el frigorífico, en mi casa. Y tercero, el conejo al ajillo que vi cenar hace dos días a un amigo.
Por lo visto, todo el mundo a mi alrededor estaba enterado de esto y a mí no se me había ocurrido preguntarlo, hasta que esa suma de hechos me ha traído la respuesta a la pregunta que yo no había hecho: "el descaste".
La palabra no suena bien y he querido ver su significado literal. A veces palabras así suelen guardar alguna sorpresa. Esta la tenía, pero terrible. De sus dos acepciones, la segunda es "aniquilar", la primera: "destruir una casta de animales, sobre todo cuando son dañinos para el hombre". La experiencia nos dice que el hombre ha hecho uso dañino y frecuente de esta palabra contra todo lo que se mueve, y ha descastado también mucho entre sus semejantes.
No sé para qué quiero éstos conocimientos sobrevenidos, pero, esta tarde, cuando he ido a regar a la nave y ha salido a estar conmigo nuestro conejo residente, que ha resultado ser un sibarita aficionado a comer hoja y tallo de melón, he tenido la intuición de que podría utililazarlos.
Dos días atrás, para que supiera que en este paraíso también hay fruto prohibido, le lancé unas piedras con intención de hacer yo aquí mi descaste particular, sin saber todavía que estábamos en temporada.
El conejo, que tiene una vida exenta de emociones, cosa que suele ocurrir en los paraísos, se emboscaba entre las hierbas, sin huir del todo, aunque lo tenía fácil para buscar un sitio más seguro, y esperaba los proyectiles con espíritu deportivo. Él es mucho más rápido que las piedras y las esquivaba con un par de saltitos y una ligera carrerita. Me pareció que se burlaba, aunque mi intención era la de acertarle.
Quizá hoy venía a mi encuentro por ver si jugábamos otro rato a lo del tiro al blanco. Creerá que tengo obligación de entretenerlo.
Su mayor entretenimiento era antes escuchar conversaciones, pues en cuanto veía que había plática acudía él a tenderse allí al lado para ver de qué iba la cosa. Deduzco por tanto que algo entenderá. Y aquí es donde mi conocimiento inservible ha encontrado utilidad.
He ido a por una hoja de melón y, combinando mímica y lenguaje, me la he llevado a la boca cuando él estaba más atento y le he dicho muy serio: "descaste", así tres o cuatro veces. Espero que no haya creído que era una nueva actividad recreativa, y que esta noche pregunte a los que están por fuera de la valla, viviendo en la incertidumbre, el feo significado que tiene esa palabra, y las terribles consecuencias que puede tener no dejar tranquilo al hermano melón.

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