lunes, 19 de septiembre de 2011

AVISO PARA CONCUPISCENTES.





Teníamos que ir a cargar estiércol al día siguiente. Había que llevar los dos tractores, uno con la pala y otro con el remolque. R tenía que llevar uno de los vehículos en el primer viaje, e ir a por él cuando hubiese que traer el último, al final de la mañana. Una actividad que a ella le complace mucho ejercer.
Nuestra mentalidad utilitarista, tan arraigada entre los campesinos, nos ha llevado a desarrollar la idea de que a los sitios hay que ir a hacer algo, con una tarea programada. Ir por ir, tiene esa cosa de gentes inoperantes y vacuas que buscan entretenimientos artificiales. Lo ideal, por tanto, es ir y tener que hacer poco. Eso le convierte a uno en un contemplativo justificado. La manera perfecta de hacer turismo.
El año pasado cargamos el estiércol al final de la primavera y había muchas pulgas. Un insecto que, comparado físicamente con nosotros, tiene las facultades de un superhéroe. A propósito, no sé cómo aún no han creado al hombre-pulga, que dejaría en pañales al hombre-araña.

Hacíamos la tertulia vespertina hablando humorísticamente de esto. Estaba en la reunión P, la hermana de R, una mujer que desde pequeña ha llevado bastones, acostumbrada a la lentitud y a la premiosidad en sus labores, buena observadora y de humor bien templado.
R suele decir de ella, cuando le da por ahí, y con este hablar libre que utilizamos entre nosotros, que su hermana es como una monja. Y sí, tiene ese ampo que dá la dulce sombra de la clausura.
R lo dice también por ver si yo descargo alguna tremolina jacarandosa de esas que tanto le hacen reír. Se puede uno imaginar de qué clase si me ha dado esta carnaza. En el caso de que no tenga la dosis suficiente de disparate, lanza otro cebo más jugoso. Por ejemplo, y replicando a lo que yo le haya dicho:
–¿Pero qué dices, muchacho? Si mi hermana es la única virgen que queda en el mundo.
Tratándose de seres queridos más vale quebrarse de sutiles que no cargar las tintas. Así, verbigracia, yo podría contestarle (todo en hipótesis):
–Mucho ojo con tu hermana que, con lo lenta que es, podría acabar con cualquier picha brava por agotamiento.
Esto, desde luego, no sale de nuestras conversaciones particulares.
Hoy, en broma, le decíamos a P que mañana le traeríamos unas pocas pulgas de las de "aquí", por ver si le parecían mejores o peores que las de su tierra. Ella dice que todo lo de su pueblo es mejor.
Se ha reído diciendo que no, que no quería probarlas, que ella era muy sensible a esos bichos. Y, para explicarnos hasta qué punto podían desquiciarla, nos ha contado que, en su pueblo, una de sus vecinas tiene animales en el corral de la casa, y cuando viene a visitarla le deja a ella las pulgas.
–Que, mira, –decía– a mí me devoran.
Se acordaba de una vez, nos ha dicho, que nada más irse la vecina, comenzó a sentir una picazón en un pecho, que le ardía, y por más que intentó buscarlas, y rascándose, no hubo manera de desalojarlas.
Le entró tal desazón y nerviosismo que fue al cuarto de baño, donde tenía el insecticida, y allí:
–Me puse con ellas, mira…, no digo más que gasté el bote entero. Puse el suelo que se resbalaba, todo llenecito. ¡Madre mía, aquel día yo creí que me daba algo! ¡Qué putas y que jodías!
R se quedó acongojada con la descripción. A mí la palabra virginidad me incendió las meninges. Pero P se reía. Y yo también me reí. Y también R. Todos en cascada.
R no quería ni mirarme, se le salía el aire por las comisuras.
–¿Todo el bote, Pepi?–Le decía a su hermana.
–El bote enterito, hija mía.
La mujer que le asiste, cuando pasó el suelo del cuarto de baño, se encontró, no uno, sino tres cadáveres.

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