martes, 30 de agosto de 2011

Vivito y coleando.





Vimos a la hora de comer, en un programa en el que hablaban de pescados, en este caso del bonito, cuál era la técnica para reconocer cuando estaba fresco.
Eso es para nosotros, tal y como aquí llegan los frutos de la mar, como si nos contasen una de esas historias del país de Jauja que se relataban en el medievo, ríos de natillas, árboles que producen pollos asados, en fin ciencia-ficción.
Salía J.M. Arzak y otros dos frente a un puesto de pescado, con un bonito al alcance de la mano. Arzak no podía faltar, no hay guiso vascongado que no lo tenga a él como ingrediente. Supuestamente los otros dos eran los especialistas, pero les ha dejado intervenir de milagro. Una vez agotados los tópicos del ojo y de la agalla, por fin uno de los especialistas, que por fuerza tenía que parecer modesto estando junto a Arzak, ha logrado meter baza. Se ha aproximado al bonito y ha dicho que para saber la calidad y la frescura de una pieza ellos le daban una palmada, lo ha hecho frente a las cámaras. Lo ha cacheteado, los cuatro dedos de la mano juntos, como se hace con un melón o una sandía, o se palmea la grupa de un caballo y en fin, por ese camino, hasta donde se quiera imaginar.
No pudimos dejar de reírnos viendo la maniobra, pensando en las consecuencias siniestras que podría tener una comprobación semejante con los peces que aquí llegan.
Éso fue ayer. Hoy he bajado de mi torre (una habitación en un segundo piso) y R. estaba sacando de una bolsa una rodaja de bonito recién comprada. Nada más ponerla en el plato, la rodaja ha comenzado a mostrar sus habilidades. Tenía una incontrolada tendencia a mimetizarse morfológicamente con todo lo que entraba en contacto con ella. Si intentabas ponerla de canto se doblaba como si quisiese darse una voltereta, y las huellas digitales, más que captarlas, las absorbía.
Nos hemos reído tambien hoy. ¿De qué? Creo que en este caso, concretamente, de la raja de bonito. Y también de nuestro buen conformar, llamémosle así.
R. de nuevo ha mostrado gran clarividencia frente al hecho gastronómico.
–Es mejor no ver esos programas –ha dicho– , porque si no, luego, te parece que estás comiendo otra cosa.
Yo, manejando mis registros más optimistas, he querido dar un nuevo enfoque al asunto. He dicho:
–No servirá para comersela, pero muerta no está. Puede que esté resucitando.
–Esto es la cocina –ha dicho ella– deja esas cosas para tu blog.
Y eso he hecho yo, venir aquí a contarlo.

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