miércoles, 17 de agosto de 2011

Ansias de levitar.

(Nota del 27 junio). He sobrepasado mis capacidades digestivas. Llevo días percibiéndolo. Anoche, después de una desagradable conversación sobre enfermedades, en la que salieron a relucir mis desarreglos cardiacos, sin haberlo decidido, lo hice. Me puse a dieta.
Un acto heroico, si se tiene en cuenta que encontré sobre la mesa de la cocina una enorme bolsa de patatas fritas, que yacía allí con provocador descuido.
En la casa no había nadie y eso fue una gran ventaja. Cuando regresó R de dar el paseo con su hermana me encontró mirando el televisor y con dos envases vacíos de yogur delante de mí, en la mesa. Noté cómo le conmovió la escena. Le dio la risa.
–Mira que venía yo deprisa –dijo con cierta musiquilla– para hacer los filetes.
Yo había mutado ya de ogro en asceta, aunque ella no se había dado cuenta.
Puse una cara ambigua.
Ella entró en la cocina y, con alevoso chisporroteo y seductores aromas, se hizo su filete, luego lo devoró delante de mí. Tendría hambre, no lo dudo, pero había también un innegable afán de provocar. Incluso se comió unas crujientes patatas fritas que dice tener prohibidas. Cuando acabó la cena, sintiéndose algo pesada, llegó a la siguiente conclusión:
– Creo que cuando tú no comes, yo como más.
–Bueno, –le dije– eso es porque he estado todo el rato provocandote. Los hambrientos despertamos el apetito.
Me miró a la cara tratando de interpretarme. Espero no haberle dado ninguna pista. Aunque tuve que espantar una mosca que se deleitaba chupeteando el borde del envase de yogur. La muy golosa.

No hay comentarios:

Publicar un comentario