sábado, 27 de agosto de 2011

Instintos primarios.

(Nota del 5 de Julio). Tenemos el interior de la alambrada de la nave lleno de intrusos. Intrusos que algún día nos hicieron alguna gracia y los dejamos servirse de este refugio. La perdiz, con la prole inmensa de perdigones recién salidos del cascarón corriendo tras ella. Nacieron aquí, y aunque no teníamos el menor interés en molestarles, ella, cada vez que nos encontrábamos, les tenía enseñados a esconderse, a mimetizarse, bien agachaditos e inmóviles junto a la primera hierba o terrón que encontrasen, mientras ella fingía un amplio repertorio de lesiones y melodramáticos desmayos. Resultaban cómicas por excesivas sus llamadas de atención. Quizá tuviera noción de que cada día el público era el mismo y si repetía actuación le iban a pillar el truco. Era graciosísimo verla, un día arrastrando el ala como si le hubiera dado una hemiplejía, otro día unos mareos remilgados, al siguiente cojeaba, otro más se arrojaba de pechos al suelo y con el rojo pico entreabierto fingía que se ahogaba, otro daba un brinco mortal con ronco cacareo como si la hubiesen dejado seca de un disparo. ¡Qué tablas tenía la tía!. Se hubiera dicho que cada noche estudiaba un prontuario de agonías para darle verismo a su muerte al día siguiente. Si aquí tratáramos de otra cosa, cabría preguntarse ya en serio, cómo aprende esto una perdiz, pero, estando tan escasos de conocimiento, tendremos que adobarlo con la fantasía de que entre las perdices se haya extendido la moda de la novela picaresca.
Luego tenemos también un conejo, que debe de ser joven, al que le gusta escuchar conversaciones. Suele aparecer si oye hablar y corretea a pocos metros haciéndose el distraído, rumia algo, se sienta, se rasca una oreja, mueve la otra, en fin, un número cómico también, pero más a lo Buster Keaton. Sale a hacer tertulia y también acude con mucho interés, como un jubilado, si ve que estás haciendo algo, siempre a cuatro o cinco pasos, seguramente pensando que no lo estás haciendo bien, o por lo menos considerando que todas aquellas absurdas herramientas de las que nos rodeamos nos hacen parecer ridículos en nuestros trabajos.
Ahora han empezado los problemas. El conejo ha comenzado a comerse las matas de melones. Hay otra mucha hierba verde o seca de la que podría alimentarse, pero se ve que es afecto a la obra humana y en pro de su propia civilidad acude a la planta cultivada. También podría haber elegido una mata y no roer en todas, ya que, puesto que él se ha criado aquí, podría haber tomado nota de cuál es nuestro comportamiento, que no vamos por ahí mordisqueando inopinadamente la fruta, de flor en flor como suele decirse, sino que la que empezamos la acabamos. Un principio básico en agricultura.
En cuanto a la perdiz, hay sembradas dos matas de calabacín, los primeros frutos han empezado a crecer con esa fruición y vigor tan envidiables, apenas tienen todavía el tamaño de un plátano y ayer mismo ya estaban picoteados. Quizá quiera mostrarnos nuevos registros como actriz.( Otra que tampoco ha aprendido nada). ¿Cómo querrá hacer ella arte dándole picotazos a un calabacín? Aunque los actores tienen todos esa cosa tonta de creer que son más importantes si hacen papeles de malo.
En fin, espero que se cansen de actuar. O por lo menos que noten que yo me he cansado de aplaudir. Los animalitos del campo, cuando dejan de hacernos gracia, son de lo más parecido a los adolescentes humanos. ¡Qué hartura y que ganas de retorcerles el pescuezo!

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