lunes, 15 de agosto de 2011

Gimnasia zen.

(Nota del 20 junio). Ayer hizo ya mucho calor. Una noche escaldada. Desperté con ese abotargamiento de los últimos tiempos, como si hubiésemos dejado de estar en estado sólido y, al sentarnos en la cama, las vísceras diluidas fluyesen dentro de nosotros. Levanté la mano derecha y con una precisión digna de causar asombro localice la bombilla que pende de un cable en medio de la habitación y la giré sobre sí misma dentro del casquillo, para que alumbrase; el interruptor queda demasiado lejos de la cama y me sirvo de este método para encenderla y apagarla.
No soy tan torpe como para no saber que hubiera sido más cómodo poner un interruptor junto a la cabecera de la cama, los tiempos y la involución humana nos inducen a eso, pero yo he preferido desarrollar esta habilidad. Es una especie de gimnasia zen estilizada hasta el límite. He repetido tantas veces esa maniobra que tengo perfecta conciencia de en qué lugar del espacio se halla ese punto. Y es sumamente significativo que a través del mismo penetre la luz.
Siempre que este todo en orden y se haya pagado el recibo, claro. El zen tambien necesita de cierto apoyo logístico.

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