lunes, 29 de agosto de 2011

Los pulsos refrescando.

El hombre bajaba la cuesta tirando del cuerpo para atrás, evitando una peligrosa aceleración. Portaba alegremente dos garrafillas de plástico, con la vieja etiqueta medio despegada.
Era un hombre con diez años largos de jubilación a la espalda, y la tarea correspondía a esos quehaceres medio inventados con los que se engañan los tiempos muertos. Una operación de relleno, en el doble sentido de la palabra, puesto que acudía a la fuente a recargar las garrafas.
Vestía pantalones de faena, de un azul cobalto algo castigado, la camisa arremangada y una gorrilla de visera que le sombreaba los ojos.
Mostraba esos rasgos terrosos que acaba poniendo la intemperie en los rostros y un cuerpo recio y bien estructurado, sin gibas ni retorcimientos.
Nos saludamos. Dos "buenos días" sin cebo en el anzuelo, como se saluda la gente que no quiere ser interrumpida. Él plantó sus garrafas debajo del caño dorado, con su rebaba de verdín, y se dedicó a contemplar las salpicaduras del agua.
Se hubiera dicho que aquello le distraía completamente, pero aún debía de quedar algún cabo suelto porque al momento se puso a silbar.
No hay fuente que no pida un silbidito, una melodía suave con que hacerle el acompañamiento. Aquel hombre se decantó por lo que en un principio parecía que era la imitación de un pájaro, hasta que percibí que lo que entonaba era ese clásico soniquete con el que se acompañaba a las mulas cuando estaban en el abrevadero, el pilón como se dice aquí. Una serie de "chuis" largos y acompasados, mezclados con otra serie de "chus" vibrantes, rápidos y cortitos. Algo que sonaría aproximadamente así: "chuuuuui...chuuuuui...chuuuuui, chu chu chu chu chuuu", esto repetido una y otra vez.
¿Quién sabe lo que imaginaría? Alguna mula de las nobles y buenas que haya tenido o con la que haya trabajado. Un caballo, tal vez, que haya soñado tener, al que estaría viendo pellizcar el agua con los belfos aterciopelados. Quizá tan sólo animase a sus garrafas a tragar, aunque llevaban ya un buen rato rebosando.
Cuando ha dejado de ver lo que estuviese viendo con aquella fijeza, ha enroscado el tapón y se ha remojado los antebrazos. "Los pulsos refrescando" que hubiera dicho Francisco de Aldana.
Antes de iniciar la marcha de vuelta, cuando ya cargaba con sus garrafas, una en cada mano, se ha encogido de hombros, y poniéndolas un poco por delante, ha dicho:
–Aquí llevo ya dos euros, uno con noventa para ser exactos.
Por mucho que él quisiese atrincherarse, creo que no tenía derecho a dejarme una idea así de aquel momento. De modo que, con mucho tacto, procurando templar la cuerda sin romperla, le he contestado:
–Eso sólo dentro de las garrafas.
El comentario le ha hecho gracia y se lo ha echado al bolsillo, para soltarlo junto a las garrafas y que el agua conserve el murmullo.
De esa manera siempre valdrá algo más que en la tienda.

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