sábado, 5 de noviembre de 2011

Turismo laboral.

Estaba bajo la lucecita del flexo haciendo deberes. Aunque por su aspecto remolón más parecía estar deshaciéndolos. Es su especialidad. Es un desintegrador nato. Todo lo descompone con una precisión asombrosa. La mejor prueba de esto es su propia madre que, hasta haber entrado en contacto con él, creíamos que carecía de nervios.
Ha oído mis pasos y se ha levantado de la silla automáticamente. No sé lo que estaría estudiando, pero lo que estaba pensando mientras estudiaba si, porque no escatima detalles a la hora de exponerlo. Pensaba que todos se iban a Madrid. Que ya se había acabado el puente (aunque el puente estaba a medias). Que el mundo fluía, la gente enfilaba el curso de las carreteras y él se quedaba aquí. El gran jolgorio se mudaba de sitio y él estaba siendo relegado. A él le gustaría también viajar. Vagabundear de un lado para otro. Su idea era que todos los que iban o venían como alegres mariposas lo hacían a capricho y por entretener el tiempo, con el solo objetivo de disipar su aburrimiento. Él era un vocacional de esa clase de vida.
Convertir sus palabras en estos cinco renglones tiene bastante mérito. No les digo más que su madre se entrega cada noche con fruición a la resolución de sudokus para restañar los descalabros a que ha de hacer frente durante el día su sentido de la lógica.
Las múltiples combinaciones de su pensamiento partían todas de un "me apetecería" o un "me gustaría" y acababan en un "divertido" o un "mola".
Con la calma infinita o el tranco corto de que me va dotando la edad, le he explicado paso a paso que la gente no vaga a su capricho, sino llevada por sus "obligaciones". Que la gente hacía, en la mayor parte de las ocasiones, lo que debía hacer, trabajos y cosas que no le apetecían.
Mientras yo le decía todo esto él insertaba sus "me gustaría" sin escuchar ni ripio. Hay que reconocer que esta facultad de no escuchar la tiene muy desarrollada. Y también la de expresarse a fondo y con persistencia. Al final, ya como un último ejemplo de su ideal de vida que ha sido imposible mitigar, ha dicho:
–A mí  lo que me gustaría es que vosotros –se refería a su madre y a mí– fueseis de Rosalejo, un pueblo de Extremadura, y os hubieseis quedado sin trabajo, teniendo que venir aquí a buscarlo, como los padres de Sheila, una de mi clase, y los fines de semana fueseis a pasarlos a Rosalejo, y durante la semana estuvieseis aquí trabajando.
–O sea –le he dicho– que tu ideal de vida es que yo sea un parado de Rosalejo y emigrado por añadidura, todo para que a ti te cuadren las cuentas.
–Sheila dice que Rosalejo es un pueblo muy bonito.
–Creo –he dicho– que no merezco ser inmolado para qué tú puedas estar cerca de Sheila. Pero tienes mi permiso para hacer todo el turismo laboral que te apetezca junto al padre de Sheila.
Sus ideales de vida, como puede verse, son conmovedores.
Decía mi cuñada consorte C, no sé si aún seguirá pensando lo mismo porque es una mujer muy voluble con sus teorías, que las expansiones sentimentales de los varones se debían a una excesiva acumulación del líquido seminal en los testículos. La teoría es suya y no entraremos a cuestionarla, ahora bien, si a nuestro promotor turístico de Rosalejo las efusiones sentimentales le provocan semejantes ideas, no me digan que no dan ganas de ponerle una cánula o hacerle una punción, para que drene, o al menos deje de pensar en nosotros como si fuésemos papel moneda.

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