domingo, 6 de noviembre de 2011

Montañas ambulantes.

C estaba haciendo rodajas un tomate en el banco de la cocina. Iba a ir mañana al Chorro. Ella siempre tiene algo programado. Giró el rostro y dijo:
–¿Mahoma se viene mañana al Chorro?
Yo estaba sentado en una banqueta, con la espalda apoyada en los azulejos de la pared, junto a un calendario que mostraba un paisaje, y con un brazo estribado en la mesa donde las cervezas, llevadas a su punto de frío exacto por mi hermano, estaban aguardando.
Le dije que no iría. Nos reímos. Por cada negativa de Mahoma sabemos que hemos de sumar una nueva montaña en nuestro haber. "Me la rayo", estuve a punto de decirle, pero tampoco era cuestión de exacerbarse, geológicamente hablando, no fuésemos a convocar a alguna cordada de alpinistas. Las metáforas acaban alterando tanto las cosas que en la larga cabellera que a ella le caía por la espalda, normalmente recogida en una trenza, yo estaba ya viendo el dibujo de un pequeño salto de agua.
C es aficionada a la fotografía, y quería cazar un poco de otoño.
Le he dicho que el otoño estaba echado la siesta este año, que tenía todas las trazas de dejarse arrebatar la tostada por los dos voraces comensales que tenía de vecinos de mesa. Como en esos anuncios en los que promocionan una mermelada muy rica. Por un lado el verano iba camino de zamparse la mitad del otoño de un mordisco. Por el otro:
–Un día de estos –le dije– caerá una nevada y este será el año de las tres estaciones.
He pensado, al decirlo, en el daño que le haría eso a Vivaldi principalmente.
Más vale que uno no haga pronósticos ni agorerías, aunque sea en estas someras conversaciones para acompañar el aperitivo. Con demasiada frecuencia se cumplen. Esta mañana, en la radio, daban una noticia de esas que parece que te están sirviendo en bandeja la cabeza del Bautista, con un amable: "el vaticinio del señor está servido". Decían que en los Estados Unidos, en la zona de Washington, donde el otoño no había hecho acto de presencia, y todos los árboles conservaban intacto su espléndido follaje , había caído una gran nevada provocando cuantiosos destrozos. La nieve había aumentado el peso de las ramas hasta el punto de quebrarlas, y éstas al caer se habían llevado por delante tendidos eléctricos, semáforos, cables de teléfonos, farolas, etc.…
Aquí la nieve, aunque la hayamos nombrado por hacer más estética la presencia del invierno, no lo tendría tan fácil, puesto que es un elemento acuoso y sabemos que el agua y esta tierra nuestra son polos opuestos y se repelen. Si bien una helada como una cortante cizalla…… en fin, dejemos que la madre naturaleza nos busque las vueltas ella sola.
Finalmente, ellos fueron al Chorro. C y mi hermano. No había mucho otoño allí tampoco. Había, si, multitud de visitantes transitando por las pasarelas con las que han adornado aquellos contornos, para que los asilvestrados excursionistas, aún a costa de perder alguna sensación agreste, puedan gozar con profusión del celo protector de sus mandatarios. Se ve que en esto de cambiar de sitio las montañas todos desbordamos imaginación, lo peligroso es cuando además se tiene dinero público, porque entonces siempre sale perdiendo la montaña.

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