martes, 15 de noviembre de 2011

A perro flaco....

Pobre Rubalcaba. Ayer día 14 salieron publicadas las últimas encuestas y  hoy su pancarta ya había tomado esta dimensión tan poco heroica.
Cuando he hecho la fotografía le he dicho a R, que venía en el coche sentada a mi lado:
–No ha hecho aire como para que se arrugue de esa manera.
No, no había hecho aire. Durante los últimos días hemos estado oyendo los ventiladores de las máquinas de fumigar zumbando como abejorros, y esas máquinas sólo trabajan cuando no hay viento. Al ampliar la foto se ve que la pancarta está muy mal sujeta, y, por cierto, agarrada a unos cables del tendido eléctrico. ¿Será eso legal? Todas las demás pancartas habían quedado igualmente remangadas, aunque esta, con diferencia, era la peor. He de aclarar que en las presentes elecciones todas las pancartas que han puesto aquí promocionan a Rubalcaba. Lo siento por él.
No es en el único sitio en que han querido hundirlo. La campaña televisiva es un auténtico torpedo en la línea de flotación del candidato. Ese anuncio del individuo que viene corriendo por un camino, con no sé cuántos kilómetros a las costillas, y que no puede pararse porque tiene que seguir visitando pueblos para ir asustando a las viejas, no aguanta el más mínimo análisis. Un anuncio que presenta a alguien corriendo, en una situación como la que estamos atravesando, es un fallo de estrategia publicitaria calamitoso, sea cual fuere su mensaje. Pero si el mensaje, además, es el viejo cuento de que viene el lobo…… ¿no saben acaso esos guionistas que la moraleja de ese cuento lo que dice es que no se puede contar nada más que dos o tres veces, que luego las alarmas, venga o no venga el lobo, no sirven para nada? No, seguramente no lo saben. Los publicistas suelen engreirse con aquello que promocionan hasta el punto de perder el rumbo. En lobos y corderos sólo piensan los adeptos, la gente sin afinidades a la causa es mucho más normal que piense que se irá un lobo y vendrá otro. Nunca sabe uno, cuando ve este tipo de mensajes, si quienes los diseñan son así de simples, o son tan necios como para proyectar alegremente esa simpleza en los demás.
Si bien, llevado el análisis un poco más lejos, el mayor fallo del anuncio del corredor (una figura que remite claramente al propio Rubalcaba, a una de esas partes de su biografía que quiere que percibamos como definidora de su carácter, la de atleta pedestre) está en esa parte del camino que queda vacía entre el horizonte y el lugar en el que el maratoniano corredor se detiene a hacernos partícipes de sus zozobras. Ese espacio vacío lleva implícita la pregunta ¿de dónde viene? Creo que es una jugarreta de muy mala índole por parte de los publicistas, ante un personaje con tanto pasado como Rubalcaba, dejar ese flanco abierto para que el espectador puede utilizar su capacidad de evocación. Y eso, además, después del esfuerzo realizado durante los dos últimos meses, tras su erradicación del gobierno, para fomentar la desmemoria y distorsionar el origen de nuestros problemas. Francamente, no sé qué pensar de esa agencia publicitaria. Lo que Rubalcaba hubiera necesitado es un anuncio como el del PP, repleto de cartelitos modelo 15 M, sin ningún campo abierto para la imaginación del público.
Pero no sé qué hago yo metido en estos berenjenales, cuando en realidad sólo quería hablar de la mala suerte de los seguidores de Rubalcaba en relación con la pancarta que se ve colgando de tan mala manera en la fotografía. Estas cuestiones no las tienen muy en cuenta los candidatos, pues al fin y al cabo se trata de un puñado de votos, pero tienen enorme importancia para quienes tienen que argumentar en su favor.
Lo entenderán rápidamente si les digo que a tiro de piedra de dónde se encuentra esa pancarta tiene lugar una de las más concurridas reuniones de jubilados (de toda especie) de esta población. Esas reuniones numerosas, a veces se juntan más de treinta miembros, se dedican a la recia discusión de asuntos cotidianos, entre los que se incluye la política. Allí se emplean toda clase de armas dialécticas. Se agotan los recursos expresivos, las figuras retóricas, los requiebros, los desplantes, los envites, y, por lo general, cuando acaba la tertulia la sensación siempre es de empate. Salvo en el caso de que el enemigo obtenga un argumento irrebatible contra la entidad, cosa o persona, por la que uno apuesta. A eso iba. En este caso no es un argumento lo que Rubalcaba, o sus intendentes, poco importa, ha entregado a la facción enemiga, sino la figura insidiosa de esa pancarta que tanto recuerda a unos flamantes calzoncillos puestos a secar en la cuerda de la ropa.

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