martes, 1 de noviembre de 2011

Viajar de incógnito.

A veces los amigos, los más allegados, pensando que me haría bien salir del claustro y ver un poco de mundo, alejarme un poco de estos soliloquios, me dicen: "tengo que ir a tal sitio –algún viaje corto, alguna estancia en tal lugar de dos o tres días–, podrías acompañarme". Y yo, que soy bastante indeciso, no sé en ese momento qué hacer. Tampoco lo sé en el momento mismo en que ellos parten para su viaje. Quizá crean que no quiero ir con ellos, o que, ensoberbecido, creo que mis cosas son más importantes y no quiero abandonarlas ni un solo momento. Pero en realidad es que aún no me he decidido.
Ni siquiera cuando ellos han regresado y cuentan lo que han visto o lo que han hecho, y me llaman "rajado" o "cagado", aún entonces yo no he decidido nada. Decidir es bastante violento, se mire como se mire.
Comprendo sus insultos cariñosos, pues, en cierto modo, desde el punto y hora en que te dicen "vente a tal sitio", ya te llevan con ellos y durante todo el viaje miran y escuchan un poco por tus ojos y por tus oídos. Sin estar, tú estás allí presente. Y llega a ser bastante molesto tener que estarse fijando en todo lo que tú te hubieras fijado para luego, llegada la ocasión, rebozarte por la cara todo lo que te has perdido.
En cuanto a ellos, debo decir que tampoco es nada fácil soportarles aquí dentro cuando están en esos viajes, ya que, como uno está indeciso todo el rato, no les dejamos escapar del todo por si nos da por cambiar de idea.
Ellos aquí, yo allí. Menudo lío de viaje.

La última de estas invitaciones estaba fechada para el día veintiocho. Les tengo tan hartos que no son invitaciones corrientes, sino en forma de ultimátum. Si el día 28, a la salida de su trabajo, yo no estaba allí, ellos se irían sin mí a Zarauz. Saben de qué pie cojeo y me permiten dudar hasta el último instante. Era ya la cuarta o quinta vez que sucedía lo mismo. Ellos poniendo fecha al posible viaje y yo sin presentarme.
Para que se repita tanto la historia, aparte de lo bien que lo pasaríamos juntos, tienen que ver algo en mí que les resulte estimulante. Examinada la cuestión detenidamente, creo que no se debe a que quieran disfrutar de las muchas virtudes que me adornan, sino a la cara de bobo que se me pone cuando escucho las tentadoras propuestas del programa de viaje. Si, creo que es esa cara de idiota, de absoluto despiste, lo que me hace irresistible. Para el que va a hacer de guía, un despistado debe ser como caminar por un territorio virgen.
Afortunadamente, por esta vez, han obrado con inteligencia y han suspendido el viaje. Ellos tampoco irían, con lo que nos hemos ahorrado la molesta ubicuidad tanto ellos como yo.
Cuando han llamado para dar la noticia y decir que vendrían a pasar el fin de semana a su casa de aquí, mi cuñada C le ha dicho a R con mucha rechifla:
–Si Mahoma no va a la montaña, la montaña va a Mahoma.
R se reía al contármelo. Conocidas las dotes de C no es para tomárselo a risa, pues podría estar programando una de sus actividades a largo plazo. Y ella, grano a grano, es especialista en montañas, bien lo sabemos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario