lunes, 31 de octubre de 2011

DONDE LA VISTA NO ALCANZA. (Melodías del Japón, de C. Saint Saëns).


Es otoño. Aunque de ello hayamos recibido tan pocos indicios. Era nuestro primer día gris de verdad. Anoche llovió un poco. Nueve litros. Apenas un esbozo. Hay grietas en la tierra de un palmo. Esas heridas que sólo sabe cerrar el agua. Los olivos muestran ese cansancio marchito de los sedientos. Habíamos ido a quitar chupones a los Valerios, un olivar que cubre el espaldar de una loma. Un alto muy estratégico como lo demuestra que en la guerra haya habido allí un nido de ametralladoras. Bien puede decirse que desde ese lugar se columbra hasta donde no alcanza la vista, o hasta donde el horizonte, exasperado, se disgrega. ¡Cuánta hermosura! Si se mira cerca, los olivares se desparraman o trepan por las cuestas como  bosquecillos trazados con regla; un paisaje hecho de retales, con esos verdes apagados en los que alcanzan mucha densidad  las sombras y donde la luz es un espolvoreo de ceniza sobre la cresta de los árboles. Mirando a lo lejos, las manchas imprecisas de la tierra roja y los rastrojos color marfil, contrapunteados por las negras encinas, todo envuelto por el brumoso azul venido hasta allí desde algún mar lejano.
Los trabajos del campo, tan mal reputados, tienen en días así un deje aristocrático. Quitar chupones (con idéntico mal gusto lo llaman aquí "esmamonar") es un trabajo que ennoblece. Si me lo oyeran decir mis coterráneos pensarían que he perdido la cabeza. Pero, ¿qué más puede pedir un hombre pleno de facultades que recorrer los olivares con la destraleja en la mano e ir de árbol en árbol y, doblando la espalda ante ellos, limpiarles el pie de retoños, espinos o cardos? Nada ennoblece tanto como inclinarse ante un olivo. Ningún señor de la tierra se merece mejor que ellos ese agasajo.
Esa era nuestra faena aquella mañana. Íbamos deprisa porque los olivos tenían muy pocos chupones. Iríamos, como siempre, hablando de algo, no recuerdo qué, probablemente del pobre aspecto de aquellos árboles, o de la consunción del fruto, que pintaba ya como maduro estando solo asfixiado.
Ese olivar es largo y estrecho, y a medida que avanzábamos traíamos con nosotros el coche para que el tabaco o el agua no se nos quedasen muy atrás. En uno de estos avances en la radio del coche, en la emisora de Radio Clásica, anunciaban las "Melodías del Japón" de Camile Saint Saëns. R y yo tenemos cada uno nuestros auriculares con radio incorporada para los días de ruido, para no quedar aturdidos cuando trabajamos con las motosierras o con las máquinas. A esos auriculares y a Radio Clásica les debo muy buenos ratos, montones de audiciones musicales surgidas como un milagro que han convertido trabajos rutinarios en momentos tan emocionantes que no podré olvidarlos.
Hoy ha habido uno de esos momentos.
Le he dado a R sus cascos y yo con los míos, atrapados por la añoranza que desprende esa música, hemos ido haciendo nuestro trabajo entre aquellas largas hileras de olivos en tal estado que, como suele decirse, nos hubieran apuñalado y no hubiéramos derramado una gota de sangre. Quizá no sea una gran música para los entendidos, puesto que cuando reseñan a este compositor muchas veces ni siquiera la mencionan. Nosotros, sin embargo, perfectos profanos y seres elementales a un tiempo no hemos necesitado entendimiento para entenderla. La sensación que uno tenía era la de que el corazón  ocupaba menos espacio en el pecho y  que la vista alcanzaba más allá de donde podía mirarse. Lo que añoramos suele estar siempre tan lejos. Una música que, además, parecía hecha exprofeso para enredarse como una niebla en aquel paisaje.
Algo de esto le habré contado a R, y ella a mí algo parecido entremezclado con muchas onomatopeyas y algún que otro suspiro. Y, la verdad, para explicarlo bien había que suspirar un poco.
A las doce y media teníamos el olivar en el bote. Al aristocrático modo, sea lo que fuere lo que seamos.

Me ha dado mucha alegría encontrar el video con esta música. Hemos tenido suerte. Estaba recién publicado. Para hacerse una idea de las lejanías que pueden contemplarse, basta con colocarse unos auriculares y mirar dentro de estas fotos, si no vieseis el Japón algún conducto interior estará atascado. Nada que no arregle una buena lavativa. Agua levemente salada, la materia de la que están las lágrimas.

2 comentarios:

  1. =)Esta bien la canción : "Melodías del japón , de C.Saint Saens" =)

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  2. Agradezco y te felicito por esta bitácora en Internet que es lo que Blog significa. Muy especialmente por este tecnológico, mágico y sensible apunte otoñal.
    ¡Claro que la vista alcanza!: más allá de los Valerios, sobre ese mar lejano cabalgando, puede que desde el s.X, ocultando su Tanto bajo la Hakama, han quedado retratados dos nobles samuráis.
    Mamões, siempre más suave el portugués, es mamón o chupón. Mamen.

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