viernes, 28 de octubre de 2011

Vientos contrarios.

El aire a veces viene para traer la lluvia. Es como un pregonero haciendo sonar el cuerno para que la gente salga de sus casas a recibir a esa bella dama. Forma un pequeño alboroto. Bulle y danza. Agita los árboles. Arroja al suelo unas hojas secas y las lleva por las calles haciendo ruidos que recuerdan el crepitar del fuego. Pero en cuanto la bella dama posa su pie desnudo en la tierra, ese viento se calla, se echa a un lado, o apostado en un alto se contenta con mirar cómo ella pasa acariciando el paisaje con la punta de sus dedos. Una dulce sombra que esboza la trama de una tapiz hecho con hilos de agua.
Por desgracia, el viento que nos ha tocado en suerte para traer a su grupa a esta lluvia que nos anunciaban, no ha sido uno de estos vientos galantes que se sacan el sombrero y dicen: "pase usted". Ha sido un viento engreído y exhibicionista, de los que en cuanto atisban que unas mínimas gotas de lluvia podrían restarles protagonismo redoblan sus furiosos soplidos para quitarlas de delante.
Tengo una honda devoción pagana por la lluvia. Considero como una de mis obligaciones irrenunciables (tras uno de estos agónicos periodos de sequía) recibir la bendita agua con el recogimiento y la unción que se merece. Llevo, por tanto, más de diez horas con la pupila alerta esperando que caiga la primera gota y, durante esas mismas diez horas, no he visto otra cosa que ese viento majadero festejando sus propias fanfarronadas. Sus alardes de macarra arremangado, todo cuajado de músculos, pateando los contenedores de la basura, centrifugando las paredes de las casas, embistiendo a los árboles con secos puñetazos, haciendo espirales en los aleros por si pudiera arrancar de cuajo algún canalón. ¡Qué matonismo tan absurdo!
Al final, ya bien entrada la noche, al descuido de la fatiga de ese viento con actitudes de simio, la lluvia primeriza ha venido. Con levedad. De puntillas. Un velo de tímidas burbujitas que flotaban. Tendría miedo de que su guardián despertase. He sacado una mano por la reja de la ventana, dándole a entender que yo podría defenderla. Seguramente no lo habrá creído, aunque le habrá gustado verme tan entregado. El caso es que ha estado lloviendo un buen rato. No sé cuánto, en momentos así uno no anda poniendo el cronómetro.
Por salvaguardar el honor, he de decir que la lluvia no ha cesado por cansancio o por capricho, sino porque el huracán ha abierto de nuevo el ojo y se la ha llevado en dos soplos.
La vocación de los raptores es que sus criaturas no sean de este mundo, que nadie las vea, pues bien, cuando él se la llevaba yo le he hecho una fotografía al trasluz de una farola. No es una gran defensa, pero menos es nada.

No hay comentarios:

Publicar un comentario