martes, 4 de octubre de 2011

Palabras roca y palabras agua

Le estaba haciendo la crónica a este septiembre tan seco, que era tanto como añadir una nueva página al apocalipsis…
Escribía:
… este pozo seco de septiembre, caluroso y yerto, le ha quitado la gracia al año y se muestra bien firme en el cadalso, con el aplomo del verdugo acostumbrado a ver rodar cabezas. Nuestros olivos, que salieron de la primavera tan cuajados de hojas nuevas y con redondeces de ama de cría, lucen ahora el porte de criaturas lunáticas o enfermas del hígado, con un ramón tan enroscado que uno diría que no son hojas con las que respirar, sino garras con las que defenderse…
Esto estaba escribiendo…
… cuando han llamado a la puerta avisando de que traían correo certificado. ¡Y que luego digan que la vida carece de emociones! No era de Hacienda. ¡Uf! Pero si de Organismo Oficial. Las intrigas infinitas de esa inmensidad de funcionarios acechando al ciudadano. Las triquiñuelas que pueden inventar para demostrar que son necesarios.
Como si tuviera ahora veinte años me he arrojado a abrir el sobre sin seguir el protocolo.
Estas cartas suelen tener como objeto probar nuestra templanza y perfeccionarnos como individuos. Son como aquellas pruebas que los maestros orientales hacen pasar a sus iniciados, todas bastante absurdas y consistentes en medir su paciencia, o el dominio de sí mismos para no perderla.
Yo antes de enfrentarme a una de estas cartas suelo leerme un par de cuentos taoístas, que me sitúan en el nivel de comprensión adecuado, y hago algo de yoga, hasta donde dan de sí mis endurecidas coyunturas. Y lo más importante, no dejo de repetir mentalmente:
–Recuerda que quieren perfeccionarte.
Hoy no ha sido así, y por eso me veo ahora impelido a contarlo, que es la otra vía, un poco más ardua, para ganar el sosiego.
A simple vista lo que venía en el sobre era un recibo de la contribución reclamando el pago de un bien que yo ignoraba poseer.
He telefoneado al número que indicaban en el recibo para pedirle al funcionario información sobre el lugar exacto donde se ubicaba el terreno o el inmueble, e ir de inmediato a tomar posesión de él.
El funcionario, un tipo con el que me he entendido de perlas desde el primer momento, me ha indicado que el recibo se refería a una nave puesta a mi nombre pero que según él veía le habían cambiado el "uso". Se le habían cambiado hace cuatro años, que eran los que pretendían cobrarme.
–Pero, vamos, --ha dicho-- que esto es por las buenas, que no lleva recargo ninguno.
Le he contado que la nave tiene el mismo uso desde el día que se construyó, almacén de maquinaria agrícola, y que si las perspectivas de futuro que se le veían al olivar seguían por el camino de ahora, acabaría por no ser usada nada más que para almacenar telarañas.
–Como no sea –le dije, imbuido por la lógica– que al dejar la maquinaria allí estabulada para siempre se considere eso no ya "cambio de uso", sino un auténtico "abuso" de la nave y me cobren en consecuencia. Si bien, deberían especificar en el recibo que no es por uso "industrial", sino simplemente "abuso" por falta de actividad.
El funcionario no ha sabido explicar esta cuestión. Ellos eran tan sólo un organismo ejecutivo…
–Francotiradores–le he interrumpido yo.
–… Algo así. –Ha dicho él.
Todas las alteraciones que hubiese en el recibo venían del Catastro. Ellos, ha repetido, ejecutaban.
–Apretais el gatillo.–Le he dicho.
El, con mucha sangre fría:
–No hay que dramatizar, pero si.
–¿Y en caso de error?–He dicho yo.
–Eso en el Catastro.
Me ha informado, eso sí, de que si no pagaba me embargaban la cuenta.
–¿Incluso en el caso de que se trate de una equivocación?– He insistido.
–Nosotros –ha dicho– no somos nada más que un conducto.
–Claro, pero con un proyectil dentro.
Tenía buen humor. Estaba dispuesto a descerrajarle un tiro a cualquiera entre ceja y ceja con una sonrisa en los labios. Me ha dado el teléfono del Catastro.
He telefoneado. Se ha ocupado de mi una funcionaria con una vocecita muy lánguida. De nuevo he expuesto el caso. Luego, le he deletreado el largo número que venía en el recibo. He oído por el teléfono como lo tecleaba en el ordenador.
Aquí la cosa ha exigido un poco más de firmeza espiritual. Me ha informado que el inmueble ha cambiado de "uso", (independientemente del "uso" que ahora tuviese), porque había cambiado de ubicación. Estaba en terreno urbano.
Sin ironía ninguna, sino con un nivel de comprensión muy abierto, he comentado:
–Esta mañana la nave seguía estando en su sitio. Y, en los cuatro últimos años, que es de lo que se habla, quizá se haya movido, aunque yo no lo he notado.
Ha fingido no entenderme.
–Estará metida en el casco urbano.
Mientras le daba exhaustivas explicaciones de cuál era la línea limítrofe del casco urbano y a qué distancia de ella se encontraba la nave, ella ha buscado en la pantalla el plano aéreo correspondiente a ese punto e, ipso facto, me ha dado la razón.
–Entonces, ya está –he dicho yo–. Será un error. Lo corrigen ustedes, y santas pascuas. Si tienen que pedir disculpas no lo hagan por correo certificado.
La funcionaria me ha dicho con un hilito de voz.
–No. Nosotros no podemos. Tiene usted que presentar una reclamación.
–¿Pero qué reclamo? Si les digo que han expedido indebidamente un recibo basado en datos inventados, va a sonar la cosa muy fea. Fuera del casco urbano del Catastro eso debe de ser un delito.
Me ha dado la razón en todo. Me ha dicho que lo que se veía allí, no se veía en ningún sitio. Quizá me estuviese tentando.
Ahora me queda la parte más dura. Quitar de la reclamación ya redactada el término "recibo falso". Cuando lo sustituyo por cualquier expresión parecida, ya no se entiende nada. Y, además, cuando lo hago, tengo la impresión de estar falsificando mi propia reclamación. Ahí debe de estar el punto de perfeccionamiento.
En fin, lo lograré. Afortunadamente, quien sopla los consejos a mi oreja es Chuang Tzu, un hombre sabio, y no el bárbaro de Robin Hood.

No hay comentarios:

Publicar un comentario