martes, 18 de octubre de 2011

De piscinas y máquinas simples.

En el patio de R la piscina empieza a ser un tema bastante controvertido. A ella, por la manera de sentarse, de medio lado y apoyando el mentón en la palma de la mano, empieza a notársele un punto de resentimiento por el retraso de las obras. Los constructores, más bien los promotores de obras, siempre tienen esa manía de que alguien conspira contra ellos. Eso ya desde el antiguo Egipto, o al menos en las versiones cinematográficas que nos han llegado, donde a cada instante los capataces pedían que se incrementase el número de latigazos para los remolones.
R es un ser civilizado a medias, y emplea el látigo en forma de bufiditos y carraspeos insidiosos. Es lo que se ve por fuera. Por dentro, sus demonios estarán repartiendo severas azotainas y algún que otro pinchotazo con sus tridentes bien afilados.
El problema es que la piscina la está haciendo su hermano, ya jubilado, que ha desarrollado toda su vida profesional en Bilbao, y toda esa fama que tienen de sólidos y exagerados los de esa provincia la está poniendo él aquí en práctica. Es como si en vez de estarle haciendo una piscina hubiese venido a escenificar un chiste de esos que se cuentan de bilbaínos.
Al estanque, que es como ahora lo llama R, buscando el equilibrio entre lo rústico (alberca) y lo finolis (piscina), le han crecido unos muros tan poderosamente energuménicos que, más que almacenar el agua por las buenas, parecería que quieren disuadirla de cualquier intento de fuga. Esto, haciendo un símil, vendría a ser el Alcatraz de las piscinas.
Para que no se crea que exagero, cuando A, el hermano, hizo el cálculo del hierro que necesitaba para el forjado pidió ya el doble de lo que requería la obra, doscientas barras, y le prepararon cuatrocientas, las mismas que él se trajo de Bilbao. Y, por la sencilla razón de que ya han hecho el viaje, todas han encontrado asiento en esa fortificación.
Se ríe su hermano, dando chupaditas al puro, de estos excesos, mientras todos pensamos que, a pesar de estar cimentada en un risco, esa enorme densidad podría inclinar la vasija y, si bien quedase más que asegurada la estanqueidad del recipiente, se vertiese a la postre el agua por un lado. Más vale que entonces no se le ocurra a R desahogar la rabieta dándole una patada a la piscina, o tendríamos que traer un arqueólogo para que le reconstruyera el pie.
 Hoy estaban de nuevo aquí S y M. Dicen que han venido a comer paella y a ver a la familia y todo eso. Aunque, disimuladamente, vienen también a averiguar por qué no escribo más cosas en este blog y, en la medida de sus posibilidades, a intentar dar un empujoncito. Para esto S, nuestro "arreglalotodo", es único. Estrictamente debe de pensar de mí que no funciono y ha preparado unas cuantas piececitas para arrancarme.
Nada tan simple.
Había grabado un video en su iPhone de las actividades de aquella misma tarde en la huerta de R, ayudando a construir el "sepulcro". Así ha llamado M a la piscina de su madre. Díganme si esto no es provocar.
A la menor oportunidad S me ha puesto su iPhone encendido delante de la cara. Demasiado sabía él que no podría resistirme, así estuviera completamente agarrotado. Sobre todo, claro está, porque no podemos enseñarlo y alguien lo tenía que contar.
La protagonista del video era M. ¿Y quién si no, siendo S, su futuro contrayente (mejor que la cosa quede ahí y no devenga en contraído), el que estaba detrás de la cámara? Aparecía junto a la hormigonera completamente erguida, el rostro ilusionado, con la emoción del que va a poner la primera piedra. Tenía la pala agarrada con las dos manos, no del modo aguerrido y brutal en que lo haría un albañil, sino con un estilo muy "tenístico", como si fuera una raqueta, los brazos completamente extendidos y en posición de soltarle un revés a la pelota. No llevaba las prendas adecuadas, pero perfectamente pasaría M por una tenista rusa. También, visto de otra manera, parecía una niña con un juguete nuevo,  y que nos quisiese dar envidia diciendo:
–Mirad que pala más bonita tengo.
A R se la veía detrás, a unos tres metros,  jibarizada por efecto de la traidora perspectiva. No obstante, diminuta y todo, no cesaba de asesorar a su pupila para que corrigiese aquella postura.
¿Iba a escuchar M a su madre para hacer algo tan fácil?
Estaba encantada con su pala y se ha lanzado al montón de arena como si de un bayonetazo le quisiera sacar las tripas. Lo ha conseguido a la primera.
–¡Tanto rollo!–Parecía estar pensando.
El siguiente paso era acertar con la arena en la boca de la hormigonera, que lo estaba pidiendo a gritos. Se le ha visto hacer un giro de ciento ochenta grados muy artístico, intentando mantener los brazos rectos, y para sorpresa de todos la arena ha caído fuera.
–¡Uy!–Se le ha oído decir a M, porque en realidad el lanzamiento había dado en el aro.
Con idéntica entereza M ha forzado otros cuatro intentos, a cada cuál de ellos más admirada de su poco tino, y con su madre más crecida y hasta deseosa de arrebatarle la pala.
Y ahí concluía el video.
En lo mejor, como siempre ocurre, pues al verse M, y no gustarse nada (afortunadamente todos llevamos dentro un falsificador que permite imaginarnos de otro modo), ha dicho que la quinta palada había entrado.
Con un toque de indignación, perfectamente comprensible por tan notoria injusticia, ha añadido:
–Cualquiera que vea esto pensará que soy una perfecta inútil.
Lo cual, déjenme decir, también es un poco injusto por su parte sacar semejantes conclusiones sobre el criterio de los demás.
S me ha echado otro poco de combustible, dos o tres anécdotas sobre T (que dejaremos para otro día, si el tiempo no lo impide), por asegurarse el éxito en la reparación, ya que no debía de verme completamente conectado. Uno, aún en el papel de máquina averiada, también ha de hacerse de rogar, o lo acabarían tomando por un cualquiera.
Sólo una cosa más, que viene a cuento y se me había olvidado.
Quizá por efecto de haber visto a R tan pequeña en el video se ha estado hablando allí de la profundidad de la piscina. De todos los posibles frecuentadores de la misma a ella es a la única que le cubrirá el agua, es decir, la que mejor podrá ahogarse, no sabemos si esto habrá entrado en los cálculos del hermano. En cuanto a S, debe de quedarle sólo la nariz fuera, aunque él, uña y carne con su suegra, insistía mucho en que también le cubría, en fin que, solidariamente, quería tener las mismas opciones que ella a la hora del ahogamiento. Les digo que nunca se habrá utilizado con más oportunidad la frase esa que dice que "hay pasiones que matan".

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