lunes, 10 de octubre de 2011

NEANDERTALES.

Mientras transcurre la cena nuestra mirada resbala por la pantalla de la televisión. Percibimos ese plano reflectante como la superficie de un lago helado que bríllase a lo lejos. También quienes aparecen en la imagen son como patinadores. Sus palabras llegan entrecortadas, las frases incompletas, y como ocurre cuando oímos una voz a mucha distancia, parece que viésemos las palabras dibujadas en el aire antes de percibirlas con el oído.
En estas condiciones un tanto esquivas he oído endebles argumentos sobre la extinción de los Neandertales. Imagino que serán hipótesis más o menos arriesgadas. Se extinguieron, nos dicen, por no saber relacionarse. Formaban grupos pequeños sin mucha comunicación entre ellos. Todo lo contrario que el homo sapiens, el africano, del que deriva la raza humana que ahora domina el mundo, una especie con mas habilidades sociales y por tanto, parece, más inteligente.
A pesar de que las palabras vengan desde tan lejos, hago mi lectura particular. Están hablando de mi manera de ser, este comportamiento tan huidizo, y de que el mundo será de los bulliciosos y los efusivos, gente que se relaciona hasta caerse de espaldas.
Ayer, en otro fragmento remoto, venían a decir lo mismo. La mejor manera de que el cerebro no se adormezca, de tenerlo listo, limpio y bien entrenado es la comunicación. Eran aún más rotundos, la discusión incruenta era lo que más revitalizaba nuestra inteligencia.
Definitivamente voy por mal camino, bandeandome por estas incongruentes lontananzas.
Cuando aparecieron los restos del primer neandertal, allá por 1856, hubo una tremenda disputa entre dos anatomistas, un tal Schaaffhausen y otro tal Franz Mayer, tratando de elucidar el origen de aquellas reliquias. El primero dijo que se trataba de una especie de homínido y le dio el nombre que ahora tiene, es decir el del lugar en que apareció, el valle de Neander, en Alemania. El segundo era un "creacionista" un tanto estricto que no quería que a Dios se le despistase ninguna de sus criaturas, por tanto elaboró una sorprendente explicación, dijo que aquel esqueleto era el de un cosaco afectado de raquitismo, con las piernas torcidas de tanto montar a caballo, que había llegado a aquel lugar persiguiendo a Napoleón y, lo más curioso de todo, que la gran bóveda de sus arcos superciliares (el hueso que hay bajo las cejas) se debía a la expresión desencajada de sus ojos, provocada por el continuo dolor que le causaba la enfermedad. ¡Qué justificación tan apetecible para nuestra época! Un gesto que acaba deformando un hueso.
Para el homo sapiens, o sus descendientes, la explicación de Schaaffhausen es la buena, la que ha dado pie a todas las teorías vigentes sobre esa raza extinguida. Me temo, sin embargo, que los neandertales hubieran preferido la versión descabellada de Franz Mayer. Precisamente por errónea. Si desapareces de este mundo por inhabilidad, o falta de ganas, para relacionarte, si optas por la inexpresividad, la única baza que te queda es que te malinterpreten.

Contemplando el plano helado de la pantalla, recibo en el rostro el viento cortante que arrastra unos copos de nieve. Por si me hubiera llegado la hora de la desaparición arqueo las cejas todo lo que puedo. Creo que es una noble causa confundir un poco a estos de"aquí" tratando de parecerme a uno de "aquellos".

No hay comentarios:

Publicar un comentario