(Nota del diez de Agosto). Plena canícula. Encuentro a un hombre a la puerta del
estanco al que pregunto por el estado de acabamiento de los olivares en la
zona que él domina. Es un hortelano y sus obligadas idas y venidas a la huerta
le capacitan para dar una información fidedigna. Es un hombre con un solo
diente. Pienso que llegado a esa situación yo claudicaría, creo que debe
molestar. Es una reliquia espantosa. El hombre me saluda con lentitud junto a la puerta cristalera entreabierta, examina
el dinero que le han devuelto, lo guarda en un monederito que a su vez mete en
el bolsillo, y en otro distinto guarda el tabaco después de constatar que son
dos paquetes los que acaba de comprar. Es un hombre premioso. Se dirige a su
moto que esta recostada en la pared del estanco, y que tiene cierta complexión
animal, quizá por los muchos aditamentos que tiene encima, alforjas, gualdrapa,
etc… Se coloca sobre la moto azul y queda tieso sobre ella, como un jinete. Se
aferra al manillar con sendas manos. Por un momento pienso que no me quiere
contestar, aunque lo veo concentrado. Busca con el pie izquierdo la palanca de
arranque y, sólo cuando la tiene pisada, se dirige a mí.
–¿Las olivas?
Tiene la mirada abstraída de un escritor en pos de la frase
perfecta.
– Da miedo encender un cigarro cerca de ellas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario