RM ha traído de su huerta una escarola que ha abierto
delante de mí con gran prosopopeya. Le he oído tales cosas sobre lo rápido que
crecían y lo descomunales que se estaban poniendo, que no me ha parecido que la
cosa fuese para tanto.
– ¿Estas son las famosas escarolas?
– ¿Qué te parece?
Ha dicho, sosteniéndola por el troncho, cabeza abajo,
mientras llenaba el fregadero de agua.
Me he rascado la barba.
–Es que está atada.
Le ha dado un tajo a la cuerda y, cogida con las dos manos,
le ha abierto las rizadas hojas para mostrar el amarillento cogollo.
–El cogollo es pequeño, –he dicho – quizá no esté acabada de
hacer.
–Bueno, es que es de las primeras, –ha dicho – pero este
cogollo es estupendo.
Ha sostenido la escarola abierta en una mano, y con los
cinco dedos de la otra ha ahuecado el ramillete de hojas cloróticas como se les
ve hacer a los peluqueros.
Me he encogido de hombros.
–Esta escarola, muchacho --ha dicho ofendida, --pero si esta
escarola no la encuentras en ningún sitio. Tú no sabes las guarrerías que te
venden por ahí.
Le ha rasurado el forraje exterior, que ha desechado, y las
hojas del cogollo, y alguna que otra que verdegueaba, han ido a parar al agua.
–Traedme una granada.
Tanto E. como yo nos hemos dado por aludidos, y hemos salido
al patio como dos centuriones. El granado es joven, pero digno hijo del viejo
estercolero que hubo en el rincón donde está plantado. Cada año arroja al mundo
unos tallos de dos metros. Granadas, sin embargo, no tenía muchas. La ha
cortado E. con unas tijeritas, creo que esta vez no se ha puesto guantes (cosa
rara en E. que cuida mucho su epidermis) porque le he oído quejarse de las aguzadas
púas con las que se defiende este árbol. Me ha entregado la granada y yo la he
transportado a la cocina.
La granada es un fruto muy hermoso, sobre todo cuando la
dura piel exterior, que es como de cuero viejo, se ha desgarrado un poco y deja ver su
interior que parece hecho de rubíes muy bien engastados.
Dada esta apretada organización interna desgranar este fruto resulta algo dificultoso si se hace a mano, pero no si se conoce la
técnica que RM aprendió el año pasado. Acabo de ver que las granadas se venden ahora con un manual de instrucciones
que incluye esta manera de pelarlas.
Se parte la fruta en dos, y a cada una de estas semiesferas
se les aplica una ligera tunda por la parte de la piel con el culo de una
cuchara. A mí me ha tocado realizar el corte, y lo he hecho mal. El corte hay
que hacerlo por el ecuador de la granada y no por los polos. El golpeo le ha
correspondido a RM. Se disponía a hacerlo en su ensaladera de madera de olivo
sobre la encimera y le he recomendado que la metiese en el fregadero para que
no salpicase. Me ha hecho caso, pero con una risita absolutoria. Mientras
descargaba los golpes ha seguido sonriendo.
–Lo ves. –Ha dicho. –Es muy fácil. Estoy harta de hacerlo.
Al momento, como si hubiera hecho un truco de magia ha
mostrado la cáscara vacía, con los hoyitos del lugar que habían ocupado los
granos y un color amarillo pálido mucho más íntimo que el centro de la
escarola. En estas nimiedades me había quedado yo atrampado, cuando la he visto
levantar las manos con la otra media granada a medio torturar.
– ¿Ves cómo no salpica?
Iba a mirar, pero ella ha vuelto a poner las manos delante y
ha rematado la lección:
–Los golpes secos no salpican.
Frase que he anotado y memorizado por si algún día sufro un
golpe sin derrame saber por lo menos a qué clase pertenece.
A todo esto, ¿he dicho que estábamos haciendo una ensalada?
¿Sabes Panugo que de saber RM la habilida que tiene en las manos "para transformar la relidad" se tenia que haber dedicado a la presdigitacion?. R.
ResponderEliminarRM se dedica ya a la prestidigitación, el golpe seco es sólo una de sus especialidades. Y la realidad no suele resistirse a los cambios cuando el mago utiliza unos métodos tan expeditivos. Si no que se lo pregunten a la granada.
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