(Nota del 17 de Octubre). La mañana no puede ser más clara. Las casas de este lado de
la calle, que desde mi posición no puedo
ver, trazan con sus sombras unos caprichosos dibujos dentados y maléficos en
las del lado de enfrente. Se diría que están todas jorobadas o construidas a
pico y no como sus hermanas de la otra acera de aspecto pastueño y contornos
aplanados.
Pasan las avionetas desde primera hora. Este ya es el tercer
día de fumigación. Y el segundo pase. El primero lo dieron en plena abstemia,
cuando los olivos estaban estragados y secos, y afilados como cardos. Hemos tenido un verano ardiente, canicular, machacón. Resultó extraño oír las avionetas
en aquellas circunstancias. El gremio agrario, desengañado y muy susceptible a
las tomaduras de pelo, hizo muy atinados comentarios al respecto. Por aquel
entonces, que sería mediados de septiembre, y merced a este vicio de anotarlo
todo, recogí una frase de enorme complejidad expresiva que resumía
perfectamente la situación.
--¿Qué fumigarán?..... Si no tienen las pobres donde puedan
clavar el rejo.
Con lo del rejo se referían al oviducto de la mosca, la
Dacus Oleae. Pero con lo de “las pobres”
se aludía indistintamente a las moscas, en el sentido de desgraciadas,
como a las aceitunas, pobres en tanto
que presentaban un estado tal de momificación, que de haber podido clavar el
rejo allí la mosca, hubiera sido tanto como dejar instalada a su progenie en un
pedazo de madera, con lo que, para haber prosperado, tendrían que haber mutado
en carcomas.
En cualquier caso la frase daba por hecho que aquellos
fantásticos planeos no tenían la menor utilidad. Estos trabajos de las avionetas siempre
resultan controvertidos, y dan para soñar en asechanzas de todo tipo. Cosa que
es muy del gusto de los labradores que son individuos muy deductivos.
Después de la lluvia de finales de septiembre, a las aceitunas les habrá crecido algo de carne
debajo del pellejo y la dacus, ahora sí, se habrá dedicado a procrear con
febril entusiasmo. Esto es lo que, por no haberlo visto, les oímos con intranquilidad pregonar a
estos enormes pajarracos amarillos que hoy nos sobrevuelan.
Más allá de los últimos tejados, sobre la uralita de un
corralón toman el sol unos cuantos palomos que hubieran pasado desapercibidos si no es por
la agitación que les producen las avionetas. La mañana es limpia, alta,
azulísima y un poco destemplada. La reunión de zuritas está muy tranquila hasta
que el ruido, que viene como encerrado dentro una cuba o un bidón, les cae
encima como si hubieran abierto de golpe una compuerta. Las palomas se espantan
de un modo artificial, como si tirasen de un hilo y saliesen todas ensartadas.
Tras quedarse suspendidas un momento en el aire con las alas extendidas se
tiran a tierra en picado. La comedia dura poco. Sin tiempo apenas de posarse en el suelo, al instante regresan todas a su uralita con un
revoloteo muy estudiado. Ni una sola vez se quedan quietas.
Por los alrededores del palomar alguien ha prendido una fogata y asciende un humo remolón e insignificante.
Por los alrededores del palomar alguien ha prendido una fogata y asciende un humo remolón e insignificante.
soy Rm.Probando
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