lunes, 29 de octubre de 2012

Acrobacias.

(Nota del 17 de Octubre). La mañana no puede ser más clara. Las casas de este lado de la calle, que desde mi posición  no puedo ver, trazan con sus sombras unos caprichosos dibujos dentados y maléficos en las del lado de enfrente. Se diría que están todas jorobadas o construidas a pico y no como sus hermanas de la otra acera de aspecto pastueño y contornos aplanados.
Pasan las avionetas desde primera hora. Este ya es el tercer día de fumigación. Y el segundo pase. El primero lo dieron en plena abstemia, cuando los olivos estaban estragados y secos, y afilados como cardos. Hemos tenido un verano ardiente, canicular, machacón. Resultó extraño oír las avionetas en aquellas circunstancias. El gremio agrario, desengañado y muy susceptible a las tomaduras de pelo, hizo muy atinados comentarios al respecto. Por aquel entonces, que sería mediados de septiembre, y merced a este vicio de anotarlo todo, recogí una frase de enorme complejidad expresiva que resumía perfectamente la situación.
--¿Qué fumigarán?..... Si no tienen las pobres donde puedan clavar el rejo.
Con lo del rejo se referían al oviducto de la mosca, la Dacus Oleae. Pero con lo de “las pobres”  se aludía indistintamente a las moscas, en el sentido de desgraciadas, como  a las aceitunas, pobres en tanto que presentaban un estado tal de momificación, que de haber podido clavar el rejo allí la mosca, hubiera sido tanto como dejar instalada a su progenie en un pedazo de madera, con lo que, para haber prosperado, tendrían que haber mutado en carcomas.
En cualquier caso la frase daba por hecho que aquellos fantásticos planeos no tenían la menor utilidad.  Estos trabajos de las avionetas siempre resultan controvertidos, y dan para soñar en asechanzas de todo tipo. Cosa que es muy del gusto de los labradores que son individuos muy deductivos.
Después de la lluvia de finales de septiembre, a  las aceitunas les habrá crecido algo de carne debajo del pellejo y la dacus, ahora sí, se habrá dedicado a procrear con febril entusiasmo. Esto es lo que, por no haberlo visto, les oímos con intranquilidad pregonar a estos enormes pajarracos amarillos que hoy nos sobrevuelan.
Más allá de los últimos tejados, sobre la uralita de un corralón toman el sol unos cuantos palomos que hubieran pasado desapercibidos si no es por la agitación que les producen las avionetas. La mañana es limpia, alta, azulísima y un poco destemplada. La reunión de zuritas está muy tranquila hasta que el ruido, que viene como encerrado dentro una cuba o un bidón, les cae encima como si hubieran abierto de golpe una compuerta. Las palomas se espantan de un modo artificial, como si tirasen de un hilo y saliesen todas ensartadas. Tras quedarse suspendidas un momento en el aire con las alas extendidas se tiran a tierra en picado. La comedia dura poco. Sin tiempo apenas de posarse en el suelo, al instante regresan todas a su uralita con un revoloteo muy estudiado. Ni una sola vez se quedan quietas.
Por los alrededores del palomar alguien ha prendido una fogata y asciende un humo remolón e insignificante.    

1 comentario: