miércoles, 12 de septiembre de 2012

GENÉTICA Y DULCES SUEÑOS.

(Nota del 6 de Julio). Hoy le ha tocado caerse a su hermana C.. Hace unos días fue mi hermana la que aterrizó. Se le caen sus compañeras de paseo. Han sido caídas de película cómica cuyo único espectador era ella. No podía contener la risa imaginándolo. No era su risa habitual, esa que ella estira para que se note que se ríe más de lo que en realidad se está riendo y que acaba en un jipido muy forzado, sino una risa brincadora que le impedía acabar las frases cuando me lo estaba contando durante la cena.
Todo esto viene ocurriendo en sus paseos al atardecer. Hará unos diez días tuvo lugar la caída de mí hermana. Mi hermana P. tiene un caminar sólido. Planta el pie con gran confianza en el suelo, y, sin que su paso equivalga a una zancada, es más bien pasilarga. Estaban en las proximidades de Navajata, zona de riscales, arenas, olivares enjutos, y huertecillos ascéticos, con mucha tierra sin sembrar y endebles sombras, y regresaban ya hacia el pueblo por el camino de la Alberiza. Les quedaba a la izquierda un lienzo descendente de olivares, un apelmazamiento de copas tocadas apenas por unas últimas y levísimas hebras de sol, y a la derecha alguna pared de piedra y el talud desnudo del camino con el dibujo a contraluz de algún olivo asomado a la cuneta. Caminaban, pues, absortas y contemplativas. Se habían llevado al perro. A mi hermana esta nueva modalidad de paseo con perro le resulta muy agradable, y fue el perro, precisamente, el desencadenante de su costalada. Se le cruzó cuando ella adelantaba un pie y, por no pisarle, "al capullo del perro", acortó el paso y sin poder corregir a tiempo la postura del cuerpo tendente al avance ("inercial", para quienes estén acostumbrados a la prosa administrativa) quedó en posición inestable, haciendo aspas con uno de sus brazos. Cuando vio que los molinetes no impedirían su desplome, y quizá por no querer caer sobre el perro que no se movía de su lado tratando de interpretar el significado de tan sugerentes aleteos, eligió lanzarse en plancha por encima del tonto animal en medio del camino. Según palabras de R "hizo una auténtica estirada de portero de fútbol", (una “palomita” en el argot del balompié) que, por inesperada, pues pareció que de pronto le hubieran entrado unas ganas locas de revolcarse, le hizo a ella no poder evitar reírse allí mismo incluso antes de hacer visible su preocupación por las magulladuras que suelen resultar de estas improvisadas piruetas.
Su hermana C. no ha improvisado tanto la caída, sino que la ha preparado cuidando de que no faltase ningún ingrediente para que resultase más graciosamente ridícula. R. ha estado a punto de meter la cabeza en el plato recordándolo. El relato de esta segunda caída después de quitar todos los hipos de que ha venido acompañado, o de sustituirlos por los correspondientes adjetivos para hacerlo inteligible, ha sido más o menos así:
 C. iba unos pasos por delante, no es que le den ventaja, pero al reconocerle que es más ligera de pies, anda más. Caminaban campo a través. Los caminos empiezan a quedárseles estrechos. O no precisamente estrechos, vulgares  más bien. Necesitan atrochar para convertir sus paseos en una experiencia más auténtica. Creo que nos pasa a todos. No sabemos vivir sin salirnos de lo trillado, o creer que lo hacemos, lo que resulta cada día más difícil.
Por fijar el escenario geográfico, (cosa importante cuando se trata de esta clase episodios, tengan o no tengan siniestras consecuencias), habían abandonado el camino de la Umbría, por el que se habían alejado del pueblo, y pretendían regresar por el del Vallejo, que transcurre paralelo al primero por la misma cara de la sierra, pero más abajo. Ambos caminos serpentean con mansedumbre siguiendo las curvas de nivel de la ladera, y para atravesar de uno a otro se han de recorrer algunos olivares con un suave declive, aunque separados entre ellos por abruptos lindazos de dos o tres metros de altura y compuestos por cantos rodados y recios matojos donde predominan el terebinto, la coscoja, la retama, el escaramujo y el espino albar. Son tierras rojizas y ásperas que lamidas por el sol poniente se tiñen de naranja. Llegadas a las lindes, C. buscaba el lugar más indicado para pasarlas y asumía los riesgos de meterse la primera en tan fragorosos pasos. Había descendido ya dos o tres de estas lindes con tanta facilidad que, en la siguiente, fascinada por su destreza ha asumido su capitanía con tal denuedo, que hallándose en medio y mitad de una de estas pavorosas bajadas y viendo que sus compinches se quedaban en lo alto un tanto desconfiados, les ha exhortado a que la imitasen, que allí estaba ella para servirles de apoyo, les ha dicho, alargándoles una mano. Ha sido en ese instante preciso cuando ha sentido una inconcreta inestabilidad debajo de las suelas de sus botas, aunque lo que primero han notado sus compañeros, o al menos R., ha sido que se le cambiaba la cara, y al poco, aunque estos momentos de hilarante suspense siempre parecen más largos, han visto como se le levantaban los pies del suelo en un fenomenal resbalón, que sólo ha podido frenar dejando que todo su cuerpo entrase en frotación con las piedras, a las que ha pretendido asirse con una especie de desesperados movimientos natatorios, cual resbaloso salmón intentando remontar un lecho de secos pedernales. Ni que decir tiene que hasta que los cantos no han dejado de rodar y ella no ha llegado al firme del olivar de más abajo no ha cesado aquel dislocado derrumbamiento.
Aunque confundida, siempre inquisitiva, C. ha buscado la causa del desequilibrio.
--¿Qué me ha pasado? ¿Qué me ha pasado? –Ha dicho. Y desprendiendo un rubor un tanto asalmonado, dirigiendo una mirada furibunda a la cantorrera, ha añadido:
--¡Las piedras, han sido las piedras, las piedras traidoras!
R. no podía decir nada, porque estaba doblada en dos, desternillándose. Pero J., el marido de C., que era de la partida, mostrando una gran circunspección se ha visto en la necesidad de poner las cosas en su sitio.
--¡Qué piedras, ni que piedras! –Ha dicho-. Que te has pegado una “guarrá” de la leche, Eso es lo que ha pasado.
R. se extraña de que a ella le haga tanta gracia ver caerse a la gente, sobre todo si es gente cercana y conocida. Le ha venido este pensamiento cuando estaba sentada en su sillón a la hora de la siesta. Mal momento para la introspección. Justo antes de obnubilarse le he oído decir para despejarse el camino:
--Claro que también a mi madre le encantaban las películas de Charlot.     

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