jueves, 15 de diciembre de 2011

Hablar con las paredes.

Fue S a interesarse por los trámites que había que seguir para matrimoniar con M y en las mismísimas tapias de la rectoría (o juzgado, de esto no fuimos informados) se encontró con la pintada que puede verse en la foto. Le hizo una fotografía y, con gentileza, nos la ha cedido para que sirva de advertencia a los poco imaginativos.
Tuvo suerte de que el casado llevase sólo veinte años ejerciendo, de que, dentro de lo que cabe, fuese un optimista, y que no dejase espacio en la pared para que otros con más experiencia pudieran expresarse (todo lo cual me hace pensar que la pintada, una auténtica promoción del matrimonio, no ha surgido de manera espontánea, sino de un modo intencionado y, acaso, de manos del propio cura –o juez– con parte en el negocio).
Los casados de treinta o cuarenta años que yo conozco, siempre que no estén anunciando compresas para la incontinencia o pegamentos para la dentadura, sólo hacen ya la guerra, sin ganas, y muy de cuando en cuando. Imaginen esa tercera parte de la pintada que falta: "llevo cuarenta años casado, sólo hago la guerra flácida".
Enunciado de esa manera parecería que se acaba el mundo, aunque no hay que asustarse, la mejor parte del matrimonio viene al final. Es algo parecido a esas peleas que se ven en algunas películas, en las que los combatientes exhaustos se golpean y no se hacen daño, acabando tirados en el suelo, o en el bar más cercano, riendo a ratos por haberse quedado sin fuerzas y otros ratos por lo que han aguantado.
En cuanto a S, es un hombre que no se arredra ante las averías. Más bien lo estimulan. Si algún día se casa se divertirá de lo lindo arreglando cosas.

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