miércoles, 14 de diciembre de 2011

Al pie de la letra.

(Nota del veinte de Noviembre). Ocupaban lados contiguos del cuadrilátero. La mesa. Ella con el libro delante, replegada, aburrida quizá. Él, por el contrario, mostraba una pose de tenor en la parte más exaltada del aria. Atardecía. La ventana transparentaba una luz azulenta tras el visillo. Sobre ellos, la luz del foco.
Atravesé la habitación en dirección al cuarto de baño y de ahí a la cocina. Escuché un par de preguntas y las correspondientes contestaciones dichas de carrerilla, donde se veía en la exactitud de los recitados la falta total de comprensión. Pero él había logrado aprenderse la partitura y procuraba que nos percatásemos de ello. Cada una de sus respuestas iba arropada  por unos "toma ya" lanzados primordialmente contra su madre que habría tenido la osadía de dudar de sus conocimientos ante algún enunciado que le hubiese salido torcido. A mí, sin embargo, me dedicó un "esto está chupao", dandome a entender que él no había venido a este mundo a torear novilladas.
En tal tesitura, su madre, como una de esas máquinas que tienen los tenistas para ensayar golpes difíciles, lanzó otra pregunta:
–El despotismo ilustrado.
Una corriente electrica le recorrió a él la columna vertebral y le alargó el cuello, un efecto que tengo muy estudiado ya que llevo toda mi vida viendo que el cuello de mi hermano reacciona del mismo modo ante las situaciones de alarma. Hizo sonar los pitos con ambas manos, luego puso las palmas en alto en señal de que no le fuésemos a estropear la faena con capotazos extemporáneos y dijo:
–No me lo digáis, que lo sé.
La definición no la tenía disponible y tuvo que echar mano de sus propios conocimientos, alguna palabra más o menos parecida.
–Despotismo es…… cuando tienes un bajón.
Su madre lo focalizó con sus lentes progresivas. Yo sentía verdadera curiosidad. Pregunté:
–¿Y cuando es ilustrado?
Él intuyó el abismo que estaba a punto de abrirse bajo sus pies y comenzó una huida al más puro estilo calamar. Su manera de arrojar tinta es plantear preguntas que sean tan interesantes por lo menos como la que a él le correspondería responder, pero con el tono súbito de un reportero.
Así pues, mientras su madre, con la barbilla clavada casi en el libro, trataba de darle alguna pista, él me hacía a mí las siguientes preguntas:
–¿Cómo se llaman los que no pueden tener hijos? ¿Por qué no pueden tenerlos? ¿Qué les pasa?
Cumpliendo con mis obligaciones de padre y utilizando su propio vocabulario, le he dicho:
–Eso es cuando el aparato reproductor padece despotismo.
Me hubiera gustado dar algunas puntadas a la explicación, el asunto prometía, pero su madre no me ha dejado seguir. Cree que le confundo. Iba a discutírselo, cuando ha intervenido él con un tono de venado en plena berrea.
–Si, mama, lo entiendo, el despotismo es  cuando no te funciona el pene.
Los profesionales de la enseñanza, como es el caso de ella, son muy escépticos sobre la capacidad comprensiva de los alumnos.
Por cierto, yo fui expulsado del aula sin recibir explicación alguna, un paradigma de despotismo que estuvo a punto de ser ilustrado. Cerré la puerta antes de que me lanzaran el libro a la cabeza.

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