miércoles, 14 de noviembre de 2012

TRAMPEANDO. (Fauna de mercadillo 2)

(Nota del 16 de Agosto). El hombre del vozarrón se encuentra con un semejante. Parece el acto cósmico del apareamiento de dos dinosaurios. Tiembla la tierra bajo esos vozarrones de gigantes. Aparte de caja torácica hay que poner la boca como un buzón para conseguir un sonido tan recio, tan rotundo y jactancioso. Su estructura ósea es como un bloque. Los dos visten trajes muy bien adaptados a la gloriosa circunstancia de quien ha de recorrer sus posesiones, es decir, todos los puestos del mercadillo, tratando a los vendedores como si estuviesen reclutando esclavos para dar de comer a los leones del circo. Los dos lucen gorrillas. Uno de visera clásica y tela de gabardina mil rayas. El otro zafa sus lentes modelo Santiago Carrillo bajo un viserón como una teja que promociona un pienso para perros: "Piensos L. E.”. Que, a mayor gloria de Descartes, me he permitido la licencia de traducir como: "Piensos: Luego Existo". Se acompañan además, de sendas guayaberas lisas. Mucho más elegante la de Luego Existo, que no es de marca. La del otro, de un tono verde campo de golf, lleva un primoroso rotulo bordado a la espalda: “Asociación Cultural. Tercera Edad. Viva la Vida”. Los dos lucen pantalones cortilargos hasta la rodilla, y desde allí para abajo unas zancas lujuriosas, peladas y engastadas de bultos y várices, que desplazan con pasos muy cortos (1).
Deben de ser de algún pueblo muy cercano, y el hecho de reconocerse en un territorio que no es el suyo ha provocado ese estruendo. El saludo lo han mezclado con un poco de conversación. Cosas muy concretas. Una partida de cartas. Parece que jugada ayer mismo. Se acusan en tono jocoso de haber hecho trampas, o de haberlas querido hacer, motejándose con términos nada eufemísticos. Recojo aquí dos que hubiera envidiado el mismo Francisco de Quevedo y Villegas, el gran rastreador de abyecciones humanas de nuestro Siglo de Oro: “Limpiapocilgas” y Ordeñasuegras”. Había otros menos ditirámbicos que omitiré, no vaya a ser que, por exceso de lucimiento, estos escritos pierdan la orla “cervantina” y adquieran la condición de zafios y bajunos guiones televisivos. Aparte de que un documento demasiado verdadero acaba siempre produciendo cierta incredulidad. Y a nadie le gusta no ser creído.
He seguido discretamente las operaciones de nuestra pareja, lo que ha resultado muy sencillo, pues, como ya se ha dicho, el aparato locomotor lo tenían  bastante desmedrado.
Tras un corto recorrido preguntando precios, y poniendo en duda la calidad, y hasta la procedencia, de las mercancías, han venido a parar delante de un montón de sandías. Piezas de unos tres kilos. “A un euro la pieza”, pregonaba el vendedor. “Luego Existo”, muy bien plantado, ha querido asegurarse de la operación comercial que iba a emprender. El vendedor, un sudamericano de agradable acento, le ha dicho:
–A un euro la pieza, sí señor.
–¿Todas?– Ha preguntado “Luego Existo”.
El sudamericano ha precisado:
–Cada una.
"Luego Existo", muy taxativo, ha dicho:
–Dame esa.
Y ha señalado una que estaba apartada del montón. Una sandía de más de diez kilos. Antes de que el vendedor tuviese oportunidad de argumentar (apenas había empezado a decir “esa”), "Luego Existo" ha zanjado cualquier posible intento de regateo, lanzando un trueno gutural muy seco:
–¿En qué hemos quedado?
El frutero no ha querido disputas con aquel Krakatoa en erupción y ha hecho un gesto de aceptar aquello como se acepta cualquier cataclismo, con resignación. Entonces ha intervenido “Viva la Vida”:
–Ya estás haciendo trampas.
Su compañero “Luego Existo” ha virado la cabeza enfocándolo a través del cañón de su visera. “Viva la Vida” ha proseguido:
–A esa sandía tengo yo tanto derecho como tú. Aquí hemos llegado al mismo tiempo.
"Luego Existo" ha levantado una zarpa nervuda en señal de advertencia y le ha resoplado a la cara, todo lo cerca que le dejaba la visera, que la jugada era suya.
A “Viva la Vida” se le ha puesto la papada de color fuego.
La intervención del vendedor (no he llegado a saber de qué frontera, posiblemente ecuatoriano) ha sido milagrosa.
–No la disputen –les ha dicho – tengo otra en el furgón.
El ambiente se ha enfriado. Y más cuando el ecuatoriano ha explicado que aquellos frutos no tenían venta.
--¿Quién va a querer esta animalada? –Ha dicho, cargando con la sandia de la furgoneta. --No se encuentran compradores para esto. Al final siempre las he de regalar.
“Luego Existo” y “Viva la Vida” han removido un poco los pies en el suelo, como hacen las caballerías cuando dan muestras de intranquilidad. De pronto aquella operación redonda tan bien calculada, presentaba ribetes de convertirse en un engaño. O bien habían sido ya engañados comprando algo que no valía nada, o bien querían engañarles pretendiendo que no lo comprasen.
He leído tantas Crónicas de Indias, que aquella escena me sonaba a algo conocido. El conquistador ávido, rampante, con la imaginación llena de mil historias de hallazgos de tesoros, bien preparado para recibir el timo del tocomocho, preguntando al indio por el oro, y aquellos indios (que en palabras de Félix de Azara, eran más flemáticos y menos irascibles; que su voz no era ni fuerte ni sonora y casi no se los oía; que apenas reían, y no se podía distinguir en ellos ningún signo exterior de pasión, atributos del perfecto jugador de póquer) intentando perderles con indicaciones confusas, señalandoles con el dedo el interior de las más intrincadas selvas, donde les garantizaban que manaba el oro.
Nuestro vendedor, un poco aindiado, no tenía nada que ver con la descripción de más arriba, era muy risueño, y se veía que le agradaba haber puesto en la cuerda floja a aquellos dos correosos ancianos, que sin embargo daban muy bien el tipo no ya de soldados de la conquista, sino el de gobernadores o presidentes de audiencia(2).
A los veteranos les ha costado decidirse y, después de hacerlo, ha surgido el problema de cómo transportar aquellas dos canicas. No cabían en las bolsas. Vuelta a rascarse detrás de la oreja. De nuevo las chanzas del vendedor:
--Son unos frutos imposibles. No se manejan. Si acaso llevarlas rodando.
--Como escarabajos peloteros. –Ha comentado “Viva la Vida” en tono escéptico—Más vale que lo dejemos.
--Ahora me sales con esas, después de la que has montado, so cagón. Yo esta me la llevo. Después ves diciendo que hago trampas.
Ha dicho Luego Existo. Y luego, dirigiéndose al frutero, ha añadido:
--Lo peor es agacharse, yo lo doy de las piernas, pero si me la cargases.
El vendedor se ha mostrado entusiasmado, le ha salido cierta musiquilla en el acento:
--Gustoso les cargo. ¿Cómo no? ¿Dónde la quieren?
“Luego Existo” ha entrecruzado los dedos de las manos delante del vientre sin mucha convicción.
El ecuatoriano ha salido de detrás del montón de sandías cargando la gorda, haciendo alarde del esfuerzo.
--Esta mole pesará veinte kilos.
Simultáneamente he oído decir a una mujer que ha contemplado a mi lado todo el episodio: “¿De dónde son estos animales?” Y alguien un poco más atrás ha dicho el nombre de un pueblo que yo no osaré repetir.
Al tiempo de descargar la sandía en las manos de “Luego Existo”, ha dicho el frutero:
--Atento al embarazo.
El espinazo de “Luego Existo” que hasta entonces había permanecido recto ha tomado una curvatura como la cola de una gamba. Quizá me haya recordado más a una gamba el color de la cara. Ha logrado enderezarse, con un sonido de gozne herrumbroso. Ha retrocedido dos pasos, y la sandía se le ha caído a plomo entre los pies. La sandía ha quedado entera, pero con una raja que recordaba la boca de una rana.
--¿Y ahora qué? –Ha dicho “Viva la Vida”.
El vendedor se ha agachado a mirar el interior de la sandía.
--Esta coloradita, me servirá como reclamo. ¿Quieren su euro?
“Viva la Vida” ha extendido la mano, y el frutero le ha puesto en ella dos monedas. Las dos  alimañas se han esfumado muy deprisa para lo lento que caminaban.
La mujer que estaba a mi lado, ha reflexionado en voz alta:
--¿Dónde irían con tanta sandía? Si no pueden con los pantalones. –Y cloqueando ha añadido. --¡Estos hombres!
Conste que yo me considero una entidad neutra en esta clase de incursiones. He abandonado el lugar cuando he visto que el “panchito” estaba dispuesto a sacarle partido al incidente predicando una nueva versión de las bienaventuranzas. Sólo con la primera he tenido dosis suficiente de empalago: “Hay viejitos que tardan en darse cuenta que son viejos, más vale pues, etc…”
Al ir hacia mi casa, todavía he podido ver a “Luego Existo” y “Viva la Vida”, recostados en un coche y abanicándose con la gorra. Tenían el cráneo muy blanco. Habían recuperado el buen tono. “Luego Existo” estaba encorajinado. Le he oído decir:
--Te digo que ha tenido él la culpa, que me la ha tirado encima como un peso muerto .
La autoestima, o como quiera que esto se llame, es como el oro puro, no hay acido que la ataque.
 
 
(1)Me parece subyugante la capacidad que tienen los modistos de élite para conseguir que las pobres gentes caigan en el menoscabo de sus personas por hacer seguidismo de las tendencias macarrónicas que ellos diseñan. Hay ahí mucho talento desaprovechado. Deberían ser todos ministros plenipotenciarios.
 
 (2)Vean si no la descripción del licenciado Cerrato, presidente de la Audiencia de los Confines, que hace Bernal Díaz del Castillo: cuando algún pobre conquistador viene a él a le demandar que le ayude a se sustentar para sus hijos e mujer si es casado, que es muy gracioso en le despachar….les responde con cara feroz y con una manera de meneos en una silla que aún para la autoridad de un hombre que no sea de mucha arte no conviene, cuanto más para un presidente, y les dice: "¿quién os mandó venir a conquistar? ¿Mandóos su majestad? Mostrá su carta, andá que basta lo que habéis robado". En algo se parecen los modos de este Cerrato a los de nuestros licenciados.    

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