(Nota del 16 de Agosto). El hombre del vozarrón se encuentra con un semejante. Parece
el acto cósmico del apareamiento de dos dinosaurios. Tiembla la tierra bajo
esos vozarrones de gigantes. Aparte de caja torácica hay que poner la boca como
un buzón para conseguir un sonido tan recio, tan rotundo y jactancioso. Su
estructura ósea es como un bloque. Los dos visten trajes muy bien adaptados a
la gloriosa circunstancia de quien ha de recorrer sus posesiones, es decir, todos
los puestos del mercadillo, tratando a los vendedores como si estuviesen
reclutando esclavos para dar de comer a los leones del circo. Los dos lucen
gorrillas. Uno de visera clásica y tela de gabardina mil rayas. El otro zafa
sus lentes modelo Santiago Carrillo bajo un viserón como una teja que
promociona un pienso para perros: "Piensos L. E.”. Que, a mayor gloria de
Descartes, me he permitido la licencia de traducir como: "Piensos: Luego
Existo". Se acompañan además, de sendas guayaberas lisas. Mucho más
elegante la de Luego Existo, que no es de marca. La del otro, de un tono verde
campo de golf, lleva un primoroso rotulo bordado a la espalda: “Asociación
Cultural. Tercera Edad. Viva la Vida”. Los dos lucen pantalones cortilargos
hasta la rodilla, y desde allí para abajo unas zancas lujuriosas, peladas y
engastadas de bultos y várices, que desplazan con pasos muy cortos (1).
Deben de ser de algún pueblo muy cercano, y el hecho de
reconocerse en un territorio que no es el suyo ha provocado ese estruendo. El
saludo lo han mezclado con un poco de conversación. Cosas muy concretas. Una
partida de cartas. Parece que jugada ayer mismo. Se acusan en tono jocoso de
haber hecho trampas, o de haberlas querido hacer, motejándose con términos nada
eufemísticos. Recojo aquí dos que hubiera envidiado el mismo Francisco de
Quevedo y Villegas, el gran rastreador de abyecciones humanas de nuestro Siglo
de Oro: “Limpiapocilgas” y Ordeñasuegras”. Había otros menos ditirámbicos que
omitiré, no vaya a ser que, por exceso de lucimiento, estos escritos pierdan la
orla “cervantina” y adquieran la condición de zafios y bajunos guiones
televisivos. Aparte de que un documento demasiado verdadero acaba siempre
produciendo cierta incredulidad. Y a nadie le gusta no ser creído.
He seguido discretamente las operaciones de nuestra pareja,
lo que ha resultado muy sencillo, pues, como ya se ha dicho, el aparato
locomotor lo tenían bastante desmedrado.
Tras un corto recorrido preguntando precios, y poniendo en
duda la calidad, y hasta la procedencia, de las mercancías, han venido a parar
delante de un montón de sandías. Piezas de unos tres kilos. “A un euro la pieza”,
pregonaba el vendedor. “Luego Existo”, muy bien plantado, ha querido asegurarse
de la operación comercial que iba a emprender. El vendedor, un sudamericano de
agradable acento, le ha dicho:
–A un euro la pieza, sí señor.
–¿Todas?– Ha preguntado “Luego Existo”.
El sudamericano ha precisado:
–Cada una.
"Luego Existo", muy taxativo, ha dicho:
–Dame esa.
Y ha señalado una que estaba apartada del montón. Una sandía
de más de diez kilos. Antes de que el vendedor tuviese oportunidad de
argumentar (apenas había empezado a decir “esa”), "Luego Existo" ha zanjado cualquier posible
intento de regateo, lanzando un trueno gutural muy seco:
–¿En qué hemos quedado?
El frutero no ha querido disputas con aquel Krakatoa en
erupción y ha hecho un gesto de aceptar aquello como se acepta cualquier
cataclismo, con resignación. Entonces ha intervenido “Viva la Vida”:
–Ya estás haciendo trampas.
Su compañero “Luego Existo” ha virado la cabeza enfocándolo
a través del cañón de su visera. “Viva la Vida” ha proseguido:
–A esa sandía tengo yo tanto derecho como tú. Aquí hemos
llegado al mismo tiempo.
"Luego Existo" ha levantado una zarpa nervuda en
señal de advertencia y le ha resoplado a la cara, todo lo cerca que le dejaba
la visera, que la jugada era suya.
A “Viva la Vida” se le ha puesto la papada de color fuego.
La intervención del vendedor (no he llegado a saber de qué
frontera, posiblemente ecuatoriano) ha sido milagrosa.
–No la disputen –les ha dicho – tengo otra en el furgón.
El ambiente se ha enfriado. Y más cuando el ecuatoriano ha
explicado que aquellos frutos no tenían venta.
--¿Quién va a querer esta animalada? –Ha dicho, cargando con
la sandia de la furgoneta. --No se encuentran compradores para esto. Al final
siempre las he de regalar.
“Luego Existo” y “Viva la Vida” han removido un poco los
pies en el suelo, como hacen las caballerías cuando dan muestras de
intranquilidad. De pronto aquella operación redonda tan bien calculada,
presentaba ribetes de convertirse en un engaño. O bien habían sido ya engañados
comprando algo que no valía nada, o bien querían engañarles pretendiendo que no
lo comprasen.
He leído tantas Crónicas de Indias, que aquella escena me
sonaba a algo conocido. El conquistador ávido, rampante, con la imaginación llena de mil historias de hallazgos de tesoros,
bien preparado para recibir el timo del tocomocho, preguntando al indio por el
oro, y aquellos indios (que en palabras de Félix de Azara, eran más flemáticos y menos irascibles; que su voz no era ni fuerte ni
sonora y casi no se los oía; que apenas reían, y no se podía distinguir en
ellos ningún signo exterior de pasión, atributos del perfecto jugador de póquer) intentando perderles con indicaciones confusas, señalandoles con el dedo el interior de las más intrincadas selvas,
donde les garantizaban que manaba el oro.
Nuestro vendedor, un poco aindiado, no tenía nada que ver
con la descripción de más arriba, era muy risueño, y se veía que le agradaba
haber puesto en la cuerda floja a aquellos dos correosos ancianos, que sin
embargo daban muy bien el tipo no ya de soldados de la conquista, sino el de
gobernadores o presidentes de audiencia(2).
A los veteranos les ha costado decidirse y, después de hacerlo, ha surgido
el problema de cómo transportar aquellas dos canicas. No cabían en las bolsas. Vuelta a rascarse
detrás de la oreja. De nuevo las chanzas del vendedor:
--Son unos frutos imposibles. No se manejan. Si acaso
llevarlas rodando.
--Como escarabajos peloteros. –Ha comentado “Viva la Vida”
en tono escéptico—Más vale que lo dejemos.
--Ahora me sales con esas, después de la que has montado, so
cagón. Yo esta me la llevo. Después ves diciendo que hago trampas.
Ha dicho Luego Existo. Y luego, dirigiéndose al frutero, ha
añadido:
--Lo peor es agacharse, yo lo doy de las piernas, pero si me
la cargases.
El vendedor se ha mostrado entusiasmado, le ha salido cierta
musiquilla en el acento:
--Gustoso les cargo. ¿Cómo no? ¿Dónde la quieren?
“Luego Existo” ha entrecruzado los dedos de las manos
delante del vientre sin mucha convicción.
El ecuatoriano ha salido de detrás del montón de sandías cargando la
gorda, haciendo alarde del esfuerzo.
--Esta mole pesará veinte kilos.
Simultáneamente he oído decir a una mujer que ha contemplado
a mi lado todo el episodio: “¿De dónde son estos animales?” Y alguien un poco
más atrás ha dicho el nombre de un pueblo que yo no osaré repetir.
Al tiempo de descargar la sandía en las manos de “Luego
Existo”, ha dicho el frutero:
--Atento al embarazo.
El espinazo de “Luego Existo” que hasta entonces había
permanecido recto ha tomado una curvatura como la cola de una gamba. Quizá me
haya recordado más a una gamba el color de la cara. Ha logrado enderezarse, con
un sonido de gozne herrumbroso. Ha retrocedido dos pasos, y la sandía se le ha
caído a plomo entre los pies. La sandía ha quedado entera, pero con una raja
que recordaba la boca de una rana.
--¿Y ahora qué? –Ha dicho “Viva la Vida”.
El vendedor se ha agachado a mirar el interior de la sandía.
--Esta coloradita, me servirá como reclamo. ¿Quieren su
euro?
“Viva la Vida” ha extendido la mano, y el frutero le ha
puesto en ella dos monedas. Las dos
alimañas se han esfumado muy deprisa para lo lento que caminaban.
La mujer que estaba a mi lado, ha reflexionado en voz alta:
--¿Dónde irían con tanta sandía? Si no pueden con los
pantalones. –Y cloqueando ha añadido. --¡Estos hombres!
Conste que yo me considero una entidad neutra en esta clase
de incursiones. He abandonado el lugar cuando he visto que el “panchito” estaba
dispuesto a sacarle partido al incidente predicando una nueva versión de las bienaventuranzas. Sólo
con la primera he tenido dosis suficiente de empalago: “Hay viejitos que tardan
en darse cuenta que son viejos, más vale pues, etc…”
Al ir hacia mi casa, todavía he podido ver a “Luego Existo”
y “Viva la Vida”, recostados en un coche y abanicándose con la gorra. Tenían el
cráneo muy blanco. Habían recuperado el buen tono. “Luego Existo” estaba
encorajinado. Le he oído decir:
--Te digo que ha tenido él la culpa, que me la ha tirado encima como un
peso muerto .
La autoestima, o como quiera que esto se llame, es como el
oro puro, no hay acido que la ataque.
(1)Me parece subyugante la capacidad que tienen los modistos
de élite para conseguir que las pobres gentes caigan en el menoscabo de sus
personas por hacer seguidismo de las tendencias macarrónicas que ellos diseñan.
Hay ahí mucho talento desaprovechado. Deberían ser todos ministros
plenipotenciarios.
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