miércoles, 11 de abril de 2012

Lectores pura sangre.

Los lectores, y eso se ve mejor que en ningún sitio aquí, en la nube internáutica, llena de reseñas, críticas, comentarios, exaltaciones y exultaciones, muy pocos leen únicamente por aprovechamiento propio, sino que leen también para los demás. Leer un libro y estar pensando en alguien a quien podría gustarle, imaginarse a ese alguien riendo o disfrutando con eso con lo que nosotros nos solazamos, es bastante común. Compartir algo así es como amplificar nuestra capacidad de gozo. Abrir pequeñas delegaciones para nuestro disfrute en un cuerpo ajeno. Una especie de colonización. El placer de los demás nos interesa, pero, más vale no recurrir a autoengaños filantrópicos, nos interesa mucho más nuestro propio placer, el que recibimos al imaginar el deleite que le hemos proporcionado al otro.
En el terreno de la lectura, como en cualquier otro, hay gente mejor dotada, no sólo para captar todos los matices del libro, sino también para saber a quien recomendárselo, o regalárselo, llegado el caso.
Mi hermano (no en vano fue educado como un pura sangre, y puesto en pista por un jinete de tan aguda espuela como lo fue mi madre) ha desarrollado para esto un grado de afinación extraordinario (casi igual al punto de frío que da a sus cervezas). Lo cual hace que, coincidiendo con alguna fecha señalada, cuando nos regala un libro (nunca es uno sólo, sino series de tres, un pequeño recital) eso se convierta en un verdadero acontecimiento.
El sábado pasado, sábado Santo, trajo tres libritos. Yo acababa de cumplir los mismos años que había cumplido el siglo el año en que nací. Aunque la carambola era lo de menos. Los dejó encima de la mesa envueltos en papel de regalo y me los fue presentando con modestia, como si hubiesen caído en la red por casualidad, aunque yo olfateaba lo orgulloso que se sentía de poder ofrecerme esa hermosa captura, tal como él leía debajo de mis desaliñadas barbas un indisimulado aire de glotonería. Sólo con verlos fuera de los envoltorios era para babear, eran libros muy bien editados, se podría haber formado con ellos un bonito bodegón. ¿Que si yo tenía todo esto escrito en el rostro? Me vendo caro, pero es muy probable.
Ahora bien, para que la elección de estos libros resulte totalmente irreprochable, y esto ya es un asunto suplementario, una especie de broma que yo he instituido por mi cuenta, es fundamental que mi cuñada consorte CF no haya oído hablar de ellos.
CF es también una lectora impenitente, relacionada con lectores furibundos, visitadora de librerías, devoradora de suplementos literarios. En fin, otra auténtica pura sangre, procedente de las cuadras de las madres Agustinas.
Estos especialistas disfrutan mucho con su erudición. Son felices anticipándose, conociendo de antemano lo que los demás acaban de conocer. Su expresión indulgente cuando oyen hablar de algo que ellos ya han saboreado es casi tan graciosa como el gesto de pánico que asombra sus caras, siempre bien disimulado, cuando oyen hablar de algo que no se encuentra en su archivo. Cuando se presenta esta situación, suele ocurrir que, al mismo tiempo que se están interesando con una vocecilla inaudible por los datos de la novedad, un vozarrón interior les fustige diciendo: "pero como ha podido escapárseme esto a mí".
Este juego si se da entre los propios especialistas es muy insulso. Cuando se relacionan entre ellos se recubren de un tejido inerte sobre el que reciben los aguijonazos sin inmutarse. Pero si es a través de terceros, es jocoso y divertido al máximo. Sobre todo para el que intermedia y observa las mutaciones, esos pequeños tics que tratan de esconder en lugares remotos de su expresión y que, precisamente por eso, resultan tan llamativos.
El primer episodio de estos, que yo recuerde, tuvo lugar hace dos años, cuando le presentamos a CF "Las andanzas de Joe Speedboat contadas por el luchador de un solo brazo", la novela de Tommy Wieringa, que mi hermano nos había dejado para leer ese verano. A CF se le oyeron todas las vocecillas a coro. No menos cómico fue el magnánimo indulto general de mi hermano al enterarse de que CF había hecho agua en ese título.
Así pues, este sabado, mientras dábamos buena cuenta de unos aperitivos, y yo acariciaba complacido los lomos de mis tres nuevos lebreles, cumpliendo con mis obligaciones de promotor de esta invención, he dicho:
–Sería muy conveniente que C no hubiese oído hablar de estos libros.
Parecía que en un primer momento nadie supiese a qué me estaba refiriendo, pero pronto he visto cómo la cara de RF, hermana de CF, delataba un cierto resquemor consanguíneo, y hasta creo haber oído un: "¡qué cabrón!" encajado en la trituración molar de una patata frita.
Luego, he mirado a mi hermano y, aplicando toda la experiencia que tengo en sus ardides gestuales, (su característica mirada "yo no he roto un plato" y cierta tensión en la nuez), he leído con toda claridad que, a la hora de elegir los libros, aquella variable había sido sopesada.
No obstante, he querido cerciorarme.
–A lo mejor C no ha leído estos libros –he dicho-, pero si ha leído otros de estos mismos autores, ya se sabe lo que pasa, tiene uno que escuchar cosas como:”no, ese precisamente no lo conozco, pero me he leído los otros cinco que tiene publicados y no eran gran cosa”.
Mi hermano, muy de pasada, ha dicho que no, que dos de aquellos autores no tenían ningún otro libro traducido al castellano.
Por tanto, sólo quedaba dar cuerda al reloj, y esperar los acontecimientos. Todo, claro está, si RF no le hubiera estado haciendo confidencias a su hermana CF. Y si la misma RF, no me hubiera venido con el cuento de que su hermana le había dicho que ya sólo se dedicaba a los clásicos, que había abandonado las novedades. Así ha llamado a estos libros escrupulosamente seleccionados, como si hubiéramos pasado por el mostradorcillo de unos grandes almacenes y los hubiésemos elegido sólo por nuevos, y al buen tuntún.
Se habrá observado que hasta ahora, astutamente, no he dicho de qué libros se trata, tampoco R, la delatora, se había quedado con los nombres, eso formaba parte del proceso de cocción a fuego lento de C. Pero, puesto que ellas presentan esta estrategia de llevar una vida sin “novedades”, pues démosles un poco de envidia; he ahí la foto y…que  aproveche.



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