domingo, 1 de abril de 2012

Sistema solar.


Durante gran parte de la noche estuve oyendo la noticia en el segmento marginal de los informativos, esa noticia que ha de rellenar un hueco en caso de que quede hueco, es decir que su existencia depende de la gordura de las hermanas que la preceden, como en cualquier lechigada de gorrinos; escuché, digo, la noticia de que el sol estaba teniendo últimamente mucha actividad. Nadie puede hacerse una idea de cuanta actividad puede llegar a tener el sol, hasta que lo sufre a campo abierto en una de estas absurdas zonas del mundo en que les gusta residir a los anticiclones. Llevamos meses y meses de anticiclones impertérritos. Pero la noticia no se refería a esa clase de actividad. En los últimos días, y no sé si eso es posible, pero lo dijeron, habían tenido lugar catorce tormentas solares. La emanación magnética de dichas tormentas (repito como un loro lo que oí, no sé si las tormentas emanan o no) creaban muchos problemas en las comunicaciones por ondas. Las interferencias, un chisporroteo desagradable que yo oía en aquel momento en el transistor, (nos lo anunciaba el locutor), podían deberse a esas tormentas solares. Aflojé el ritmo de mi respiración para poder calibrar adecuadamente lo que significaban aquellas palabras. Deduje que aquellas interferencias vendrían a ser algo así como si el sol se estuviese dirigiendo a nosotros en un mensaje nocturno a través de la radio.
Aproveché otro momento de apnea para pensar. El sol tiene a todos sus planetas a raya, unos congelados, otros abrasados, otros repletos de ácido sulfúrico. Una estrella en la que se producen desintegraciones atómicas cada milésima de segundo, ha de tener sospechas, por fuerza, de que a este planeta nuestro no llegan claras sus órdenes.
Yo, para preservarme, apagué el transistor. Tengo una edad demasiado proclive a las interferencias. Podría llegar a entenderlas.

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