domingo, 8 de abril de 2012

Golpe a golpe.

S y E habían dado muchos martillazos en balde para sacar las rótulas de la dirección del coche. S, que era el propietario, y que ya había desmontado más piezas de las que tenía pensado, se resistía a desmontar la barra de dirección completa, no fuese a ser que, como ocurre en el cuento tradicional, luego no encontrase el camino de vuelta a casa y se quedase perdido en el bosque. E, por el contrario, abogaba por el desmontaje de la barra para poder trabajar con ella en el banco, donde sería sencillísimo sacar aquellas articulaciones que se habían mostrado inmutables a los porrazos y apalancamientos.
Como yo les había dejado en ese punto de la acción, eso había ocurrido el martes santo, mientras llovía, y ahora ya era sabado santo, le pregunté a E cómo se había resuelto luego la cosa. Parece ser que la barra, una vez sacada de los bajos del coche y colocada sobre el banco, no sólo no se había resistido sino que incluso había sido complaciente. Estas no fueron sus palabras, desde luego, pero se le aproximaban. E se quejó un poco de la manera un tanto deficiente que tienen de relacionarse con la mecánica los "electrónicos", grupo en el que se encontraba S, y trajo el ejemplo de la poca entidad del martillo con el que había estado trabajando. Los "electrónicos" estaban rodeados de cosas de plastico con mucha ranura y mucho tornillito, y el arte de golpear les era totalmente desconocido. Cada martillo hablaba un idioma distinto....... Fue así como comenzamos a hablar de martillos. Un tema interesante donde los haya. Por decantación, yo hablé de mi martillo fetiche, una rotunda maceta que, dije, les habría venido muy bien a E y a S para darle su merecido a esas piezas anquilosadas. En la reunión en la que se hablaba de todo esto esa maceta era conocida. La he llevado siempre, bien visible y bastante a mano, en el piso de la cabina del tractor. Su función, entre otras, era (y es) la de asustar. En mecánica, siempre es importante que un elemento disuasorio como el martillo esté presente, para que las máquinas sepan que sus roturas, tan caprichosas (de otro modo no se romperían, como lo hacen siempre, los fines de semana, cuando más difícil resulta arregrarlas), serán tratadas con toda severidad.  Esta teoría no es exclusiva mía, es una creencia básica a la se hayan acogidos muchos agrarios.
Y, puestos a sacar cerezas del cesto, una vez nombrada la maceta, cómo no acordarse de aquel día de  aceituna del año pum, cuando   le lancé a R ese famoso martillo de un modo cómico, y sin intención de acertarla, claro. Solía mostrarselo poniendo cara de loco cuando ella se enrabietaba, lo cual no hacía sino empeorar su estado de agitación, y ese día probé a lanzarlo. No sirvió de nada, ella siguió gesticulando desaforadamente y amenazándome con una piedra que había cogido del suelo. Entonces tuve que bajarme del tractor y decirle con mucha calma, énfasis y vocalicación: "cuando te tire el martillo lo vuelves a dejar en su sitio, que, luego, cuando quiero tirartelo otra vez , no lo encuentro". Del surrealismo de aquella frase nos reímos hasta hartarnos. Como nos reímos anoche mismo en la media hora escasa de tertulia para la que nos quedó tiempo.  

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