(20160330). Estaba delante de un plato de alcachofas. La casa toda para
mí. Ninguna de esas distracciones involuntarias que producen los aleteos de
nuestros seres queridos. Auténtica vida conventual. En la pantalla encendida aparecía Santa Teresa,
reponían la serie que cuenta su vida para ambientar la semana santa. Santa
Teresa aparece como una mujer cansada que viaja por los caminos en mula o en
carreta. Llega medio enferma a uno de los conventos que ha fundado en Beas de Segura y tiene una entrevista con el
fraile Jerónimo de Gracián. Hablan a través de una reja de palo más bien simbólica,
los barrotes están tan separados que podría colarse entre ellos cualquiera. Teresa
de Ávila declara que ese mismo día cumple sesenta años. He dado un trago de
vino y he pensado en mis sesenta, para los que me quedan cuatro días. Es una
cifra para írselo pensando. La Santa y el fraile muestran su afición el uno al
otro y tienen un breve dialogo místico-meloso, hasta que oigo al fraile decir:
—Ha hecho demasiadas cosas sola.
Y la Santa responde:
—Si, y las he hecho mal. Las he dejado a medias, por mi
soberbia de querer hacerlo todo. Una pobre mujer flaca y sin consejo. Pero, ¿a
quién acudir?
El látigo con el que se fustiga la Santa ha chasqueado justo
a unos centímetros de mi oreja.
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