miércoles, 30 de marzo de 2016

Sesenta.

(20160330). Estaba delante de un plato de alcachofas. La casa toda para mí. Ninguna de esas distracciones involuntarias que producen los aleteos de nuestros seres queridos. Auténtica vida conventual. En la pantalla encendida aparecía Santa Teresa, reponían la serie que cuenta su vida para ambientar la semana santa. Santa Teresa aparece como una mujer cansada que viaja por los caminos en mula o en carreta. Llega medio enferma a uno de los conventos que ha fundado en Beas de Segura y tiene una entrevista con el fraile Jerónimo de Gracián. Hablan a través de una reja de palo más bien simbólica, los barrotes están tan separados que podría colarse entre ellos cualquiera. Teresa de Ávila declara que ese mismo día cumple sesenta años. He dado un trago de vino y he pensado en mis sesenta, para los que me quedan cuatro días. Es una cifra para írselo pensando. La Santa y el fraile muestran su afición el uno al otro y tienen un breve dialogo místico-meloso, hasta que oigo al fraile decir:
—Ha hecho demasiadas cosas sola.
Y la Santa responde:
—Si, y las he hecho mal. Las he dejado a medias, por mi soberbia de querer hacerlo todo. Una pobre mujer flaca y sin consejo. Pero, ¿a quién acudir?
El látigo con el que se fustiga la Santa ha chasqueado justo a unos centímetros de mi oreja.        

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