viernes, 25 de marzo de 2016

Lavatorio.

(20130328-13*). En una secuencia rapidísima, en las noticias televisivas, veo al Papa lavando los pies de un menesteroso. Luego, con devoción exuberante besa los pies del pobre. Si lo he captado bien, pues no he  prestando verdadera atención a la noticia hasta el último momento, me ha parecido que el pobre, quizá ayudado por el Papa, ha levantado algo la pierna para facilitar la amorosa, a la vez que humilde, acción del Pontífice. La pierna se ha elevado con la torpeza que corresponde al anquilosamiento de un hombre de edad, y el Papa no ha besado exactamente en el pie, sino en la parte interior de la pierna, justo al lado del tobillo. El beso ha sido, para mi gusto, demasiado apasionado. Aun tratándose de un beso publicitario creo que ha habido sobreactuación, o excesivo énfasis. (Lo que, según los entendidos, es, aparte de inelegante, muy contraproducente para la propaganda, ya que el exceso de teatralidad deviene en parodia, y  una parodia no intencionada es nefasta para la mercancía). Lo he visto, me parece, con bastante detalle porque la televisión ha mostrado un primer plano del momento en que los labios pontificales se acoplaban con el tobillo. Ha sido en ese preciso momento en el que he centrado la  atención, antes difusa, en la noticia. No tanto porque me interesase la vida sentimental de este Papa, sino por el estado que ofrecía la pierna del cuitado: tobillo hinchado más o menos rodeado de una mancha acardenalada.  Al primer golpe de vista he intuido que aquel hombre tenía problemas vasculares semejantes a los que yo tengo, ya que aquella pierna, vista al vuelo, me ha parecido que  era pintiparada a mi pierna izquierda. Y esa ha sido la causa de que de repente me sintiese identificado con aquel menesteroso. Hasta el punto de que cuando he visto que los labios de Bergoglio buscaban la zona amoratada de su pierna he dado una encogida como si esa pierna fuese la mía que se había colado en la pantalla.

PD: Con la autoridad que me otorga el haberme visto tan cerca del peligro, puedo decir que, a pesar de las interpretaciones canónicas que se hacen de este rito donde se habla de la humillación, entrega y sacrificio del oficiante, el verdadero sacrificado de este acto es el que ofrece el piececito mondo y lirondo para que un Bergoglio cualquiera aterrice sobre él y descargue sus exorcismos. Y, en todo caso, puestos a hilar fino, ya que lavan el pie antes del beso convendría lavarlo también después.  

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