El mercadillo, los días de canícula intensa, tiene una
dilatación cuya primera consecuencia es que la pesada nube grasienta que
desprende el asador de pollos se quede flotando como una enorme boina ácida
sobre la ya de por sí compleja atmósfera de solicitaciones, preguntas
indiscretas, sugestivas ofertas y exhibición de caprichos que suele tener lugar
en todo espacio habilitado para la transacción comercial. El calor y este magma
picante tienen la facultad de ralentizar los movimientos y hacer más
comprensibles acciones que por su fugacidad nos resultaría imposible de captar.
Son estos días, precisamente, los más indicados para que, quienes somos
aficionados a la antropología, salgamos a hacer nuestro trabajo de campo.
Hay en estos mercadillos veraniegos dos prototipos humanos
que se complementan. Uno es la jaquetona que ha llevado al límite su vocación
por sugerir formas y adopta unos aires bravucones para contrarrestar su
atractivo. (El ser humano es una paradoja con dos piernas). Y otro es el jubilado algo prostático que, confundido con
el mobiliario, suele constituir corrillos en los que no se habla de nada. Su
verbo inexpresivo viene a ser como esa superficie cenagosa bajo la que gusta de
emboscarse el cocodrilo junto a los lugares de paso. (Hay otra especie de mirón
abusivo e histriónico, que vendría a tener el mismo papel en esta
representación que una víscera en una película de intriga, al que no me
referiré por ser su sintomatología tan evidente que le hacen carecer de interés
como objeto de estudio). El éxito de estos acechadores esta basado en la
inmovilidad.
El efecto que suele
producirse cuando una de estas jaquetonas y el grupo de aligátores se
encuentran es bastante coherente, cuanto más ampulosas y significativas son las
muestras de autosatisfacción proyectadas por la mujer, mayor es la petrificación
de los ancianos. Una petrificación un tanto engañosa, pues, dado que el gañote
lo tienen ya bastante reseco, utilizan la telepatía para hacer sus degluciones.
Por tanto lo normal es que ni la presa se entere de que esta siendo devorada.
Baste este simple detalle para que se vea lo dificultosa que
puede resultar la observación antropológica aun en días poseídos por la
lentitud canicular. Hasta el punto de que sólo un elemento disfuncional, un
imprevisto, una circunstancia fortuita es capaz, al descomponer la estabilidad
o perfecto ensamblaje de estos prototipos complementarios, de descubrirnos lo
que ocurre donde parece no estar ocurriendo nada.
Así ha venido a suceder hoy, cuando una de estas mujeres,
embutida en lycras, se ha dado de bruces
con el punto de mayor profusión odorífera del puesto de los pollos, y volviendo
la cabeza a la parte contraria de donde se encontraba el infernal artefacto giratorio y también el pollero, a
su cuidado, ha dicho:
- ¡Qué olor a pollazo!
El comentario ha resquebrajado el rigor mortis de los
aligátores, que tenían allí mismo su punto de observación.
La mujer ha debido de detectar de repente su actitud
acechante y los ha encarado, y ha dicho, retándoles con la bolsa que llevaba en la mano:
- ¿Qué miráis, asquerosos?
Los jubilados han resuelto la parte que les tocaba en el
conflicto regresando a la inmovilidad. Y todo hubiera seguido su curso si un
melonero que estaba tres pasos más allá y al que en otro apartado de mi
investigación le llevaba anotadas cincuenta y dos formas diferentes de
referirse a sus clientas (reina, princesa, emperadora, sol, chavalota, duquesa,
risueña, bendita, gloria, bonita, guapetona, preciosa, corazón, amanecer,
pimpollo, estrella, flor, cielo…etc, etc), no hubiera querido probar sus mieles
dialécticas con la jaquetona, diciéndole:
- ¿Qué van a mirar, divinidad? ¿No es evidente? Ven que te
regale un melón y así ya tienes tres.
La mujer, ni lo ha mirado, pero ha dicho con la barbilla un poco
en alto:
- Regálaselo a tu puta madre y así ya tendrá dos en la
familia.
La realidad, perturbadora de todo, tiene estas cosas. Sale uno
de casa con el espíritu de un Levi-Strauss y regresa con documentación que no
serviría ni para componer un sainete. Pero la observación rigurosa ha de
anteponerse a cualquier otro propósito.
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