jueves, 9 de agosto de 2012

Relatividades.

Llevo el reloj al relojero N para que le cambie la pila. Es un reloj que no me habré puesto dos veces. Fue un regalo de mi hermana, procedente, como ella misma dijo en broma, de un intento de cohecho. Los vendedores intentan influir en quienes ellos huelen que pueden inclinar la balanza a favor de la mercancía que representan. Productos de informática en este caso. El procedimiento está tan extendido que los regalos ya no sirven más que como tarjetas de presentación, puesto que todas las marcas ponen algo en el platillo  y su influencia queda contrarrestada.
El reloj es de una marca muy publicitada, grandote, pesado y muy llamativo. El relojero, que está acostumbrado a que le entregue mi viejo Casio de color negro, puro plástico, pero de una rudeza cercana a lo indestructible, lo coge con gesto confiado, digamos que sin miedo a mancharse, que era la relación que mantenía con el Casio.
La tienda es un cuchitril donde se oyen los relojes algo desacompasados. Como si cada reloj utilizase un camino distinto para llegar al mismo sitio. Una clarísima representación de la "relatividad" del tiempo.
El relojero trabaja vuelto de espaldas al mostrador, encorvado sobre una superficie no muy grande y bastante invadida por herramientas, piezas, y relojes que esperan su arreglo. No tengo más remedio que pensar, puesto que he tenido que llamar al timbre para que me abra, que esa postura es de una absoluta indefensión. El relojero es un hombre joven, acostumbrado a tratar con la clientela dentro de un registro un tanto infantiloide, aunque sin llegar a la degradación de usar diminutivos.
Para contrarrestar la aparatosa presencia de la máquina que acabo de entregarle y que no crea que el cambio de reloj obedece a alguna suerte de involución o alteración de mis cánones estéticos, gasto algunas bromas sobre los efectos que puede tener el llevar puesto en la muñeca una cosa tan pesada. Elongaciones de brazo o un seccionamiento de huesos. Finalmente muestro mis dudas sobre la calidad de algo que necesita tener tanta apariencia exterior de fortaleza. El relojero escucha todas mis sandeces girado hacia su mesita, no veo si tiene puesta la lente en el ojo. Le oigo decir:
–Este reloj tiene la caja de acero.
Contraataco:
 –Cuanto más dura es la cáscara, más blando es el gusano.
Lo he dejado sorprendido con la imagen. Normalmente no tengo esta capacidad de repentizar, pero acababa de ver unos mejillones en la pescadería.
Lo he visto, por fin, erguirse y mirarme cara a cara. El monóculo le daba un aspecto bastante serio.
–Este es un gran reloj. –Ha dicho–. Es el mismo que el Viceroy. Ni más ni menos. La empresa era de dos socios y…… lo que pasa con las medias….. salieron tarifando. Uno se quedó con Viceroy y el otro con esta otra marca, pero son igualitos.
Se sinceró conmigo:
–Yo tengo la representación de este tuyo. Un reloj buenísimo.… Y que conste que no es favoritismo. Lo mismo diría si tuviese la representación del otro.
–Te creo.
Tres euros me ha costado todo.

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