Llevo el reloj al relojero N para
que le cambie la pila. Es un reloj que no me habré puesto dos veces. Fue un
regalo de mi hermana, procedente, como ella misma dijo en broma, de un intento
de cohecho. Los vendedores intentan influir en quienes ellos huelen que pueden
inclinar la balanza a favor de la mercancía que representan. Productos de
informática en este caso. El procedimiento está tan extendido que los regalos
ya no sirven más que como tarjetas de presentación, puesto que todas las marcas
ponen algo en el platillo y su
influencia queda contrarrestada.
El reloj es de una marca muy publicitada, grandote, pesado y
muy llamativo. El relojero, que está acostumbrado a que le entregue mi viejo
Casio de color negro, puro plástico, pero de una rudeza cercana a lo
indestructible, lo coge con gesto confiado, digamos que sin miedo a mancharse,
que era la relación que mantenía con el Casio.
La tienda es un cuchitril donde se oyen los relojes algo
desacompasados. Como si cada reloj utilizase un camino distinto para llegar al
mismo sitio. Una clarísima representación de la "relatividad" del
tiempo.
El relojero trabaja vuelto de espaldas al mostrador,
encorvado sobre una superficie no muy grande y bastante invadida por
herramientas, piezas, y relojes que esperan su arreglo. No tengo más remedio
que pensar, puesto que he tenido que llamar al timbre para que me abra, que esa
postura es de una absoluta indefensión. El relojero es un hombre joven,
acostumbrado a tratar con la clientela dentro de un registro un tanto
infantiloide, aunque sin llegar a la degradación de usar diminutivos.
Para contrarrestar la aparatosa presencia de la máquina que
acabo de entregarle y que no crea que el cambio de reloj obedece a alguna
suerte de involución o alteración de mis cánones estéticos, gasto algunas
bromas sobre los efectos que puede tener el llevar puesto en la muñeca una cosa
tan pesada. Elongaciones de brazo o un seccionamiento de huesos. Finalmente
muestro mis dudas sobre la calidad de algo que necesita tener tanta apariencia
exterior de fortaleza. El relojero escucha todas mis sandeces girado hacia su
mesita, no veo si tiene puesta la lente en el ojo. Le oigo decir:
–Este reloj tiene la caja de acero.
Contraataco:
–Cuanto más dura es
la cáscara, más blando es el gusano.
Lo he dejado sorprendido con la imagen. Normalmente no tengo
esta capacidad de repentizar, pero acababa de ver unos mejillones en la
pescadería.
Lo he visto, por fin, erguirse y mirarme cara a cara. El
monóculo le daba un aspecto bastante serio.
–Este es un gran reloj. –Ha dicho–. Es el mismo que el
Viceroy. Ni más ni menos. La empresa era de dos socios y…… lo que pasa con las medias…..
salieron tarifando. Uno se quedó con Viceroy y el otro con esta otra marca,
pero son igualitos.
Se sinceró conmigo:
–Yo tengo la representación de este tuyo. Un reloj buenísimo.…
Y que conste que no es favoritismo. Lo mismo diría si tuviese la representación
del otro.
–Te creo.
Tres euros me ha costado todo.
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