martes, 9 de septiembre de 2014

El catón.

(1/ Agosto/ 2014). Patio de R./Clásica cerveza con repiqueteo de pipas. L., este nombre difícil, comprometido, para una niña de meses, no se duerme. Han ensayado alterarle la hora del biberón. Y no admite tomaduras de pelo. Ninguna desviación del tema principal de su existencia: la comida. Tomo a L. a peso, tiene unos muslos llenos de repliegues que, si se mantuviesen así, sigo la línea argumental de su abuela, tal vez fuesen una salvaguarda a las clásicas desviaciones de conducta que presenta el género infantil en esto que llaman mundo civilizado, y que podría quedar reflejado en aquella indicación que le hacían a Lisa Simpson al entrar a una tienda para comprar un vestido: "si buscas ropa pija, cásual o hippy en este lado, el look  prostituta infantil lo encontrarás al fondo".
La niña pasa llorando, sin lágrimas, unos berridos secos, como órdenes precisas, de mis brazos a los de su padre. En los de su padre se calla un momento. Aventuro que tal vez su padre ya influya algo, que a ella le guste más, considere que es tierra de promisión, que vaya a obedecerla mejor, y esa esperanza de obtener lo deseado la tranquilice. Pero al poco llora de nuevo. Su abuela R., el realismo personificado, dice que ni padre y ni madre ni el "ay-ay-ay", que todo el consuelo le viene de la tetina del biberón. "¿O qué te crees?" Pregunta. "Tonterías las justas". Aclara. Y, sí, L. ha mostrado por hoy no tener más que un instinto básico, o por mejor decirlo un solo cariño verdadero: su estómago, la comida. Cuando alcance un cierto grado de educación logrará que no se le note tanto.

No hay comentarios:

Publicar un comentario