28 de Agosto. Miércoles. Cinco de la tarde. La consecuencia
de haber dormido tan mal durante la noche pasada ha sido esta siesta oceánica de
hoy.
Debía de estar bastante aletargado, medio soñando, cuando me
ha parecido que atronaba. He dudado si el trueno pertenecería también al sueño.
Ante un verano tan tenaz como el que estamos teniendo no cabía esperar una
mínima señal de mudanza. Por descartar otra posible fuente del ruido he
examinado la pantalla de la televisión, donde una musiquilla ensoñadora
acompañaba a unas majestuosas imágenes de las montañas alemanas cargadas de
nieve, esplendidos paisajes intemporales, en una quietud petrificada. Algunos
animales un poco encogidos trampeaban para encontrar comida sobre aquel manto
blanco. Ciervos, linces y urogallos estaban metidos en estos trabajos, mientras
el lirón, sin pulso apenas, aovillado en su nido hecho de pasto seco, se
entregaba a una soñarrera subterránea que le iba durando ya seis meses. En el
estado catatónico del lirón he estado yo escuchando aquellos truenos que hacían
el mismo ruido que un carro rodando por un empedrado. Sonaban a tanta distancia que he
dudado si merecería la pena siquiera gastar un poco de ilusión asomándose a la
puerta. Me he asomado, no obstante, para ver lo que ya sabía. La nube que
estaba encima tenía unos bordes muy finos. Era una nubecilla escuálida, formada
de recortes horizontales azules y grises, como una manta de orillo muy gastada, que a duras penas aguantase sobre
nuestras cabezas medio deshecha. Con gran parsimonia ha soltado unos enormes
goterones a los que se veía caer haciendo giros como globos o paracaídas desgobernados. No era
propiamente lluvia, sino una siembra de solitarias gotas que formaban al chocar
contra el suelo gordas manchas aisladas del tamaño de un huevo de perdiz,
graciosamente a estas gotas les asomaban unas patitas o filamentos, que hacían
el efecto de que quisiesen salir huyendo. Han caído las gotas justas,
suficientes y necesarias para aromatizar el aire. Nos habría venido bien alguna
gota más. La entrada de Septiembre es de las mejores épocas para que se moje el
campo. Precisamente por eso tendremos que meter todo el aire que podamos en los
pulmones, respirar a prisa este olor a mojado, tan carnoso y agradable, y
sentarnos a esperar. Pero sin que parezca que esperamos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario