lunes, 2 de septiembre de 2013

Nubecilla escuálida.

28 de Agosto. Miércoles. Cinco de la tarde. La consecuencia de haber dormido tan mal durante la noche pasada ha sido esta siesta oceánica de hoy.
Debía de estar bastante aletargado, medio soñando, cuando me ha parecido que atronaba. He dudado si el trueno pertenecería también al sueño. Ante un verano tan tenaz como el que estamos teniendo no cabía esperar una mínima señal de mudanza. Por descartar otra posible fuente del ruido he examinado la pantalla de la televisión, donde una musiquilla ensoñadora acompañaba a unas majestuosas imágenes de las montañas alemanas cargadas de nieve, esplendidos paisajes intemporales, en una quietud petrificada. Algunos animales un poco encogidos trampeaban para encontrar comida sobre aquel manto blanco. Ciervos, linces y urogallos estaban metidos en estos trabajos, mientras el lirón, sin pulso apenas, aovillado en su nido hecho de pasto seco, se entregaba a una soñarrera subterránea que le iba durando ya seis meses. En el estado catatónico del lirón he estado yo escuchando aquellos truenos que hacían el mismo ruido que un carro rodando por un empedrado. Sonaban a tanta distancia que he dudado si merecería la pena siquiera gastar un poco de ilusión asomándose a la puerta. Me he asomado, no obstante, para ver lo que ya sabía. La nube que estaba encima tenía unos bordes muy finos. Era una nubecilla escuálida, formada de recortes horizontales azules y grises, como una manta de orillo muy gastada, que a duras penas aguantase sobre nuestras cabezas  medio deshecha. Con gran parsimonia ha soltado unos enormes goterones a los que se veía caer haciendo giros como  globos o paracaídas desgobernados. No era propiamente lluvia, sino una siembra de solitarias gotas que formaban al chocar contra el suelo gordas manchas aisladas del tamaño de un huevo de perdiz, graciosamente a estas gotas les asomaban unas patitas o filamentos, que hacían el efecto de que quisiesen salir huyendo. Han caído las gotas justas, suficientes y necesarias para aromatizar el aire. Nos habría venido bien alguna gota más. La entrada de Septiembre es de las mejores épocas para que se moje el campo. Precisamente por eso tendremos que meter todo el aire que podamos en los pulmones, respirar a prisa este olor a mojado, tan carnoso y agradable, y sentarnos a esperar. Pero sin que parezca que esperamos.

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