Entre las ocho y media y las nueve de la noche comenzaron a oírse los
estampidos de los cohetes. La onda expansiva retumbando en el cielo nos lleva a
imaginar que vivimos debajo de una cúpula contra la que los cohetes se golpean
y estallan. Igual que cuando arrojamos una piedra a un pozo profundo.
El sonido de los cohetes significa que alguien está
celebrando algo. Últimamente, cuando suenan fuera de los periodos de fiestas,
son debidos a euforias futbolísticas. Las victorias del Madrid sobre el
Barcelona suelen ir acompañadas de unos cuantos petardazos.
Al cuarto o quinto estallido ya sabía que no se trataba de
futbol. El polvorista los tiraba con una cadencia muy regular. Más que una
expansión emocional parecían formar parte de un protocolo muy bien programado.
Levanté un poco la cabeza, dejé el hilo que me mantenía
unido a la lectura y recordé que al día siguiente era San José. Día del Padre. Dicen. Cuando al pobre San José no le dieron ni la posibilidad de fingir que no se había enterado, le
dejaron dicho desde un principio que no tuvo nada que ver en la concepción. Así son las cosas. Afortunadamente a San José también lo celebran por algo que hizo en su
vida, ser carpintero. Estos cohetes recuerdan que son las vísperas del patrón
de los carpinteros. No tengo una idea muy clara de si el gremio de los
carpinteros habrá sido en esta población lo suficientemente fuerte alguna vez
para que haya quedado arraigada esta costumbre.
De mis tiempos de
muchacho recuerdo ocho o diez carpinterías, lugares destartalados, con los
techos muy altos de los que colgaban abundantes telarañas, y donde había dos o
tres máquinas, metidas entre una montaña de virutas y serrín, que producían un
ruido de los que hacen pitar los tímpanos. Las carpinterías solían tener las
puertas abiertas, sobre todo si las máquinas estaban funcionando, y el
carpintero, siempre con mucho cuidado a la hora de colocar las manos, trabajaba
en medio de una polvareda que le ponía los ojos rojos y unas ganas constantes
de toser y de escupir. Cuando el trabajo se desarrollaba en el banco, el carpintero
tomaba muchas medidas y trazaba líneas, y miraba con un ojo cerrado el trozo de
madera al que estaba dando forma. De esa misma manera, aunque con los dos ojos
abiertos, miraban luego a todo el que hablaba con ellos. Los carpinteros que he
conocido han sido más bien huraños y retraídos. Si entonces sumaban diez, doce
o quince, ahora, haciendo el inventario de los que quedan, no cuento nada más
que tres (lo cual ocurría también antes de la crisis, nadie se alarme), y de
estos tres sólo a uno le veo con el suficiente entusiasmo por su oficio para
que esté dispuesto a lanzar cohetes.
La exaltación gremial ha durado poco. Y hasta ha dado la
impresión de que ha acabado de repente, como si los cohetes hubieran estado
contados. Estas tradiciones que se celebran un poco a la pata coja acaban causando
el efecto contrario al que pretenden. Los cohetes de hoy han parecido bengalas
de náufrago antes que el anuncio de una fiesta. Si lo lamento es por el pobre
San José, que siempre ha de quedarse a media función.
Al nuevo Papa, (que presenta un cuadro clínico de densísima
megalomanía, la peor de todas, la del que quiere ser tomado por bueno, sencillo
y demás zarandajas desde el único lugar que todas esas virtudes no pueden
ejercerse, la cima del poder), le ha gustado adornarse con el nombre de
Francisco, indicando con ello que la humildad será la más importante directriz
de su pontificado. San Francisco era un exhibicionista de su bondad, como parece
que también le gusta serlo a este Papa, tal vez se trate sólo de eso, de mera
exhibición. Si fuera por humildad de la que se vende dentro del arca, hubiera
tenido que investirse con el nombre de José, que ya lo traía de pila. Creo que
San José reúne en este campo de la humildad más estigmas que ningún otro santo
que yo conozca. Aunque hay quien lo ve de otra manera. Antonio Escohotado, en un curioso trabajo (Rameras y esposas) en que analiza los modelos de relación que se establecen en cuatro leyendas clásicas, entre ellas la de la Sagrada Familia, cree que el papel de José en este mito fundacional del cristianismo es el de un calzonazos, "pusilánime, asustadizo, sufragador o pobre idóneo" son los terminos que emplea. Una definición bastante exacta de lo que hoy se conoce como un "pagafantas". Quede para otra ocasión el averiguar si en el humilde no hay siempre un cierto sustrato de "pagafantas", o viceversa. Y por derivación tangencial puede colegirse el nexo que existe entre el padre y San José. No digo más.
O si. Escuchen que advertencias tan oportunas hace en estas sevillanas Paco Toronjo. Oyéndolo piensa uno si la "humildad" de San José no sería una estrategía para salvar el cuello. Sirva de aviso. Corto y cierro.
O si. Escuchen que advertencias tan oportunas hace en estas sevillanas Paco Toronjo. Oyéndolo piensa uno si la "humildad" de San José no sería una estrategía para salvar el cuello. Sirva de aviso. Corto y cierro.
No hay comentarios:
Publicar un comentario