(Nota del 24 de Febrero). Preparo las motosierras en la nave. Afilado de cadena y
limpieza sumaria. Tiempo de poda. Todos los fríos apretaditos han estado
aguardando a enseñar los dientes en este último recodo del invierno. Será
porque les han salido las primeras flores a los almendros, tímidas y tardías. Los charcos tienen un dedo de hielo y la
tierra endurecida por la helada tiene el aspecto reseco de un bacalao curado. Limpiando
el serrucho me mojo las manos y llegan a doler de frío. Echo unos papeles en la
estufa y meto las manos entre las llamas para desentumecerlas. El día es muy
claro. El cielo, completamente limpio, de un azul desvaído. La luz primeriza, un
poco lechosa, alumbra intensamente en un costado de árboles, edificios, lomas,
lindazos y toda clase de resaltes del terreno. Los volúmenes quedan un poco
simplificados por este efecto. Las sombras proyectadas sobre el suelo forman
una mancha muy larga.
En Radio Clásica presentan la Quinta de Beethoven. Entre
Beethoven, Mozart, Bach, Haydn y cuatro más se lo han puesto muy difícil al
resto de los músicos. Suena la Quinta en la radio del coche. Las
representaciones de este músico como alguien enfadado, aún si no se tuviese
otra noticia de su vida, podrían deducirse oyendo esta música compuesta a golpes.
Beethoven sacude de lo lindo, salta como un potro al que quieren domar, cocea y
se encabrita. Aunque no son golpes mostrencos como el que se da a una cucaracha
con la suela de una zapatilla, sino arreones animosos que os empujan a hacer, a
esforzaros, a avanzar. La propiedad cinética de esta música compagina con
cualquier cuerpo en movimiento. Digamos que nos ayuda a movernos.
Tras coronar un altillo, este camino de la Solana por el que
voy al olivar ofrece una vista muy hermosa, ondulante. Este adjetivo siempre
viene asociado al recuerdo de Josep Pla citando a Montaigne: “la vida es ondoyante”. La vida llena de curvas,
subidas y bajadas. Nuestro paisaje quebrado permite que los caminos ilustren
con mucha justeza esta metáfora. Los caminos son una de las cosas que mas han
educado la inteligencia del ser humano, caminos y ríos, tal vez la misma cosa.
Aprender a ir de un sitio a otro evitando los obstáculos, no demoliéndolos
entiéndase bien. Desde cualquier lugar donde pueda verse el tramo de un camino
metiéndose por esos resquicios en que la orografía se hace más accesible, su
contemplación resulta fascinante.
Hoy por este camino avanzaba un hombre, el paso algo
irregular, ondulante también. Llevaba puesta una gorra de skay con las orejeras
bajadas, que el sol hacía relucir en uno de sus lados, también brillaba de
manera más tenue el anorak en que iba enfundado. Portaba en su mano derecha una
cachava que más le servía para marcar el paso que de apoyo. Hubiera podido
valer alguna otra música algo más sosegada, no digo que no, pero Beethoven, con
su punto un tanto conminatorio, no desentonaba con aquel caminar lento y
voluntarioso del paseante. Incluso el hecho de que avanzase cuesta arriba
encajaba con el empuje de aquellos compases Cada día ocurre con más frecuencia
que la música que surge por azar en Radio Clásica se acopla perfectamente con
las imágenes que tengo delante. Quizá ocurre esto porque hay músicas que
encajan con todo.
Como llevo la cámara metida en un bolsillo del gabán, no voy
a ser yo menos tonto que el resto de mis contemporáneos, he detenido el coche y he
grabado desde dentro un video de dos minutos.
Una de las maneras más elementales y efectivas de
representar la existencia humana, es esta de poner a un hombre avanzando por un
camino. En la pintura china y japonesa es una composición repetida en todas sus
variantes, con animales, bajo una sombrilla, con viento, con lluvia,
transportando pesados fardos, yendo con una barquilla o una balsa por una gran
corriente, y los caminos que se ven recorren toda clase de paisajes insólitos,
aunque simplificados con gran maestría por esos pintores tan sabios. A mí,
cuando me ha dado por entretenerme emborronando una tablilla o un cartón,
muchas veces he acabado dibujando hombrecillos apenas perceptibles que
transitan vagamente por caminos desproporcionados. Y no hay vez que contemple
una estampa con este motivo que no perciba la mordedura, el pellizco, como
dicen los flamencos, y me quede un poco pensativo.
Digo todo esto para que se comprenda hasta que punto hoy,
con la cámara en la mano, me he sentido como un cazador ante una pieza
codiciada. No tiene nada que ver con el resultado obtenido. Es sólo un boceto,
y en un boceto lo que ha de quedar reflejado es el instante en que se dispara,
y no la pieza capturada.
Cuando paso junto al hombre, al que conozco, intercambiamos
un saludo poco efusivo. Tiene los ojos rajados, y las carnes enrojecidas de la
cara le sobresalen del cerco apretado que forman las orejeras de la gorra, alienta
nubecillas de vaho azul. Parece un mogol. De cerca puedo ver con detalle el
bastón, que ha despegado un palmo del suelo al saludarme, es un soberbio
garrote lebrero con una buena porra en la punta. Presiento que, si ha de
lanzarlo, el boceto le sabrá a poco.
He podado con mucha aplicación durante toda la mañana. A las once el sol ha podido con el frío. Hay muchos pájaros que no se ven, pero que marcan su territorio con un piar frenético.
He podado con mucha aplicación durante toda la mañana. A las once el sol ha podido con el frío. Hay muchos pájaros que no se ven, pero que marcan su territorio con un piar frenético.
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