jueves, 28 de febrero de 2013

Un boceto.



(Nota del 24 de Febrero). Preparo las motosierras en la nave. Afilado de cadena y limpieza sumaria. Tiempo de poda. Todos los fríos apretaditos han estado aguardando a enseñar los dientes en este último recodo del invierno. Será porque les han salido las primeras flores a los almendros, tímidas y tardías.  Los charcos tienen un dedo de hielo y la tierra endurecida por la helada tiene el aspecto reseco de un bacalao curado. Limpiando el serrucho me mojo las manos y llegan a doler de frío. Echo unos papeles en la estufa y meto las manos entre las llamas para desentumecerlas. El día es muy claro. El cielo, completamente limpio, de un azul desvaído. La luz primeriza, un poco lechosa, alumbra intensamente en un costado de árboles, edificios, lomas, lindazos y toda clase de resaltes del terreno. Los volúmenes quedan un poco simplificados por este efecto. Las sombras proyectadas sobre el suelo forman una mancha muy larga.
En Radio Clásica presentan la Quinta de Beethoven. Entre Beethoven, Mozart, Bach, Haydn y cuatro más se lo han puesto muy difícil al resto de los músicos. Suena la Quinta en la radio del coche. Las representaciones de este músico como alguien enfadado, aún si no se tuviese otra noticia de su vida, podrían deducirse oyendo esta música compuesta a golpes. Beethoven sacude de lo lindo, salta como un potro al que quieren domar, cocea y se encabrita. Aunque no son golpes mostrencos como el que se da a una cucaracha con la suela de una zapatilla, sino arreones animosos que os empujan a hacer, a esforzaros, a avanzar. La propiedad cinética de esta música compagina con cualquier cuerpo en movimiento. Digamos que nos ayuda a movernos.
Tras coronar un altillo, este camino de la Solana por el que voy al olivar ofrece una vista muy hermosa, ondulante. Este adjetivo siempre viene asociado al recuerdo de Josep Pla citando a Montaigne: “la vida es ondoyante”. La vida llena de curvas, subidas y bajadas. Nuestro paisaje quebrado permite que los caminos ilustren con mucha justeza esta metáfora. Los caminos son una de las cosas que mas han educado la inteligencia del ser humano, caminos y ríos, tal vez la misma cosa. Aprender a ir de un sitio a otro evitando los obstáculos, no demoliéndolos entiéndase bien. Desde cualquier lugar donde pueda verse el tramo de un camino metiéndose por esos resquicios en que la orografía se hace más accesible, su contemplación resulta fascinante.
Hoy por este camino avanzaba un hombre, el paso algo irregular, ondulante también. Llevaba puesta una gorra de skay con las orejeras bajadas, que el sol hacía relucir en uno de sus lados, también brillaba de manera más tenue el anorak en que iba enfundado. Portaba en su mano derecha una cachava que más le servía para marcar el paso que de apoyo. Hubiera podido valer alguna otra música algo más sosegada, no digo que no, pero Beethoven, con su punto un tanto conminatorio, no desentonaba con aquel caminar lento y voluntarioso del paseante. Incluso el hecho de que avanzase cuesta arriba encajaba con el empuje de aquellos compases Cada día ocurre con más frecuencia que la música que surge por azar en Radio Clásica se acopla perfectamente con las imágenes que tengo delante. Quizá ocurre esto porque hay músicas que encajan con todo.
Como llevo la cámara metida en un bolsillo del gabán, no voy a ser yo menos tonto que el resto de mis contemporáneos, he detenido el coche y he grabado desde dentro un video de dos minutos.
Una de las maneras más elementales y efectivas de representar la existencia humana, es esta de poner a un hombre avanzando por un camino. En la pintura china y japonesa es una composición repetida en todas sus variantes, con animales, bajo una sombrilla, con viento, con lluvia, transportando pesados fardos, yendo con una barquilla o una balsa por una gran corriente, y los caminos que se ven recorren toda clase de paisajes insólitos, aunque simplificados con gran maestría por esos pintores tan sabios. A mí, cuando me ha dado por entretenerme emborronando una tablilla o un cartón, muchas veces he acabado dibujando hombrecillos apenas perceptibles que transitan vagamente por caminos desproporcionados. Y no hay vez que contemple una estampa con este motivo que no perciba la mordedura, el pellizco, como dicen los flamencos, y me quede un poco pensativo.
Digo todo esto para que se comprenda hasta que punto hoy, con la cámara en la mano, me he sentido como un cazador ante una pieza codiciada. No tiene nada que ver con el resultado obtenido. Es sólo un boceto, y en un boceto lo que ha de quedar reflejado es el instante en que se dispara, y no la pieza capturada.
   Cuando paso junto al hombre, al que conozco, intercambiamos un saludo poco efusivo. Tiene los ojos rajados, y las carnes enrojecidas de la cara le sobresalen del cerco apretado que forman las orejeras de la gorra, alienta nubecillas de vaho azul. Parece un mogol. De cerca puedo ver con detalle el bastón, que ha despegado un palmo del suelo al saludarme, es un soberbio garrote lebrero con una buena porra en la punta. Presiento que, si ha de lanzarlo, el boceto le sabrá a poco.
He podado con mucha aplicación durante toda la mañana. A las once el sol ha podido con el frío. Hay muchos pájaros que no se ven, pero que marcan su territorio con un piar frenético.  


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