(Nota del 3 de Noviembre). La lluvia presenta muy distintas caras según los días.
Cuando había más cultura básica en los pueblos decir lluvia era no decir nada,
si no se ponía detrás el apellido que explicaba la procedencia: gallego,
cierzo, solano o ábrego. En general el exceso de trashumancia ha hecho que
decaiga el interés por el rumbo que traen o llevan las cosas. Aunque también es verdad que hay lluvias que llegan
con suma lentitud y se posan, y sólo se adivina su procedencia cuando se les ve el carácter, la forma de
desenvolverse. La lluvia de ayer, de tan fría y destemplada casi no merecería
llamarse lluvia, con todas las placenteras resonancias que esa palabra tiene
para quienes habitamos estas comarcas sedientas. Se cubrió el cielo de una
especie de losa gigantesca, como el muro
de un frontón, y aunque no dejó de llover mucho o poco durante toda la jornada,
el agua caía grisácea, maquinalmente, como si estuviese hecha de finos alambres
o alguna hilatura sintética. Había olor a humedad, pero como cuando se huele el
agua de cerca, un olor a cosa cruda, no el poderoso olor a fruta madura o a
estiércol fermentado que despierta el agua al esponjar la tierra en el otoño.
Eso me ha dado idea de que hoy las cosas seguirían igual.
Esta madrugada el cristal de la ventana estaba empañado y no he tenido la
curiosidad de mirar a la calle. Se oía fuera un borboteo, como cuando hierve un
puchero de caldo arrimado al rescoldo de la lumbre. Un sonido muy tranquilizador.
Cuando ya era de día he salido al patio y he encontrado una atmosfera muy
distinta a la de ayer. Había mucha humedad flotando en el ambiente, todo estaba
empapado y el aire parecía un organismo vivo, tibio, nutritivo, suculento; de
un efecto muy confortante para los pulmones. El cielo estaba muy oscuro, con
unos nubarrones blandos y cachazudos, unidos entre sí por una densa neblina
blancuzca en forma de hilachas un poco desprendidas y colgantes. Los pájaros,
que ayer habían desaparecido de todos estos tejados que les gustan tanto, silbaban y piaban con tal entusiasmo que
parecía que aquellos nublados les fuesen a traer una nueva cosecha de higos. El
ambiente era pródigo en sensaciones olfativas, quizá oliese un poco a higos
también, de ahí el alboroto de los pájaros, pero predominaba el olor a
hojarasca y a bosque procedente de la leña apilada en el patio.
He regresado a mi habitación y he permanecido allí con la
ventana abierta, mezclando ratos de lectura y vagas miradas al exterior.
Se respiraba una gran calma de mañana de domingo en la calle,
con aquella suspensión añadida del aire vaporizado que el enorme abdomen de la
nube comprimía contra el suelo. Estaría probablemente distrayéndome más de la
cuenta, que es condición de los que oficiamos en estas naderías de creer que se
le puede tomar el pulso a lo que palpita delante de nosotros, cuando ha venido
una rachita de viento dulce y seco, y ha removido un poco los plátanos que hay
junto al arroyo, entresacando de su fronda, todavía muy verde, unas cuantas
hojas amarillas. Me ha parecido que caían muy despacio, como queriendo mostrar
elegancia en su acabamiento. Luego ha empezado a llover tímidamente,
gordos e hinchados goterones que se
reventaban contra el suelo. Me he cansado de mirar desde la ventana y, ya que
todo estaba tan solitario, he bajado con la cámara. Quería dejar grabadas esas
hojas yacentes (aunque huecas y predispuestas al revoloteo) sobre la lámina
brillante del pavimento antes de que la lluvia que amenazaba las aplastase o
las arrumbase en una de esas curvas o paramentos donde el agua deja la marca de
sus resacas.
Los vegetales son siempre superiores al despedirse de este
mundo. Hasta cuando se pudren huelen bien. El animal se muere con un cierto
resquemor. Deduzco que será porque al tener movilidad, concibe falsas esperanzas
de poder huir, y siempre acaba decepcionado.
Esta teoría podía haberse llevado esta mañana algo más
lejos. En la calle no había más que un perro menesteroso destripando una bolsa
de basura junto a los contenedores. Comparados ese perro, un galgo abandonado,
y yo mismo, como representantes del mundo animal, estéticamente quiero decir,
con aquella hilera de corpulentos
árboles que festonean la canalización del arroyo, habríamos quedado a la altura
del betún. Si bien estas valoraciones requieren cierta precaución, pues aun
tratándose de seres irrisorios, como eran nuestras pobres figuras fugitivas, la
del viejo galgo y la mía, éramos el contrapunto necesario para que aquella
magnifica columnata vegetal tuviese una presencia aún más espléndida, apacible
y armoniosa.
La mañana ha sido pródiga en agua, sólo que ha ido aflorando
muy poco a poco. Hasta que la nube se ha desfondado y ha proporcionado una
mediana crecida muy vistosa al arroyo, formando con el agua rojiza unas
rompientes espumosas como las crines de los caballos cuando van en desbandada.
Antes de que descargase la tempestad, he tenido tiempo de
hacer un hermoso recorrido protegiéndome debajo de los árboles del agua mansa que caía. He grabado algunas imágenes de todo
esto que he escrito. Y me he traído dos observaciones que, al hacerlas, me ha
parecido que valían algo. La primera, que el elemento poético más importante de
la representación de este fenómeno de la lluvia son los charcos. Y la segunda,
que las hojas de los plátanos, tan parecidas a una mano con los dedos
extendidos, tienen al caer a tierra la forma de un guante usado, uno de esos
ajados guantes de trabajo, que suelen ser también de color amarillo, a los que
se les queda para siempre la traza de la mano que defendieron de rozaduras y
arañazos.
Suele decirse que cuando nos escayolan una pierna empezamos
a ver la cantidad increible de cojos que pululan por el mundo. Quizá el camino recorrido
para encontrar esa metáfora del guante usado provenga de un desarrollo
perceptivo semejante. Esta edad tan espoleada…. con sus marcas, señales y
desgarraduras.
Vendito sean los ojos que oyen, huelen y ven.
ResponderEliminarSea vendito los oídos que ven, huelen y oyen.
Lo sea también la nariz que oye, ve y huele. Amen.