martes, 11 de diciembre de 2012

El primo Hilario.

La estupenda pareja está en la cresta de la ola. En una pleamar espumosa y batiente. Hasta el punto de que él la pasea a ella en su moto, que es uno de esos artículos que un caballero suele reservarse para uso exclusivo. Tal como dicen los que pertenecen a este club que ha de hacerse también con la novia, la pluma estilográfica y las llaves del coche. Quizá no quede ya nadie tan estricto.
Ayer dieron un maravilloso paseo en moto. Ella nos lo contaba sin precisar muy bien los caminos. Y, claro, explicando las sensaciones experimentadas en el viaje. Su suegra Rm., suegra al fin y al cabo, por mucho que despiste, seguía muy interesada el relato. Hay que tener cuidado con mentar las sensaciones cuando se habla delante de la suegra, y menos aún sensaciones que la suegra no haya tenido, lo que es difícil tratándose de suegras, ya que tienen una que vale por todas, la del apretón original.
No obstante ella, todavía poco experta en suegras, nos decía, riéndose, que en la carretera había tenido miedo. Entonces Rm., que hasta aquel instante había estado sólo pendiente de averiguar el recorrido que habían hecho para poner en el relato algo de su propia cosecha, (si el trazado A estaba mejor que el B, por ejemplo), viendo que la ruta estaba tan confusa y que por ese lado no podía meter la cuchara, dijo que a ella lo de ir en moto le daba también mucho miedo, y que no le hacía falta salir a la carretera, que incluso ir por los caminos la asustaba.
Como nadie sabe lo suficiente de la vida secreta de los demás, yo me interesé por esta faceta motorista de Rm. Le pregunté de un modo campechanote y directo, como suele ser norma en nuestras reuniones:
--¿Cuándo has tenido tú esas experiencias de paquete motorístico?
Miré a E. por si él tenía noticias. Levanto las cejas al cielo y dijo:
--Ni idea, macho.
Entonces Rm., con un punto de orgullo y de indignación, y remetiendo un poco los cuartos traseros en el sofá, señal de que la cosa iba en serio, nos reveló que ella había ido muchas veces de paquete, “estaba harta de ir”, cuando era chica, con su primo Hilario.
--¿Hilaaaario? –Dijo E.
--Si, ¿qué pasa? –Contestó Rm.
Y ahí quedó cortada la conversación por alguna otra cosa sin importancia.
Creo que no será la última vez que nombremos al primo Hilario, que tiene las características necesarias para pertenecer a ese santoral laico de tipos singulares, como Bartolo y su flauta, Pichote y su bobería,  Cardona y su listeza o Benito y su purga. Cuando haya que invocar el don de la oportunidad, diremos llegaste más a tiempo que el primo Hilario con su moto. Es un gran hallazgo. No mío, desde luego, sino de la sagacidad natural de Rm.

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