(Nota del 22 de Marzo). A. acude al olivar en que estoy
podando y contempla este trabajo con mucha atención. Me acompaña largos ratos
con una conversación salpicada de detalles de gran valor narrativo. Siempre hay
un punto que interesa más que otro y yo voy preguntando. Todo esto sin dejar un
momento de moverme en torno al olivo y de ir abriendo huecos y arrojando trozos
de ramón al suelo para que A. no piense que me entretiene. Aunque algunas veces
me paro, para apurar algún asunto intrincado de la conversación, su presencia
allí ayuda mucho a que me cunda el trabajo, él suele quedarse absorto
examinando la transformación del árbol, y cuando los resultados encajan con la
forma aproximada que él ha fabricado mentalmente, suele decir con un énfasis
muy medido: "si señor", que es, más o menos, lo que vendría a
escuchar un torero tras una buena tanda de pases. Y eso anima.
A. ha hablado hoy de cuando, siendo aún un niño, ayudaba a su padre a llevar el grano a moler. Iban con dos caballerías cargadas con costales de trigo a cualquiera de los molinos hidráulicos que había por todos estos
alrededores, situados en las riberas del Pusa o el Cedena. Circular con aquella
mercancía por los caminos en tiempos de posguerra estaba prohibido y, según
quién fueras, fuertemente penalizado. Por tanto aprovechaban la noche para
trasladarlo. En el molino había que aguardar la vez, y había que quedarse allí
para controlar que la maquila, que era la parte de grano que correspondía al
molinero por su trabajo, se midiese bien. Su padre le dejaba allí al cargo, y
el camino de vuelta con la harina tenía que hacerlo solo. De noche, con
aquellos borricos cabezones que no obedecían y se paraban a ronzar cuando les
venía en gana. Tenía que lidiar el peligro imaginario de aquellas sombras que iban saliéndole al
paso, y el real de llevar de extranjis la harina, más vigilada que el oro en
aquellos tiempos, y tal vez más valiosa. Para que se entendiese esto, ha contado cómo estando un día
esperando su turno, creo que en el molino de Valgrande, les avisaron que venían los fiscaleros, y el tío…….., ha
dicho el nombre del molinero que yo ahora no recuerdo, un hombre con muchas
fuerzas, se puso a ocultar los costales en un poco de monte que había cerca de
allí, “llevaba uno debajo de cada brazo, y aquellos costales pesaban”, pero como la mujer y él mismo, que era un
mocoso, eran de poca ayuda, vio que no le iba a dar tiempo, y vació un
estercolero grande que tenían junto a la casa, metiendo allí sacos y costales y
cubriéndolos de nuevo con el estiércol. La estratagema por un lado salió bien,
engañó a los fiscaleros, pero el grano cogió humedad y acabó entalleciendo….
Otro día, viniendo con sus borricos en plena oscuridad, le salieron al paso los
guardias civiles de a caballo, le preguntaron y él contestó lo primero que se
le vino a la cabeza, una mentira más gorda o más chica daba lo mismo porque
ellos sabían que era mentira. Le dijeron que le acompañaban. Todo el camino vino
con el peso de la incertidumbre de si iba detenido o sólo escoltado, pero al
entrar en el pueblo le dijeron que ellos tenían allí su estación, y él siguió
adelante con la sensación de alivio mas grande que ha experimentado en su vida.
Luego hemos hablado algo de pesca. Es un tema recurrente. Le
gusta mucho la pesca y también hablar de
muchos momentos especiales que ha tenido al lado de los ríos. El pescador es un
observador, un contemplativo, puede recorrer mil veces las márgenes de los ríos,
pero en el lance de pesca, cuando se la juega con el pez no cuenta nada más que
con un arma, la astucia. Un pez experimentado nunca pica si no esta convencido
de que está solo. Por tanto, la primera obligación del pescador es desaparecer.
Y las tres normas primordiales para conseguirlo son: oír, ver y callar. Son las
mejores condiciones para observar bien…...Pero hoy no hemos hablado de pesca
propiamente dicha, sino de cuándo se aficionó a ella, teniendo ya cuarenta años, y a causa de que la taberna y el bar no le entretenían; aunque recordaba muy bien lo primero
que pescó, que no había sido precisamente un pez. Fue en uno de estos viajes en los
que iban a moler. Había venido una familia de Bilbao a vivir aquí, a la que
llamaban los “carabineros”, seguramente porque el padre tendría ese oficio, y
uno de los hijos se hizo amigo suyo. Fueron a un molino que hay en el Pusa por
encima del puente de la carretera de Espinoso. Él tendría diez años, el “carabinero”,
algo mayor, había ido con ellos porque le gustaba la pesca. Llevaba su caña, y
allí en la misma orilla del río improvisó una para A., una vara larga muy bien
hecha, “aquel muchacho era muy habilidoso”, a la que ató el sedal, y a este el anzuelo.
Luego buscaron unas lombrices en un
humedal que había junto al molino. Cuando tenía cebado el anzuelo de su
caña, sin que A. supiese cómo, vino un pollo trotón y
despistado y se lo tragó. Eso fue lo primero que él pescó en su vida, un pollo.
Su padre no se lo tomó a risa y le sacudió antes de recibir explicaciones. Al
molinero, el tío….., le hizo gracia la tontería de aquel pollo y mandó a la
mujer que pusiese agua a calentar para desplumarlo y que trajese unos tomates
del huerto, y aquel día comieron todos pollo con tomate.
A. ha mirado el reloj. Eran las doce y media. “Ya te he
entretenido bastante”, ha dicho, y se ha despedido sin más. “Casi era hora de
que nos comiésemos ese pollo”, le he dicho yo. Y él, como a tres olivas de
distancia, ha contestado: “yo, a lo mejor, todavía lo como”.
Yo también, mientras seguía con la poda, he ido
imaginando: El río en el verano, todos aquellos olores frutales de la ribera, a
poleo y a mistranzos, la fogatilla en el lumbrero, el humo balsámico de la
jara, el chisporroteo del pollo al freírse, las doradas tajadas en el plato, el
burbujeo del tomate empapado en los aromas del sofrito, la mesa puesta a la
sombra del nogal, lejos del traqueteo del molino, con su piedra volandera girando como un derviche, pero junto a la acequia del
desagüe, para ver correr el agua trabajada encaminada a remansarse.....
Por increible que parezca, al final he acabado comiendo lentejas.
Por estas letra os hago saber que el narrador de esta bitácora es omnisciente con perspectiva externa,compasivo y socarrón con sus personajes,cervantino dirían algunos, experto en el estilo indirecto libre; y que con los años ha ido abandonando ese aire de susto y desvalimiento que tenía antaño y que su cuñada consorte está abandonando las vanidades del mundo y se va a dedicar a releer a los clásicos y que la vida es su mayor tortura y su mayor placer.
ResponderEliminarTodo lo dicho responde al uso de la retórica.