martes, 22 de mayo de 2012

Pollo con tomate.

(Nota del 22 de Marzo). A. acude al olivar en que estoy podando y contempla este trabajo con mucha atención. Me acompaña largos ratos con una conversación salpicada de detalles de gran valor narrativo. Siempre hay un punto que interesa más que otro y yo voy preguntando. Todo esto sin dejar un momento de moverme en torno al olivo y de ir abriendo huecos y arrojando trozos de ramón al suelo para que A. no piense que me entretiene. Aunque algunas veces me paro, para apurar algún asunto intrincado de la conversación, su presencia allí ayuda mucho a que me cunda el trabajo, él suele quedarse absorto examinando la transformación del árbol, y cuando los resultados encajan con la forma aproximada que él ha fabricado mentalmente, suele decir con un énfasis muy medido: "si señor", que es, más o menos, lo que vendría a escuchar un torero tras una buena tanda de pases. Y eso anima.
A. ha hablado hoy de cuando, siendo aún un niño, ayudaba a su padre a llevar el grano a moler. Iban con dos caballerías cargadas con costales de trigo a cualquiera de los molinos hidráulicos que había por todos estos alrededores, situados en las riberas del Pusa o el Cedena. Circular con aquella mercancía por los caminos en tiempos de posguerra estaba prohibido y, según quién fueras, fuertemente penalizado. Por tanto aprovechaban la noche para trasladarlo. En el molino había que aguardar la vez, y había que quedarse allí para controlar que la maquila, que era la parte de grano que correspondía al molinero por su trabajo, se midiese bien. Su padre le dejaba allí al cargo, y el camino de vuelta con la harina tenía que hacerlo solo. De noche, con aquellos borricos cabezones que no obedecían y se paraban a ronzar cuando les venía en gana. Tenía que lidiar el peligro imaginario de aquellas sombras que iban saliéndole al paso, y el real de llevar de extranjis la harina, más vigilada que el oro en aquellos tiempos, y tal vez más valiosa. Para que se entendiese esto, ha contado cómo estando un día esperando su turno, creo que en el molino de Valgrande, les avisaron  que venían los fiscaleros, y el tío…….., ha dicho el nombre del molinero que yo ahora no recuerdo, un hombre con muchas fuerzas, se puso a ocultar los costales en un poco de monte que había cerca de allí, “llevaba uno debajo de cada brazo, y aquellos costales pesaban”,  pero como la mujer y él mismo, que era un mocoso, eran de poca ayuda, vio que no le iba a dar tiempo, y vació un estercolero grande que tenían junto a la casa, metiendo allí sacos y costales y cubriéndolos de nuevo con el estiércol. La estratagema por un lado salió bien, engañó a los fiscaleros, pero el grano cogió humedad y acabó entalleciendo…. Otro día, viniendo con sus borricos en plena oscuridad, le salieron al paso los guardias civiles de a caballo, le preguntaron y él contestó lo primero que se le vino a la cabeza, una mentira más gorda o más chica daba lo mismo porque ellos sabían que era mentira. Le dijeron que le acompañaban. Todo el camino vino con el peso de la incertidumbre de si iba detenido o sólo escoltado, pero al entrar en el pueblo le dijeron que ellos tenían allí su estación, y él siguió adelante con la sensación de alivio mas grande que ha experimentado en su vida.
Luego hemos hablado algo de pesca. Es un tema recurrente. Le gusta mucho la pesca y también hablar  de muchos momentos especiales que ha tenido al lado de los ríos. El pescador es un observador, un contemplativo, puede recorrer mil veces las márgenes de los ríos, pero en el lance de pesca, cuando se la juega con el pez no cuenta nada más que con un arma, la astucia. Un pez experimentado nunca pica si no esta convencido de que está solo. Por tanto, la primera obligación del pescador es desaparecer. Y las tres normas primordiales para conseguirlo son: oír, ver y callar. Son las mejores condiciones para observar bien…...Pero hoy no hemos hablado de pesca propiamente dicha, sino de cuándo se aficionó a ella, teniendo ya cuarenta años, y a causa de que la taberna y el bar no le entretenían; aunque recordaba muy bien lo primero que pescó, que no había sido precisamente un pez. Fue en uno de estos viajes en los que iban a moler. Había venido una familia de Bilbao a vivir aquí, a la que llamaban los “carabineros”, seguramente porque el padre tendría ese oficio, y uno de los hijos se hizo amigo suyo. Fueron a un molino que hay en el Pusa por encima del puente de la carretera de Espinoso. Él tendría diez años, el “carabinero”, algo mayor, había ido con ellos porque le gustaba la pesca. Llevaba su caña, y allí en la misma orilla del río improvisó una para A., una vara larga muy bien hecha, “aquel muchacho era muy habilidoso”, a la que ató el sedal, y a este el anzuelo. Luego buscaron unas lombrices en un  humedal que había junto al molino. Cuando tenía cebado el anzuelo de su caña, sin que A. supiese  cómo, vino un pollo trotón y despistado y se lo tragó. Eso fue lo primero que él pescó en su vida, un pollo. Su padre no se lo tomó a risa y le sacudió antes de recibir explicaciones. Al molinero, el tío….., le hizo gracia la tontería de aquel pollo y mandó a la mujer que pusiese agua a calentar para desplumarlo y que trajese unos tomates del huerto, y aquel día comieron todos pollo con tomate.
A. ha mirado el reloj. Eran las doce y media. “Ya te he entretenido bastante”, ha dicho, y se ha despedido sin más. “Casi era hora de que nos comiésemos ese pollo”, le he dicho yo. Y él, como a tres olivas de distancia, ha contestado: “yo, a lo mejor, todavía lo como”.
Yo también, mientras seguía con la poda, he ido imaginando: El río en el verano, todos aquellos olores frutales de la ribera, a poleo y a mistranzos, la fogatilla en el lumbrero, el humo balsámico de la jara, el chisporroteo del pollo al freírse, las doradas tajadas en el plato, el burbujeo del tomate empapado en los aromas del sofrito, la mesa puesta a la sombra del nogal, lejos del traqueteo del molino, con su piedra volandera girando como un derviche, pero junto a la acequia del desagüe, para ver correr el agua trabajada encaminada a remansarse.....
Por increible que parezca, al final he acabado comiendo lentejas.

1 comentario:

  1. Por estas letra os hago saber que el narrador de esta bitácora es omnisciente con perspectiva externa,compasivo y socarrón con sus personajes,cervantino dirían algunos, experto en el estilo indirecto libre; y que con los años ha ido abandonando ese aire de susto y desvalimiento que tenía antaño y que su cuñada consorte está abandonando las vanidades del mundo y se va a dedicar a releer a los clásicos y que la vida es su mayor tortura y su mayor placer.
    Todo lo dicho responde al uso de la retórica.

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