viernes, 25 de mayo de 2012

Dos perros y un destino.

(Nota del 8 de Abril). Hace un par de años, en una conversación de circunstancias con uno de mis vecinos, y contándole yo las hazañas llevadas a cabo por una partida de ratas que había venido a residir a mi nave, me dijo que la mejor solución para eso era tener un perro.
Él tiene un perro teckel por el que siente una gran admiración. Escuché las habilidades de ese perro, al que yo conozco muy bien; talla baja, malas pulgas, grandes bigotes, ojo punzante, y amigo de mantener en orden la calle; se pone hecho una furia si ve a otro cánido circulando por su territorio. Una vez, fue tal el ímpetu de sus ladridos, al ver a un impostor meándole una de sus esquinas, que, desde el balcón, donde suele hacer sus vigías, se cayó al suelo. Tres metros de caída libre que no le dejaron lesiones, pero que han hecho de él un perro más riguroso a la hora de valorar el vacío, cuando ladra. ¡Cuánto nos convendría eso a todos!
En lo tocante a las ratas, era una de sus especialidades, me dijo el vecino, no sólo las cazaba, sino que sabía presentarlas artísticamente, bien formando montoncitos o alineadas. Me dijo también, que él me iba a procurar uno de una perra, emparentada con el suyo, que estaba a boca parir.
Yo no le hice el menor seguimiento a esa promesa. Tan sólo pensaba en ese perro inconcreto y etéreo cuando veía alguna rata haciendo exhibición de sus facultades. Y fueron muchas las demostraciones circenses a las que asistimos ese verano.
Mi vecino, se tomó muy en serio su ofrecimiento y, después de unos cuantos comunicados telegráficos, unos "ya ha parido" o "ha abierto los ojos", que añadía al saludo cuando nos encontrábamos, un buen día me dijo "mañana te le traigo".
Me lo entregaron una tarde bastante calurosa, envuelto en una toalla y, no obstante, dando unos tremendos tiritones. Mi vecina lo había bañado, para quitarle el olor a perro, algo que, luego me enteré, no le sienta nada bien a los cachorros.
La perrita vivió poco, apenas una semana, y ya desde el tercer día había dejado de comer y no hacía más que estar tumbada. De manera que, habiendo elegido para ella, entre muchos nombres, el de "Tula", viendo la enorme cachaza con la que afrontaba su existencia, decidí cambiarle una vocal y ponerle "Tila" que parecía que le cuadraba mejor. También lo hice para ver si metiéndole aquel sonido tintineante en el nombre, recuperaba un poco el brillo en aquella mirada tan triste que se le iba quedando.
Parece que esto del cambio de nombre, en algunos negocios o asuntos públicos, suele dar buenos resultados, a nuestra perra, sin embargo, le sirvió de poco. Viendo que no mejoraba la llevamos al veterinario, que nos dijo que la perrita padecía una neumonía, provocada, precisamente, por el chapuzón. Lo mismo nos fue repetido por otros tantos entendidos en perros. "¡Bañar a un cachorro! ¿A quién se le ocurre?" Sólo los que eran amigos de nuestra vecina y conocían sus manías nos comentaban sotto voce: "¡Esta C. es tan limpia!".
El asunto del perro quedó olvidado, por no decir sepultado, hasta que, hace ahora dos meses, le ofrecieron a R. otro perro de la misma raza y hasta de la misma familia. Emparentado, por tanto, con el perro de los vecinos.
Era, pues, inevitable, que nuestra vecina, que estaba al tanto de la crianza del nuevo cachorro, tarde o temprano, tuviese que hablarnos de él, lo que no era fácil habiendo hecho tantos equilibrios para que nadie le hablase a ella de aquel lavado inaugural que se llevó por delante a nuestro primer perro.
Hoy ha sido el día. Domingo de Resurrección. Ni a propósito hubiera estado mejor elegida la fecha. Tenía yo medio cuerpo metido en la caja de la furgoneta, aparcada a la puerta de mi casa. Estaría  muy concentrado, y despistado por tanto, lo que viene a ser lo mismo, cuando pasaba mi vecina por detrás, siempre dicharachera y resuelta, y ha preguntado con su voz de pito si ya  había  pensado un nombre para el nuevo perrito. “Ya está grande, tiene un mes”, me ha informado. A lo que yo he respondido sin maldad alguna, pero de un modo un tanto abrupto: “Habrá que esperar a ver si sobrevive”. No dije a qué, ni ella quiso tampoco saberlo, porque en cuanto me oyó pronunciar la frase, dio un respingo y aceleró el paso, dejando, a modo de cortafuegos, una de esas palabras incrustadas en el  habla local. Dijo: "¡Uy, no amueles!” Que para ser un conjuro no sonaba nada mal.   

Añadido: A los pocos días vino el  perro sustituto, al cual me esta costando encontrarle nombre, y que me parece que va encarnando demasiado a prisa todas las características de comportamiento de mi propia familia, lo que me está dando bastante que pensar. Aunque de esto no es de lo que quería tratar en este apéndice. El día que mi vecino vino a anunciarme que aquella misma tarde me traería a este segundo perro,  me entretuve haciéndole unas preguntas. Yo no sabía nada de aquel animal, ni siquiera si era macho o hembra. “Es macho”, dijo pensativo mi vecino. “Las hembras son más finas” –añadió- “aunque también tienen más enfermedades”. Meditó otro poco y agregó:
-Aunque tampoco es que se mueran antes. Pues, como dice mi padre, “mujer enferma, mujer eterna”.
La frase me hizo reír, y a él entusiasmarse con unas explicaciones muy cómicas.
En cuanto al perro, esta vez no vino lavado, pero si perfumado. Una pequeña minusvalía que ha superado fácilmente.

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