(Nota del 8 de Abril). Hace un par de años, en una
conversación de circunstancias con uno de mis vecinos, y contándole yo las
hazañas llevadas a cabo por una partida de ratas que había venido a residir a
mi nave, me dijo que la mejor solución para eso era tener un perro.
Él tiene un perro teckel por el que siente una gran
admiración. Escuché las habilidades de ese perro, al que yo conozco muy bien;
talla baja, malas pulgas, grandes bigotes, ojo punzante, y amigo de mantener en
orden la calle; se pone hecho una furia si ve a otro cánido circulando por su
territorio. Una vez, fue tal el ímpetu de sus ladridos, al ver a un impostor
meándole una de sus esquinas, que, desde el balcón, donde suele hacer sus
vigías, se cayó al suelo. Tres metros de caída libre que no le dejaron
lesiones, pero que han hecho de él un perro más riguroso a la hora de valorar
el vacío, cuando ladra. ¡Cuánto nos convendría eso a todos!
En lo tocante a las ratas, era una de sus especialidades, me
dijo el vecino, no sólo las cazaba, sino que sabía presentarlas artísticamente,
bien formando montoncitos o alineadas. Me dijo también, que él me iba a
procurar uno de una perra, emparentada con el suyo, que estaba a boca parir.
Yo no le hice el menor seguimiento a esa promesa. Tan sólo
pensaba en ese perro inconcreto y etéreo cuando veía alguna rata haciendo
exhibición de sus facultades. Y fueron muchas las demostraciones circenses a
las que asistimos ese verano.
Mi vecino, se tomó muy en serio su ofrecimiento y, después
de unos cuantos comunicados telegráficos, unos "ya ha parido" o
"ha abierto los ojos", que añadía al saludo cuando nos encontrábamos,
un buen día me dijo "mañana te le traigo".
Me lo entregaron una tarde bastante calurosa, envuelto en una
toalla y, no obstante, dando unos tremendos tiritones. Mi vecina lo había
bañado, para quitarle el olor a perro, algo que, luego me enteré, no le sienta
nada bien a los cachorros.
La perrita vivió poco, apenas una semana, y ya desde el
tercer día había dejado de comer y no hacía más que estar tumbada. De manera
que, habiendo elegido para ella, entre muchos nombres, el de "Tula",
viendo la enorme cachaza con la que afrontaba su existencia, decidí cambiarle
una vocal y ponerle "Tila" que parecía que le cuadraba mejor. También
lo hice para ver si metiéndole aquel sonido tintineante en el nombre,
recuperaba un poco el brillo en aquella mirada tan triste que se le iba
quedando.
Parece que esto del cambio de nombre, en algunos negocios o asuntos
públicos, suele dar buenos resultados, a nuestra perra, sin embargo, le sirvió
de poco. Viendo que no mejoraba la llevamos al veterinario, que nos dijo que la
perrita padecía una neumonía, provocada, precisamente, por el chapuzón. Lo
mismo nos fue repetido por otros tantos entendidos en perros. "¡Bañar a un
cachorro! ¿A quién se le ocurre?" Sólo los que eran amigos de nuestra
vecina y conocían sus manías nos comentaban sotto voce: "¡Esta C. es tan
limpia!".
El asunto del perro quedó olvidado, por no decir sepultado,
hasta que, hace ahora dos meses, le ofrecieron a R. otro perro de la misma raza
y hasta de la misma familia. Emparentado, por tanto, con el perro de los
vecinos.
Era, pues, inevitable, que nuestra vecina, que estaba al tanto
de la crianza del nuevo cachorro, tarde o temprano, tuviese que hablarnos de él,
lo que no era fácil habiendo hecho tantos equilibrios para que nadie le hablase
a ella de aquel lavado inaugural que se llevó por delante a nuestro primer
perro.
Hoy ha sido el día. Domingo de Resurrección. Ni a propósito
hubiera estado mejor elegida la fecha. Tenía yo medio cuerpo metido en la caja
de la furgoneta, aparcada a la puerta de mi casa. Estaría muy concentrado, y despistado por tanto, lo
que viene a ser lo mismo, cuando pasaba mi vecina por detrás, siempre
dicharachera y resuelta, y ha preguntado con su voz de pito si ya había
pensado un nombre para el nuevo perrito. “Ya está grande, tiene un mes”,
me ha informado. A lo que yo he respondido sin maldad alguna, pero de un modo
un tanto abrupto: “Habrá que esperar a ver si sobrevive”. No dije a qué, ni
ella quiso tampoco saberlo, porque en cuanto me oyó pronunciar la frase, dio un
respingo y aceleró el paso, dejando, a modo de cortafuegos, una de esas palabras
incrustadas en el habla local. Dijo:
"¡Uy, no amueles!” Que para ser un conjuro no sonaba nada mal.
-Aunque tampoco es que se mueran antes. Pues, como dice mi
padre, “mujer enferma, mujer eterna”.
La frase me hizo reír, y a él entusiasmarse con unas
explicaciones muy cómicas.
En cuanto al perro, esta vez no vino lavado, pero si perfumado. Una
pequeña minusvalía que ha superado fácilmente.
No hay comentarios:
Publicar un comentario