miércoles, 21 de octubre de 2015

Destreza culinaria.

(20130720). Media tarde. Entro en la cocina y hay puesta al fuego una sartén con tres chuletas chisporroteando. La llama del gas abraza la sartén y desde el interior saltan como pulgas  minúsculas gotas de grasa. La carne presenta los efectos de una combustión rabiosa. Un humo pegajoso, con horrible olor a cochiquera incendiada se expande por el cuarto antes de ser absorbido por el extractor que emite un potente zumbido.
Aquella carbonización estaba teniendo lugar de un modo automático. No había nadie en la cocina  dirigiendo aquel martirio. También era compresible que R, su más probable ejecutora, no quisiese contemplarlo. Aunque en la casa es conocida la propensión de R a la simultaneidad.
Parece que  esta es una característica muy propia del género femenino. Hay montones de chistes donde esta "superioridad de género" es utilizada para hacer el dibujo de un hombre de escasas luces y capacidades muy primarias.  A este respecto, en un programa de radio donde hablaban de experiencias sexuales fracasadas, oí contar a un marido un caso extremoso de simultaneidad femenina y unidimensionalidad  masculina. Mientras él desfogaba su pasión, (que tendría, imagino, aquellas tres características que Lord Chesterfield atribuía al acto carnal: "placer momentáneo, costo exorbitante y posición ridícula") oyó decir a su mujer, con el hablar rebrincado de quien esta sufriendo un forcejeo: "Tengo que llevar las cortinas al tinte. Están sucísimas". La frase tuvo un efecto devastador sobre el torrente sanguíneo genital del marido, al que le quedó además, según tuvo el detalle de contar, una tirria inconcreta a toda clase de telas colgantes.
Volviendo a nuestra cocina, me he hecho un café mientras esperaba el desenlace de aquel experimento gastronómico. Las tres chuletas estaban curvadas hacia arriba sobre el hierro flamígero, y el chisporroteo se había convertido ya en una especie de gruñido. Sería un póstumo acto reflejo del animal, al que las leyes protegen del maltrato sólo hasta el matadero.
He visto entrar a R, que me ha mirado de reojo, y, sin mostrar sorpresa ni sobresalto alguno, ha ido directa al botón del gas, lo ha apagado y, con un pasmoso autocontrol y espíritu positivo, ha dicho:
—Ya están hechas.
Luego, mirándome molesta, ha dicho:
—¿Qué haces aquí?
Podía haberme callado, pero, contagiado por su autocontrol y positivismo, he optado por aportar mi granito de arena al experimento:
—He encontrado nombre para este plato.
Ella, escéptica:
—¿Cuál?
—Chuletas a la distancia.
Me ha insultado riéndose. Operación simultánea que, si no fallan mis cálculos unidimensionales, debe de equivaler a cero.

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